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Mis días en la universidad estuvieron llenos de monotonía y desmotivación. Recuerdo no haber entablado ninguna amistad de peso. Se me iban los días entre el trabajo y las clases, y una de las razones por las que reuní tanto dinero en tan poco tiempo fue porque moderé los gastos, aunque no de una manera consciente; no sentía afecto ni por personas ni por objetos y mi ambición no llegaba más allá de una buena cena muy de vez en cuando. Me aparté de todo simplemente porque esa era mi naturaleza. Viví en paz. Y por todo esto, a pesar de mis problemas legales, mis ahorros siguieron siendo míos. Lo demás ya es otra cosa.

A veces me preguntaba cómo habrían sido esos mismos años para el maestro. A veces me preguntaba cómo habrían sido los años de matrimonio para el maestro, o los días con su hija. Me preguntaba también si había tenido alguna relación aceptable con alguien de su mismo sexo, o si había vivido temeroso, escondiéndose, o tan enfocado en su carrera como docente como para arriesgarse a perderla. Ahora la había perdido, y aunque no había sido mi culpa, a veces me pesaba. Quería creer que el maestro había tenido por lo menos un amorío. A veces uno no busca a las personas para disipar la sensación de soledad, sino para compartir algo de uno mismo. Y quería creer que el maestro, en otro tiempo, otro tan diferente al que compartíamos y al que compartimos cuando yo era su alumno y él mi maestro, se había querido lo suficiente a sí mismo como para querer a alguien más. No me importaba. Sólo trataba de justificar las pérdidas que había sufrido. Jamás le atribuí nada a su cobardía, y tal vez era lo único que había en realidad.

Yo mismo era un cobarde. Si bien jamás me escondí, la distancia tan demasiado prudente que siempre establecí entre el mundo ajeno y el propio fue realmente exagerada. Sí, esta distancia me proporcionó ciertas seguridades. Aparte del asunto en el bar, jamás me vi envuelto en un incidente de tal naturaleza, ni en incidentes amorosos de ningún tipo. No lo reprocho ahora ahogándome en interminables «¿y qué tal sí...?», simplemente lo admito. Tal vez por eso no sentía que podía reprocharle algo al maestro. En un tiempo, aunque uno distinto al suyo, yo había sido igual.

—Mañana, mañana... —murmuró el maestro. Yo estaba ido en el bullicio debajo del balcón.

El maestro se me acercó y me besó la cabeza. Acomodó una silla y se sentó a mi lado, no obstante, siguió con su lectura.

Era bueno pasar fines de semanas así, juntos pero en silencio. Yo cocinaba el almuerzo, él la cena. Desayunábamos lo primero que encontráramos, o bajábamos al pueblo a dar una pequeña caminata, a sentir el movimiento de las personas y el olor a pescado fresco.

—Nombre, nombre... —continuó murmurando. Sólo leía en voz baja.

Me tomó la mano de pronto, me sonrió. Se veía el cambio a veces, en esa sonrisa, aunque otras era más invisible, existía porque yo sabía que estaba ahí. Muchas veces me pregunté si no me engañaba a mí mismo, pero entonces lo veía a él haciendo las cosas que siempre hacía, adivinando cierta novedad en sus gestos, cierta ingenuidad en el tono de su voz, y todo desaparecía, sólo quedaba lo que él era ahora que estaba conmigo junto lo que él era ahora cuando estaba sin mí.

—Estas son cosas de otro mundo —comentó, dejando el libro a un lado.

Yo estaba somnoliento, bostecé y acomodé la cabeza de tal forma que veía el perfil del maestro perfectamente. La luz del sol delineaba las finas líneas de su perfil, casi las difuminaban. Pensé que tenía algo malo en los ojos, pero hay ocasiones en que las personas brillan así, sin que uno lo espere. Apreté su mano y sonreí.

—¿Qué leía, maestro?

El maestro me apretó la mano de vuelta, pero no me contestó.

Lo de «maestro» ya estaba superado. Desde hacía tiempo tendría que haber notado esa manera tan mía de pronunciarlo. Seguro seguía atrapado en la infinidad de «maestro» que escuchó a lo largo de su carrera como docente, y el mío sólo terminó siendo un eco más, cuando no lo era, jamás lo había querido yo así, y me alegró mucho cuando al fin lo comprendió.

Como hojas secas (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora