No vuelvas.

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Hace mucho que no te escribo. A ti, que hiciste del tiempo cadenas, cadenas que cuelgan de mis ojos y nunca se irán.

Eres esa herida que ni duele ni cierra. Más que tú, tu ausencia.

Y dicen que el tiempo cura todo, pero eso es para los que miran otros relojes. Luego estamos los otros, los que nuestro epicentro del desastre es nuestro cuello y alrededor de él bailan las agujas y giran y giran hasta quedarnos sin aire. Por eso el tiempo siempre hará eco a la excusa de que el ahora nunca es suficiente.

Echo de menos todo lo que deberías haber sido, no a ti.

Dime, ¿qué camino sigo para olvidarte? ¿Cuántas veces tendré que escribir sobre la misma herida para que mi piel decida cerrarte?

Dime, ¿por qué si te fuiste no lo hiciste del todo?

Y estoy cansada de escuchar de otras bocas que todo se olvida, que todo cura, mil formas de decir la mismas mentira con otras palabras. Nadie olvida, ignora. Nada cura, se supera. Y lo sé porque está herida llegó antes que yo y no duele, pero escuece. Escueces siempre al borde, al borde de unos ojos que ya ni quieren ni necesitan verte, no a ti.

No me haces falta tú, no te echo de menos a ti, sólo a lo que deberías haber sido. Y no me cansaré de decirlo, no vuelvas por mucho que doliese.

No vuelvas aunque muchas veces lo pidiese.

No vuelvas porque dueles más de cerca.

No vuelvas, porque no te lo mereces.

No me lo merezco.

Así que, por favor, no vuelvas.




Donde se suicidan las metáforas. ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora