Capítulo 13: La Primera aventura con Slash y Steven (Parte III)

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De niña, mi madre solía decirme que la verdad está en los ojos.

Me contaba mucho sobre los peligros a los que tendría en enfrentarme cuando creciera. Esos que en Blue River estaban ocultos, desaparecidos o perdidos, pero que eran tan frecuentes en las ciudades. Podía hablar durante horas, siempre con ese tono de voz grave y tranquilizador al mismo tiempo. Hablaba y hablaba, para prevenir a su hija mayor de los peligros a los que ella se había enfrentado antes, y de los que nadie le había avisado cuando era una niña. Para subsanar el error de sus padres y de sus abuelos, ella hablaba y me advertía.

Me contaba sobre la fauna de la Selva, que algunos llaman Gran Ciudad. Sobre los peligrosos carroñeros de anchas alas que intentarían alimentarse de mi carne y beber de mi sangre, y las manadas de lobos hambrientos siempre dispuestos a apresar corderos. Sobre los cuervos, que con promesas y lengua ágil atraen a su presa a una muerte tortuosa entre millares de picos afilados. Me habló de las inocentes presas y de los despiadados carnívoros, de los perros salvajes y los inocentes pajarillos. De el cazador y el cazado. De los cachorros y de los jefes. Del dominante y el dominado.

Sin embargo, su principal temor no eran las mandíbulas feroces, los dientes filosos o las garras como trampas-jaula. No le atemorizaban los leones que someten a su presa en grupo ni los sátiros, criaturas con un increíble apetito sexual, que puede llevarlos al más repugnante de los actos. No les temía en absoluto a las Quimeras o a los Leviatanes.

No, su más grande miedo eran las serpientes.

Yo conocía a esas criaturas por los documentales de National Geographic que sintonizaba en un viejo televisor que había en mi casa. No era a color, la imagen estaba atiborrada de líneas y puntos negros y el sonido se cortaba. Pero para mí, ese anacrónico aparato era el árbol de la sabiduría o la usina del conocimiento. De allí aprendía de culturas completamente ajenas a la mía, de fauna, de flora y de hermosos paisajes que soñaba con conocer algún día.

De vez en cuando, pasaban por uno de los canales un documental de serpientes. Yo miraba, con admiración, las criaturas escamosas que aparecían frente a mis ojos: el verde esmeralda de la mamba verde del Congo y demás serpientes arborícolas, el misterioso diseño tricolor de la culebra de coral y el ébano brillante, como la muerte, de la mamba negra, la serpiente más peligrosa del mundo (Todos esos colores eran imaginarios, ya que el televisor era en blanco y negro).

Recuerdo ese día como si hubiera sido ayer: Mi madre estaba tirada en el sillón, lidiando con una de sus habituales borracheras. Yo miraba la televisión y de vez en cuando gritaba y le señalaba en la pantalla uno de esas fascinantes criaturas. En un momento ella abrió los ojos, y me miró con una expresión que no creo que nadie pueda repetir jamás. Era de miedo, de temor, pero también de esperanza y ternura. Todo mezclado, como una amalgama en su rostro gastado por los excesos.

-No, hija...Esas serpientes no son las verdaderas...

La miré, confundida. Ella me sonrió y extendió sus brazos cansados.

-Ven aquí, mi pequeña Wish. Mami tiene algo que contarte.

Obedecí y me acurruqué a su lado en el sillón. Le besé la frente y permití que me contara, susurrando en mi oído, una historia que cualquiera tildaría de fantástica, pero que a mí en ese momento, a mis 6 años, me pareció la historia más creíble y real del mundo. Y, por qué no, me asustó un poco.

Me susurró que las serpientes del documental no eran más que un montón de animalitos inofensivos, que las más peligrosas no viven en la selva o el campo, sino entre nosotros. Que pueden tomar la apariencia de humanos y mezclarse con la gente. Que su principal labor en el mundo es causar daño a las personas, y que para eso utilizan sus largas lenguas viperinas, que convenientemente ocultan en el interior de sus bocas. Que son excelentes mintiendo, y que una vez que has caído bajo el influjo de sus ojos hipnóticos y voces enigmáticas, ya no podrás salir del trance. Y que la única manera de defenderse es mirar a los ojos, ya que las serpientes no han podido disimular ese único rastro: tienen ojos brillosos, que inducen al aletargamiento y la locura. Me advirtió que siempre mirara a los ojos de las personas antes de hablar con ellas y me despidió con un beso en la mejilla. Esa noche no pude dormir.

War in the Jungle (GUNS N'ROSES) #HairRock #GNRAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora