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1: Momotaro



La tarde había pasado más rápido de lo normal. Con un celular en mano, un joven de cabellera azabache corría por las calles apresuradamente. A grandes zancadas atravesaba los jardines de los vecinos. A la distancia, un complejo de departamentos se alzaba. Al llegar a la entrada, revisó el mensaje de texto y machucó uno de los botones del intercomunicador.

No hubo respuesta.

La hora seguía corriendo. Solo dos minutos más y tendría que verse forzado a regresar a casa con las manos vacías. Sin tener otra opción, él marcó el los dígitos en su teléfono reiteradas veces, pero la femenina voz de la contestadora era la única que le respondía de forma monótona. Frustrado consigo mismo, soltó un par de lisuras al aire y pateó una lata de gaseosa en dirección a la pista. Súbitamente, el tono de su móvil lo alertó al igual que la vibración.

Buenas tardes, Yuichiro. Disculpa por no responder. Gracias por haber venido. La llave está debajo de una de las macetas. Por favor, cuida muy bien de él. Tu paga la depositaré como acordamos.

Yuichiro frunzo ceño y lo guardó, adentrándose a la recepción. En el elevador, presionó el tercer piso sin dejar de preguntarse cómo era posible que un completo desconocido le tuviese tanta confianza. No solo le dejaba las puertas abiertas de su vivienda en una bonita zona, sino también se haría cargo de su mascota por un par de horas.

Cuando las puertas se abrieron, él cruzó por el amplio pasadizo hasta encontrarse con el hogar indicado. Había dos macetas a los lados con un par de gnomos que no dejaban de sonreírle tétricamente. Bajo una de las tantas cerámicas, encontró una tarjeta y la deslizó por la puerta. De un click, ésta se abrió por completo.

En medio de la alfombra, una bola de pelos gris se revolcaba. El pequeño animal no dejaba de ladrarle al hueso de hule mientras que lo olfateaba y gruñía cuando emitía ese molesto chillido. Luego de cerrar la puerta tras él, el cuidador se arrodilló y dejó que el cachorro venga hasta él.

—¡Hola, pequeño! —pió, retomando el aliento después de correr una maratón—. ¿Cuál es tu nombre?

Había llegado a tiempo. Todavía no podía creer que un trabajo tan simple fuera a pagar todas sus deudas. Hasta tuvo la intención de renunciar su trabajo en oficina para ser un niñero de perros por ocho horas como lo pide la ley. Si hubiese llegado un minuto más tarde, el trato se hubiese cancelado.

El perrito solo replicó a ladridos.

—Debes tener hambre.

Con la intención de buscarle un puñado de croquetas, se incorporó. Su mirada escaneó cada rincón de la sala. Toda la decoración era muy moderna por los vivaces colores y la bonita combinación del negro y el blanco. Después de deslumbrarse con aquella habitación, pasó a la cocina y un aparato cuadrado le llamó la atención. Éste había sido colocado en medio del counter y poseía una nota adherida: Reprodúceme.

Extrañado por encontrar una grabadora tan vieja, hizo caso de la indicación y un zumbido se escuchó. Era el sonido de una lluvia durante una mala llamada. La voz que hablaba no se podía entender para nada. Le pareció escucharla cantar, pero puede que haya sido parte de su imaginación.

Yuichiro no tuvo más remedio que mandarle un mensaje.

Gracias por informarme. Estaba tan cansado el día de ayer que debo de haber grabado mal el mensaje... No te preocupes. Solo dale de comer y hazle compañía por una hora más. Había dejado las instrucciones en la grabadora para que le apliques la crema en su pelaje. Será la próxima vez. Gracias, replicó en tres largos mensajes.

—¿Por qué no se descarga una aplicación y lo graba? Este tío es la definición de raro.

Al finalizar su ardua búsqueda, logró encontrar las galletas y su plato. Él lo vertió de comida y se sentó a su lado, observándolo atragantarse. Mientras que se alimentaba, su placa se mecía en su cuello. Su nombre era Momotaro.

Entre huesos y pulgasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora