Capítulo 33: La Frustración y la Confianza

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Lo primero que pasó por mi cabeza en cuanto Steven hizo su propuesta, fue lo más egoísta, superficial y frívolo que hubiera podido pensar mi joven cabecita atribulada, y sorprendentemente también lo más "normal": mi aspecto físico.

Sí, así es. Ustedes se sorprenderán: dentro de todo, yo nunca fui de darle demasiada importancia a la ropa que llevaba puesta. Después de todo huí del albergue que había sido mi hogar durante un año prácticamente con lo puesto y unas pocas prendas más. Me paseé por las calles de Los Ángeles, la ciudad de más chic y elegante de los Estados Unidos, con una remera de Aerosmith vieja y con pantalones gastados y poco me había importado lo que las otras personas pensarán sobre mí. Mierda, hasta había pasado varios días sin cambiarme de ropa o bañarme e iba a trabajar vestida siempre con el mismo atuendo viejo y gastado. A estas alturas uno podría pensar que yo no le daba absolutamente nada de valor a mi semblante, y que prefería que las personas se guiaran por mi interior más que por mi exterior.

Yo también solía pensar eso, pero ahora todo había cambiado. Una vez me contaron en la escuela que cada no sé cuantos millones de años los polos magnéticos de la tierra se invierten, causando caos y destrucción. Esto es un proceso lento, pero una vez que ocurre del todo se vuelve repentino. O sea, puede pasar de un momento a otro. Puedes estar cocinando, tendiendo tu ropa, bañándote...y de un momento a otro ya no existes más. Tu existencia ha sido absorbida y tu alma, tu infinitamente pequeña presencia (esa que resplandece como un minúsculo fueguito en el mar de pequeños fuegos que es el universo) ha sido limpiada de la faz de la tierra. Ya no existes. Y cada minúscula tragedia que se produzca en este mundo devastado es el resultado de algo tan tonto como la inversión de esos malditos polos que quieren acabarnos a todos.

Algo así fueron las palabras que pronunció esa extraña chica en el colegio, hace ya tantos años. Recuerdo que usaba un abrigo viejo y raído, una bufanda a cuadros y zapatos de charol que incluso en esos años ya eran anticuados. Era la chica nueva. Y estaba loca, loca de atar.

Durante días espié detrás de las columnas su silueta de cabellos cortos y ropas similares a las mías. Buscaba algún tipo de simpatía ancestral basada en el conocimiento de causa. Dentro de todos, ambas pertenecíamos al mismo grupo social: el de los alienados sociales, los marginados, los que distraen a las autoridades con espejitos de colores para evitar que les quiten lo poco que les queda. Así solía describirnos mamá, con el cigarrillo colgando de los labios y un gesto desafiante en su cara pálida y decolorada por las adicciones, mientras le pedía al juez ayuda humanitaria para nosotras tres y nuestros vecinos, ya que nos moríamos de hambre y la nieve tapaba nuestras casillas precarias. Obviamente no nos la dieron, pero ese no era el punto en aquel momento. Yo lo único en que pensaba en aquellos días, a la ingenua edad de 11 años, era en hacerme amiga de aquella niña de edad indefinida y ropajes poco ostentosos, que se la pasaba hablando del fin del mundo y cuya imaginación retorcida la llevaba a reflexiones filosóficas y extraños delirios cósmicos.

Lo intenté con todas mis fuerzas durante mucho tiempo. En los recreos me aproximaba a ella: le hablaba, intentaba que nuestras conversaciones tuvieran algún tipo de conexión, algún nexo que pudiera unirnos en una pacífica amistad. Pero no hubo resultado: la niña se limitaba a mirarme con una expresión sumamente intrigante en sus ojos oscuros, y luego se marchaba murmurando cosas incoherentes sobre "Como la amistad no serviría cuando nos llegara a todos el final". Eso, en mi candidez infantil, no me desanimó: solo me impulsó a aproximarme aún más como una Pandora del siglo XX que busca permanentemente lo prohibido.

Al final, todo terminó como se sabría que terminaría: en fracaso. Ya Nancy lo había pronosticado: esa niña no traía nada bueno. Al final no se adaptó (por obvias razones) a la escuela: los niños no la querían y la trataban de "rara", epíteto que ella correspondía con acusaciones y murmuraciones confusas sobre la vida. Pocos días después de una reunión apresurada con las directivas de la Escuela Primaria de Blue River, se la llevaron por la puerta. Aún recuerdo el leve roce de su larga falda remendada contra el suelo mientras se iba. Nunca más volví a verla. Se fue, y a pesar de que en Blue River nos conocíamos todos, fue imposible conocer el nuevo paradero de esa extraña niña que nos había tomado a todos por sorpresa en su arremetida contra la mediocridad y la falta de espíritu.

War in the Jungle (GUNS N'ROSES) #HairRock #GNRAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora