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6: Intriga



Yuichiro no había recibido ni un solo mensaje después de lo sucedido. Cuando despertó, tuvo la gran necesidad de hablar con su cliente. Tenía que preguntarle una infinidad de cosas y disculparse por haberse quedado dormido con Momotaro. Pero sobre todas las cosas, quería su nombre.

Tres días han pasado desde su último contacto, lo cual lo torturaban. No era por el dinero que dejaba de ganar, era el simple hecho de que Yuichiro no se armaba de valor para tener las respuestas a todas sus intrigas. Había accedido al número de ese misterioso personaje cientos de veces y ni una vez lo marcó.

Angustiado de que probablemente nunca sepa de quién se trata, Yuichiro apretujó su celular mientras seguía deambulando por la sección de panes del supermercado. Como era su día libre, podría prepararse un delicioso desayuno. Por un segundo, volvió a recordar el lindo gesto de su cliente y una extraña sensación lo invadió. No sabía cómo describirlo.

Con firmeza, Yuichiro dejó su canasta a un lado y miró su pantalla fijamente. Al ingresar su clave, el teléfono de su cliente reapareció y machucó el botón verde. Estaba timbrando. Timbró cinco veces. Fueron los segundos más largos de toda su vida. No sabía por qué, pero se encontraba súper ansioso de saber cómo se escuchaba su voz. A la séptima no hubo respuesta. Nada. Con un decepcionado semblante, tuvo que colgar.

Las horas pasaron y ya iba a ser mediodía. Recostado en el sillón, Yuichiro no dejaba de ver su teléfono con em rabillo del ojo. Necesitaba respuestas, ¡y ya! Repentinamente, su pantalla brilló y lo cogió como si fuese la última botella de gaseosa en el desierto.

No lo recuerdo. Creo que su nombre era Michael o algo así. El correo en cadena lo borré. Cuando nos contactamos con él, salía su información en la parte inferior. Lo que sí recuerdo era que trabajaba en temas relacionados a inmobiliarias. ¿Por qué no lo buscar en Facebook?

Tan solo fue un mensaje de uno de sus amigos. Eso se lo había mandado el día de ayer y el desgraciado recién se dignaba a responder. Al menos tenía una idea de dónde sacaba tanto dinero su señor cliente.

Gracias, Shinoa. Lo buscaría en Facebook si tuviera su nombre. Si no se llama Michael como tú dices, me pregunto qué clase de nombre tendrá el señor.

Yuichiro avanzó hasta su ordenador y lo prendió, esperanzado en poder encontrar más pistas sobre su empleador.

¡Es que no me acuerdo! Como secretario en una firma de abogados, ¿sabes cuántas personas tengo que recibir? ¡Al menos tu estás tranquilo en una oficina como asistente de recursos humanos de un restaurante con comida gratis! A mí ni siquiera me tiran un pan duro. ¿Y qué onda contigo? ¿Señor? Tu cliente es de nuestra edad, según lo que averigue. No seas idiota. No necesitas un nombre. Usa su número telefónico tanto en Facebook como en Google.

Cuando llegó a la última oración del mensaje, Yuichiro se puso a tipear como loco. Cerró sus mensajes y fue directo a sus contactos, revelando las cifras. Primero las ingresó por Facebook. Lastimosamente, se llevó con la sorpresa que no tenía un perfil creado. Ligeramente extraño para alguien que supuestamente rondaba sus veinti-tantos años.

Seguidamente, salió de ahí y se metió a Google como le recomendaron. Al apretar enter, sus dudas habían sido resueltas. Su nombre no era Michael. Era Mikaela.

Cientos de páginas lo mencionaban, pero ninguna de ellas salía su fotografía. Hasta ingresó a la página web de la empresa en que trabajaba.

Sumergido en tanta intriga, Yuichiro revisó cada enlace y rincón de éste hasta que dio a parar con un fotografía de todos los afiliados. Pero de todos ellos, ¿quién era?

Entre huesos y pulgasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora