Capítulo 5: SOS! Amigas al rescate... o al desastre

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Ángela


Me sentía perturbada.

Como una adolescente con las hormonas revolucionadas y los sentimientos a flor de piel.

Un simple beso en la mejilla. Un breve roce y me tenía con las mejillas encendidas y el corazón a mil.

«Qué estúpida», pensé y me acomodé en el asiento del metro.

Lo cierto es que ver a Mateo Bracamonte sin duda fue un lujo. Su gran estatura, sus anchos hombros, su exquisito perfil en la nariz, sus bellos ojos negros y su castaño cabello eran comunes, pero sin duda atractivos. Todo él era atractivo.

¿Y su hija? Un exquisito dulce de leche. Era espontánea y traviesa, y había roto mi corazón cuando me confesó que su madre había muerto cuando la tuvo a ella. Fue un shock, pero su dulzura hizo que me recuperara y le dijera cuán fuerte e inteligente era. Era una tristeza que ambos estuvieran sufriendo la ausencia de Linda Santiago, como era su nombre.

El hilo de mis pensamientos se desvió cuando el metro paró y bajé, tropezando con el bululú de gente aglomerada en la puerta. Más acalorada no podía estar.

Llegué al tranquilo restaurante y una enorme sonrisa se asomó en mis labios cuando vi al trío de mis amigas junto a sus hijos, quienes eran mis queridos ahijados. Caminé hacia ellas y saludé, contenta de verlas después de varias semanas.

-Señoras -dije, llamando su atención y tomando asiento.

-¡Ángela! ¡Qué guapa estás! -exclamó Micaela, sonriéndome. Su pelo teñido de rojo llamaba bastante la atención, pero su rostro era tan perfecto, que no presentaba ningún problema.

-Supongo que el sudor entonces se ha puesto de moda, porque ese es el único accesorio novedoso que traigo hoy -bromeé dándole un trago al vaso con agua. Suspiré agradecida por su frescor.

-Eres una ingrata -murmuró Tania, mientras sostenía a Mariano, su lindo bebé de cinco meses-, pero igual es bueno verte.

-Para mi también es un gustazo verlas, las he extrañado -Hice un puchero mirándolas y ellas rieron. Menos Bianca, quien acababa de guardar su teléfono en el bolso con molestia. Fruncía los labios mientras Luciano, a su lado, hacía un desastre con su cena.

Lo tomé en brazos y besé su cabecita, antes de mirarla de nuevo.

-¿Pasa algo, Bianca? -pregunté extrañada. Ella pareció aterrizar desde dónde estuviese y me miró cálidamente.

-No, sólo problemas con el desconsiderado de mi marido -miró de soslayo a la papilla derramada en la mesa y apretó los labios -. ¿Se pueden creer que me ha llamado para preguntarme dónde estaba, porque acababa de llegar a casa y no encontró cena hecha? ¡Será...!

-¿Qué te puedo decir? -La interrumpió Tania, picando un trozo de pollo en tiras y metiéndolas en la boca de su pequeño-. Así son ellos. Desconsiderados a no más poder.

-Uff, cierto. Menos mal me liberé de eso el año pasado -Micaela ayudó a Tania en su faena-, porque definitivamente ya, a estas alturas, estuviera marchita y amargada por lo que significa tener un esposo.

-Pero muchachas, por favor... -me quejé sin llegar a comprenderlas-, ¿cómo pueden hablar así? El matrimonio es lo más maravilloso que existe-. Las tres pusieron los ojos como platos y se detuvieron unos minutos mirándome como si me hubiese crecido otra oreja y después se carcajearon.

Mientras ellas reían con histeria, yo me encargaba de hacerle muecas a Luciano, quien también reía sin parar.

-Eso lo dices porque no los has experimentando. -dijo Bianca, limpiando el menjunje en la mesa.

Devolví a Luciano a su sillita.

-¡Y Dios te libre de los calcetines sucios regados por tu apartamento! -exclamó Tania con horror fingido.

-Y de los bóxers colgados en la regadera -agregó Micaela.

-No olvidemos los quejidos por la comida -añadió, entre dientes, Bianca.

-Ni las manchas de agua y pasta dental en el lavamanos -me apuntó Tania con su tenedor-. Querida, ser casada no es nada fácil.

-Pero... ¿acaso se olvidan que yo organizo bodas? Y según mi experiencia, ése día es mágico -dije fastidiada, comiendo mis vegetales rebosados. Estaban tan buenos, que no me permitían ponerme de mal humor por los argumentos de mis amigas, que a mi parecer, eran exagerados.

-Por supuesto que sí -asintió Bianca-. Es muy hermoso, pero luego te enfrentas a las deudas que causó ese día, y a la vida de casada.

-Pues... yo creo que el matrimonio es eso que los hombres utilizan para atar a una mujer y convertirla en su chacha -murmuró pensativa mi amiga Micaela.

-¡Uy no! Que feo se escucha eso, Mica -le dije, arrugando mi nariz -. Recuerden que el matrimonio es uno de los mandamientos, y el hecho de que ustedes no les haya ido... muy bien, no significa que a todas nos tenga que ir mal. Solo hay que aprender a... adaptarse.

-Entonces, ¿tú sí te quieres casar? -Me preguntó Tania, quién cogió una servilleta y limpió la boca y cuello de su hijo Mariano. Sus ojos verdes se clavaron en los míos -más claros que los de ella-, esperando mi respuesta.

-Por supuesto -dije sin dudar -. Es uno de mis mayores sueños desde que era una niña.

-Bueno, esperemos entonces que tú sí corras con suerte -dijo Bianca, mordisqueando un pedazo de pan con ajo-. Y que no pierdas tu trabajo, porque no me cabe duda de que muy pronto los abogados estarán desplazando a los organizadores de bodas más de lo que nosotras pensamos.

Ella me guiñó un ojo y las demás rieron en acuerdo. Yo les saqué la lengua y también sonreí, tratando de disimular mis dudas.

¿Será que el matrimonio era tan malo?


NO te cases conmigo© DISPONIBLE EN DREAMEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora