Donde se suicidan las metáforas. ©

Tú

Quizá sea el silencio lo que aprieta, quizá sean las palabras que en un vacío que ya no lleno, me están ahogando. Quizá sea el ya no saber nunca que decir ni en que pensar, quizá, sólo quizá sea de nuevo esa suicida que pasea por el borde con cuerda pero en el cuello. 

Quizá esté viviendo mi propia obra de teatro, tan buena actriz que me haya creído esta mentira. Hace eco lo que no y no sé que sí. No te siento, no te escucho, no te veo. Estás ahí vacía saltando, intentando llegar, ser y no, no estás. Te busco en este marullo de pensamientos, te quiero y no. Te tengo y no. Sujeta, pero sin apretar. Encontrada, sin saber que buscar. 

Palabras. Tinta. Palabras. Poco más. 

Cada vez tiemblan más las manos , te miro y no veo más que reflejos. Si intento llegar a ti, no siento. Si intento verte, me ciego. Bailas. Bailas sin mirar al borde, sujeta a una cuerda que no mata pero sigue ahí. 

Viva. Lates. Miras. 

Pero te toco y no sientes. Tus ojos se posan en un lugar al que no puedo llegar. 

Y es ahí mirándome al abismo, sintiéndome lejana donde no sé si esto es vida. 

Esquivas, porque no cruzarse con la piedra es mejor que tenerla. 

Las manos que tanto te solían temblar son, ahora, lo que más sujeta te mantienen. No estás. Si estás. al borde como siempre. Menos viva, menos tú, menos yo. Buscando algo que no aprieta, que te haga soltar. Buscando las palabras correctas, sosteniendo un corazón desbocado. 

Me gustaba verte ahí, aunque significase verte perdida porque sabía que si había un lugar al que siempre, siempre sobrevivías era al abismo. 

El reflejo que nos separa enfría tu tacto, te hace sentir lejana pero siempre estás ahí. 

Haciéndote eco, sujetando la cuerda, aun cuando te tiemblan hasta las piernas.