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Al final, no fuimos al festival de cine francés.

—Muchos considerarán ciertas películas como arte, pero al fin y al cabo, si hace que te quedes dormido, lo artístico deja de importar. Lo artístico es sólo una excusa para aquellos cuyos gustos no son del todo aceptados. El arte es la excusa de las minorías. En estos tiempos modernos, al menos.

—Jamás esperé escuchar algo como eso de usted, maestro.

No había patos en el lago. No sé por qué creí que sería el caso. Incluso había guardado una rebanada de pan del sándwich que había comido mientras esperaba al maestro, pero esa rebanada terminó en la basura. Y mi anhelo de alimentar patos se fue con ella.

El aire se sentía fresco. El olor del lugar no era del todo agradable, pero reconfortaba. Estábamos sentados en una banca y del otro lado de la baranda se veía claramente el lago. El agua verde y turbia apenas alcanzaba a reflejar el sol; había nubes en el cielo. Era la hora del almuerzo. Casi todos los botes estaban amontonados en la orilla contraria.

No habíamos ido al cine francés porque el maestro tuvo entrega de calificaciones del curso del cual estaba encargado. En mi apartamento, el viejo teléfono de rosca sonó y la voz femenina del otro lado me proporcionó unos cuantos datos, y en la fecha estipulada me encontré realizando exámenes psicométricos. Me sentí bastante abandonado y, mientras esperaba los resultados, sólo pensaba en el maestro. Pero no obtuve el empleo y pude seguir con la vida de siempre.

—Jamás había venido a este lugar —dije.

—Yo sí. Con los alumnos de primero.

—¿Está ahí el hijo que hubiera deseado?

—Está en último.

—Una pena.

—De todas formas, nuestra relación se ha enfriado.

—¿Y eso?

—Rumores.

—Ah.

—Probablemente, en un par de días nos encontremos en la misma situación.

—Espero que no.

Comenzamos a caminar. Bordeamos lentamente la baranda que rodeaba el pequeño lago hasta llegar al sitio en donde alquilaban los botes. Me pareció una cantidad exagerada en comparación con la extensión de agua, pero no hice ningún comentario al respecto.

De a poco nos fuimos alejando del lago. Las familias y las parejas descansaban sobre las mantas que habían tendido sobre la grama. Las copas de los árboles se mecían con calma, bailaban con los rayos del sol y esto se reflejaba en el suelo creando un ritmo bastante contagioso. Levanté la vista, las nubes se habían esfumado.

—El director del centro me llamó —dijo el maestro. Nos habíamos quedado cerca de un gran árbol que no pude identificar y el maestro, mientras hablaba, miraba las grandes ramas sin siquiera parpadear.

—Sea o no cierto, la verdad es que ese tipo de rumores jamás traen cosas buenas —dije a mí vez, buscando un lugar en donde sentarme.

El maestro se sentó a mi lado, bastante cerca, y recordé nuestra salida de la otra vez. Nuestros hombros se rozaban. Quería tomarle la mano y decirle que todo estaría bien, pero ni yo estaba muy seguro de ello.

—Es por eso que evito esa clase de chicos a toda costa —suspiró—. Lo cierto es que casi nunca lo consigo.

Las ramas crujieron, un par de hojas cayeron sobre nuestras cabezas. Tomé una y la desmenucé de a poco. Las yemas de los dedos me quedaron verdes y con un regusto amargo. Estuve a un minuto de quedarme dormido con la cabeza apoyada en el hombro del maestro, pero el repiqueteo, que provocó en mis oídos esas vívidas risas infantiles, hasta hizo que me enderezara.

Como hojas secas (Gay)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora