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10: Verdad

Mikaela era un hombre muy guapo, pese a lo terrible que se veía por el momento. Sus ojeras, su finos labios partidos y su desalborotada rubia cabellera. Su largo saco negro cubría su traje de trabajo y sus zapatos estaban llenos de barro. Una que otra pajita se había adherido a las suelas. ¿Dónde se había metido?

Embelesado, Yuichiro no supo qué hacer más que comenzar a sollozar. Mikaela se tensó momentáneamente cuando la frente de su cuidador cayó sobre su pecho. Afectivamente, le acarició la cabeza y lo envolvió en sus brazos. Yuichiro reaccionó y se alejó de inmediato, con mocos y todo. Él los trató de aspirar pero fue en vano. La mucosidad colgaba. Avergonzado, trató de esconderlos con su mano, pero Mikaela ya tenía la solución a sus problemas. De su bolsillo, sacó un pañuelo y se lo entregó.

—Al bajar del avión, me llegó un correo del amigo de Shinoa y me enteré de lo sucedido muchas horas después —le informó con aquella voz tan adictiva—. Felizmente, la cita se canceló y pude venir mucho antes. ¿Necesitas un lugar dónde quedarte?

Yuichiro solo asintió, limpiandose los mocos.

—¿No sería mucha molestia?

Mikaela lo miró fijamente. Sus labios para ser precisos.

—Yuichiro, ¿podrías repetir lo que dijiste?

Un poco acobardado, Yuichiro repitió a su pedido. Sin embargo, la fija mirada que tenía Mikaela sobre sus labios hizo que se ponga incómodo. Mikaela se percató de sus acciones y parpadeo reiteradas veces. Él se alejó un poco del azabache.

—Lo siento. Mi batería se murió en el trayecto y... Bueno. Llegar a casa fue una misión casi imposible.

Al levantar su cabellera, Mikaela reveló el aparato para una de sus orejas. Eran audifonos. Yuichiro entendió que se estaba valiendo de tan solo sus labios para entenderlo. Pero lo peor fue cuando las luces del pasadizo se encendieron.

Lo podía ver con claridad.

Su saco negro estaba empolvado y Mikaela no se mantenía muy bien de cuclillas. Parte de su pierna también estaba igual de sucia y su traje tenía arañazos.

—Mikaela, tú...

Por fin, Mikaela pareció darse cuenta que Yuichiro no era ningún tonto. Él solo le sonrió risueñamente.

—Tenemos que ir a una clínica.

Mikaela sólo lo miró sin entender.

Yuichiro se puso de pie e ingresó a la vivienda. Él corrió por todo la sala, casi ignorando al pequeño Momotaro y se metió al cuarto principal. Era la primera vez que entraba y no tuvo tiempo de admirarlo. Simplemente, se fue directo a los cajones y sacó un par de pilas de la última gaveta cuando los encontró. Cuando volvió a la sala, Mikaela seguía de pie, apoyándose con su maleta. Era obvio que estaba cojeando.

Yuichiro le entregó las pilas y esperó a que se las cambiase.

—No creo que sea nada grave, Yuichiro. Tal vez solo necesito descansar del viaje. Puedes quedarte aquí si lo deseas. No creo que...

—¿Fuiste embestido por un auto?

—Es la primera vez que escucho tu voz. Me gusta el sonido que tiene.

Yuichiro se sonrojó como nunca e intentó concentrarse nuevamente.

—¡No me cambies de tema! Te atropellaron, ¿no es así? —inquirió enojado al guiarlo a la puerta. Yuichiro pasó uno de sus brazos por sus hombros—. ¡Vamos! Te llevaré a la clínica.

Mikaela no protestó y lo siguió en silencio. Ambos tomaron un taxi y llegaron al centro más cercano. En la sala de espera, Yuichiro no paraba de insistir a una de las señoritas para que lo atendiesen de inmediato.

—Yuichiro —lo llamó.

Él se volvió a su cliente y se acercó. Estaba fuera de sí. No podía creer que su día iba de mal en peor. Mikaela no se merecía nada de esto. Le daba una rabia inmensa.

—Yuichiro —insistió, palpando el asiento del costado—. Siéntate conmigo.

Entre huesos y pulgasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora