Capítulo 78: Back in Black

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Hasta el día de hoy me es difícil definir con exactitud esa temprana época en la que todo en mi vida terminó por decidirse de la peor manera. Sí, es extraño que lo diga ahora, con una vida ya decididamente encaminada y con varios años más a cuestas que trazan un abismo con los momentos más críticos de mi corta existencia, que ya deberían haber quedado enterrados bajo severos pies de concreto, cimientos que edificaría mi alma para resurgir de sus cenizas y alzarse a los cielos cual rascacielos de Wall Street. Sin embargo y a pesar del verdadero éxito que he experimentado en los últimos tiempos, que a cualquier ser mundano (como diría Cliff) lo cegaría y facilitaría su pronto olvido de sus orígenes, a mí solo me retrotraía más y más hacia el pasado, como un lobo que, aún criado en la cálida y engañosa guarida de los humanos, siempre terminará por regresar a la manada natal, guiado por un impulso natural e irresistible que derriba cualquier racionalidad. Algo así, salvando nada más las distancias y los entornos, era lo que me sucedía a mí misma con el recuerdo de mi pasado, esas memorias que parecían hundidas en un mar bullicioso, desaparecidas para siempre entre las últimas aventuras que mis neuronas habían soportado con imprevista estoicidad, buscando soluciones entre los puzles y el camino para salir del laberinto. Sin embargo, como un salvavidas de plomo que solo sumerge más al condenado al ahogamiento fatal o el iceberg que rasgó el costado de tantos barcos y truncó tantos sueños de luces de la Gran Manzana, esas memorias terminaban por reflotar en mi cabeza cada cierto tiempo. Se iluminaban, de manera similar a los recuerdos de la domesticidad en la cabeza del anterior lobo asilvestrado, como flashbacks que lo separarán del resto de la manada hasta el día de su muerte. Porque él sabe que no importa cuánto se mimetice con aquellos que eran suyos pero dejaron de serlo y cambiaron de color y de Dios, que en el fondo de su mente las memorias le recordarán que siempre será otro. De esos que los victoriosos no incluyen en los libros de historia. Un diferente. Un relegado al papel de segundo debido asu historia condenatoria, cual anotaciones en el legajo de un asesino. Diferente. Por siempre, distinto.

Mis reflexiones pueden ser un poco extrañas osonadas (como se referiría mi madre al estado actual de mi tío Tony años atrás, que bailaba en camiseta en la nieve recién caída y aparecía cada vez con vestimenta más ridícula que la anterior) pero corresponden a alegorías que hace mi mente tras años de literatura susurrada en la oscuridad y lectura de clásicos literarios que mi madre me pasaba a escondidas, casi como si fueran obras salidas de la mismísima mano de Satán. Quizá esa fuera la asociación que ella misma hacía con su pasado: Una jovencita correcta, que a razón de sus ideales había sacado sus garras y su colmillo definitivo y terminado con dos hijas que mantener, siendo una junkie de manual en una ciudad siempre inerte que reposaba bajo capas y capas de sueños muertos y enterrados. Quizá suene un poco extraño comparar una mujer con una criatura salvaje, o a mí misma con el lobo cimarrón cuyo pasado condenará por siempre. En mi defensa, diré que esa reflexión no es mía, sino de Cliff. El muchacho de los fémures larguísimos y el lenguaje poético, que fumaba marihuana y bebía del pico de las botellas de whisky irlandés, que dormía despatarrado y de costado y se mordisqueaba las nacientes de las uñas en silencio, en su afán de no perturbar jamás a la bestia que se ocultaba (según una frase recogida en un texto de Lovecraft) en las tinieblas más oscuras del corazón de todos los hombres. Ese chico con un comportamiento tan particular, que a veces rayaba en lo obsceno y a veces me asombraba en su carácter culto. Un muchacho con todas las de ganar en una sociedad dispuesta a mostrar sus dientes y arrancar las carnes de los huesos en su afán por llegar más alto. Él, dentro de todo, tenía su sabiduría. Y el tiempo compartido conmigo había sido un proceso de aprendizaje continuo, en el cual muchas ideas habían quedado grabadas a fuego en mi memoria, inculcadas por su voz ridículamente gruesa y sus manierismos vocales que incluían un par de notas incomprensibles en la cúspide de su alcoholismo. No podía negar la importancia del chico de las piernas interminables en mi vida, como Freud no podía negar a Nietzsche, aquel loco insano que lo había inspirado a destapar las locuras mentales de la gente. Quizá en el fondo Cliff y yo fuéramos parecidos a ellos dos, en otras circunstancias y otros tiempos distintos. Quizá yo fuera el joven aprendiz que de la mano de su maestro de largo cabello y tatuaje sonriente se había sumergido en las montañas de la locura. Quién sabe. Creo que ni el Diablo entendía el vínculo que nos unía.

War in the Jungle (GUNS N'ROSES) #HairRock #GNRAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora