Ella era preciosa, de esas bellezas únicas, especiales.
Era hermosa, pero su hermosura era diferente, extraña y, me arriesgaré a decir que era perfecta.
Era locura, una de esas locuras preciosas que te hacen reír, reír en todo momento, que te alegran la vida, que te sacan sonrisas.
Era cordura, una de esas corduras que están ahí solamente cuando son necesarias, que obran correctamente, que toman grandes decisiones.
Era realmente genial, sí. Con su alegría llenaba almas, volvía mundos grises en círculos cromáticos, abarcando todo color de la vida.
Era fortaleza, una de esas fortalezas que te protegen de cualquier cosa, que están ahí por si las tormentas internas avivan en tu interior y consiguen que salga el sol de nuevo.
Era luz, una de esas luces que te enseñan que hay más cosas que una simple monotonía aburrida y oscura, que ayudan a continuar, que alumbran todo allá por donde van.
Era eso y más, mucho más.
Pero todos tenemos un límite.
Y un día, esa hermosura se escondió tras ropas grandes que cubrían sus complejos; su locura se apagó en el fondo de su mente; su cordura se volvió en su contra y las decisiones se convirtieron en grandes desafíos imposibles de resolver; su alegría se desvaneció en el agujero negro que creció en su pequeño corazoncito; su fortaleza se convirtió en ruinas; y su luz se apagó, dando paso a una nueva y profunda oscuridad en su alma.
"¿Qué le pasó?" os preguntaréis. Bien, yo puedo responder esa pregunta.
Un día, ella entregó todo su ser a una persona que la llenó de vacías promesas y falsas ilusiones.
Un día, dicha persona se llevó consigo todo lo que ella le había dado.
Un día, ella se quedó vacía, sola, en la oscuridad de su habitación.
Un día dejó de sonreír, de brillar, de reír; y comenzó a llorar, oscurecerse y fingir.
Un día la rompieron, y hasta ahora, nadie ha sabido arreglarla.
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Palabras Calladas ©
Poetry-Aquí, en este diario, escribiré todo lo que tanto yo como miles de personas mueren por gritar a los cuatro vientos.