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Y juro solemnemente
que cada vez que sonríes
mi corazón sonríe contigo,
feliz de verte feliz.
Y es que creo que mi gran problema
es que me he enamorado,
perdidamente, hasta los huesos,
de ti, de tu alma.
Eres esa estrella que me guía,
que me ayuda a seguir adelante,
que brilla como ninguna,
la única estrella que existe para mí.
Necesito confesar tantas cosas...
Me encanta observarte,
cuando estás distraído o me miras,
verte a los ojos,
esos preciosos ojos café.
Eres mi perdición.
Amo caminar de tu mano;
esconderme en tus brazos,
el único lugar donde me siento así,
protegida;
amo abrazarte y que me abraces,
por la espalda, o un abrazo fuerte,
de esos en los que parecemos uno;
amo los días y las noches contigo;
y morderte; y besarte
hasta perder el aliento.
Amo acariciarte,
pasearme sobre tu piel.
Y tus labios, dulce perdición,
suave delirio que me tienta,
me llama, me enloquece.
He de confesar también
que eres mi fortaleza.
Eres eso que no quiero perder.
Vivo con temor,
con miedo de ser insuficiente,
con miedo de que te canses de mí,
con miedo de que te vayas.
Tú me salvaste,
me hiciste volver a ser feliz,
volver a mostrarme,
volver a confiar en la gente.
Me ayudaste a crear a esta nueva yo,
tocaste mi alma, la salvaste.
Temo que me dejes
y todo vuelva a ser como antes.
Lo confieso, me enamoré,
como nunca lo había hecho,
y me da miedo reconocerlo,
porque me siento vulnerable.
Sería muy fácil romperme ahora,
pero no me importa.
Eres mi luz, mi aliento,
y quiero que lo sepas,
que sepas que te amo.
¡Te amo, mierda!
Te amo, cariño.
No te vayas, no me pierdas,
llena de luz mi vida, te lo suplico.
Sé mi paz en esta guerra.
Te amo, mi amor,
y puede que ya lo supieras,
pero seguiré diciéndolo:
Te amo, mi vida,
mi estrella.

Palabras Calladas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora