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4: Mensaje


Al finalizar su turno, Yuichiro se despidió de sus compañeros y bajó por los escalones alfombrados. Con cada paso que daba, los murmullos se hacían más altos. Risas, discusiones, historias buenas y muy malas se entreveraban en todo el comedor. Ni bien ingresó al primer piso por una de las puertas autorizadas para personal, observó que el restaurante estaba explotando de comensales. Los fines de cada mes, la gente gustaba engreírse y derrochaban su dinero en buena comida. Él avanzó entre la multitud, despidiéndose de los meseros y salió por la entrada principal.

A zancadas, con un hambre voraz y un cuerpo exhausto, se dirigió hasta la parada de bus en donde terminó desparramándose en el asiento. Mientras esperaba el último transporte de la noche, Yuichiro dejó que la fría brisa lo relaje. Aquel parque que se encontraba a su espalda era lo único bueno del día al regresar a casa. El aroma de las flores era lo más cercano que podía tener a un descanso, después de que su nariz fuese atacada por los intensos olores de la cocina.

Por un momento, consideró mandar todo al demonio y quedarse a dormir. Cabeceando con los ojos entrecerrados, Yuichiro parecía estar perdiendo la consciencia cuando un ladrido lo despertó. Sus ojos viraron en dirección al camino por donde había venido y observó a una muchacha pasear con un gigantesco perro de pelaje largo y blanquecino. Su esbelta estructura no se comparaba a la del pobre Momotaro quien era mucho más pequeño. El cachorro de su cliente tenía el hocico corto, una oreja mordida por las ratas, una patita torcida que lo hacía cojear y un pelaje áspero que podría raspar como una esponja para cacerolas. Pese a su demacrada figura, Momotaro era el can más dócil que había conocido.

Lo extrañaba.

Desde que recibió su sueldo, a tan solo un par de días para el fin de mes, Yuichiro no ha sabido nada de su cliente. No le mandó mensajes ni le dejó la grabadora. El último que le mandó fue la confirmación de su depósito y un agradecimiento breve. Al día siguiente comenzarían otro mes y no tenía noticias de él ni del perrito. Desde su llegada a la capital, no había hecho otra cosa que no fuese ir a la casa de ese hombre. Por más que fuese tonto admitirlo, visitar a Momotaro y ver películas con él lo habían relajado. A decir verdad, Yuichiro siempre quiso tener una mascota, pero debido a sus bajos ingresos, no podía darse el lujo de tener una. Angustiado por los recuerdos de todas las adversidades que tuvo que batallar para llegar hasta aquí, trató de olvidarse de ello. Posiblemente, nunca fuese a ver al cachorro otra vez. Mucho menos conocer a su misterioso cliente.

El bus hizo su parada usual, permitiendo que un par de pasajeros desbordé el vehículo. Una vez libre, Yuichiro se sentó en medio y apoyó su cabeza sobre el cristal. El motor se puso en marcha y comenzó su recorrido por las calles. Al pasar por su zona, una de las tiendas todavía seguía atendiendo. Ahora que lo recordaba, no había comprado ni un tomate para poder prepararse una merienda decente. Él retiró su teléfono de su chaqueta, considerando bajarse de inmediato antes de que la hora le ganase. Sus ojos parecían desorbitarse en cualquier segundo cuando un mensaje ocultó el reloj de su móvil. Indudablemente, era él.

Buenas noches, Yuichiro. Espero que no te esté contactando muy tarde. Tengo un percance y pensé si tendrías la amabilidad de ir a alimentar a Momotaro. ¿Podrías ir a darle de cenar? Sé que ya va a ser medianoche, pero no podré volver a casa por hoy. Estaría encantado de darte una bonificación a tu paga usual diaria. Además, si no has comido, pagaré tu cena. Puedes servirte lo que desees de mi refrigeradora.

Yuichiro no lo pensó.

Estoy en camino.

Entre huesos y pulgasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora