—Es culpa de los curas —dijo sin más.
—Sí... —murmuré, apurando el trago de cerveza. Hacía calor y comenzaba a sentirme mareado.
Él continuó:
—Por eso tuve que casarme. —Levantó el vaso y lo acercó a sus labios, pero no bebió—. Ya está caliente —comentó en su lugar.
—Entonces pida otra, va de mi parte —lo insté.
—Me sabe mal dejar un vaso de cerveza sin terminar.
—A mí me sabe mal que la gente beba cerveza caliente.
—No has cambiado nada.
—Usted ha cambiado por completo.
—No lo creo —murmuró viendo fijamente su vaso—, es sólo que cuando uno es estudiante, los maestros parecen criaturas salidas de algún sector remoto del universo.
—Más que un extraterrestre, usted me parecía un delincuente.
El maestro rió.
—¿Por qué?
—Jamás había tenido un maestro tan joven.
—Comprendo —sonrió—. Aunque no era tan joven, sólo lo aparentaba.
—Ah.
El maestro y yo nos habíamos encontrado por pura casualidad, cosas que pasan porque sí, sin más razón, y todavía no tenía claro si debía llamarlo profesor, maestro, o utilizar su nombre; con un par de cervezas encima, sin embargo, dejó de importarme.
—Entonces, por eso me casé.
—No pinta bien —dije yo—, que un profesor de educación media se pase la vida soltero, despertaría demasiadas sospechas.
—El director del Centro me lo insinuó —agregó, dándome la razón.
El vaso de cerveza seguía igual que hacía diez minutos atrás. Yo me apresuré y pedí otra ronda. Tomé el vaso de la mano del maestro y le tendí el nuevo. El cristal sudaba, el líquido todavía burbujeaba y la espuma aún no se desvanecía. Apuré el trago para no dejar escapar ningún detalle. Tengo la costumbre de cerrar los ojos cuando tomo un sorbo largo, sin importar el tipo de bebida; y el maestro se me había presentado esa noche como una especie de revelación. Una reconciliación con mi pasado.
—Pero como es de esperarse, el matrimonio no funcionó.
—Eso sospeché —dije, mis labios rozando el vaso del que ya no me atrevía a beber.
Acababa de regresar a la ciudad unas noches atrás; apenas había conseguido un apartamento decente en el que residir y, ya más relajado, había decidido salir a matar algo de tiempo. No supe cómo fue que mis pies me transportaron hasta allí, pero más me sorprendió encontrar a mi antiguo profesor de Sociales en un bar de ambiente. Sentí que debía dejarlo en paz, pero algo dentro de mí me instó a acercarme a saludarlo. Él me recibió con una sonrisa demasiado alejada de las sonrisas que recibí cuando yo todavía era su estudiante y él mi maestro, pero no me incomodó; tendí mi mano y él la recibió con un fuerte apretón: «Es bueno verte después de tanto tiempo, Hadrien».
Mi pecho se tensó un poco al escucharlo pronunciar mi nombre. «Yo ni siquiera recuerdo si alguna vez supe el suyo» —pensé. En mi juventud, lo había encontrado un pésimo profesor, pero no puede ser tan malo alguien que, después de conocer a tantas personas, recuerde tu nombre con tanta claridad.
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Como hojas secas (Gay)
General FictionUn encuentro fortuito entre un joven y uno de sus antiguos profesores inicia una serie de citas absurdas en su cotidianidad y en la calidad tan aparentemente superficial de sus conversaciones. Pero con el tiempo transcurriendo y la comodidad asentán...