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¿Sabes? Soy masoquista.

Sí, soy masoquista.

Hace tiempo perdí la fe en un mañana, la fe en las sonrisas robadas, la fe en lo bonito.

Porque lo bonito, termina dañando.

Una vez conocí a alguien.

Alguien que me ilusionaba con palabras bonitas.

Alguien que me robaba sonrisas.

Alguien que me hacía ansiar un mañana.

Pero un día, esas palabras bonitas se convirtieron en un arma que me rompió en pedazos.

Un día, dejó de robarme sonrisas y pasó a robarme lágrimas.

Un día, me hizo no querer un mañana.

Y ahora viene la parte de mi masoquismo.

Encontré otros brazos, un lugar cálido en el que me sentía protegida.

Estaba pasando otra vez.

Pero esta vez era diferente.

Mi mente era plenamente consciente de que estaba volviendo a caer.

Y como polilla a la luz, me fui acercando hasta no poder retornar.

Menudo acto tan suicida el de ilusionarse, el de creer en lo efímero.

Luché contra mis pensamientos.

Sabía que acabaría hundida.

Porque nada es para siempre.

Porque soy demasiado simple como para que alguien logre permanecer a mi lado.

Porque soy terriblemente exasperante.

Porque, teniendo a miles de personas mejores, ¿quién iba a escogerme a mí?

Porque soy una cabeza con miles de locuras.

Porque no tengo un 90-60-90 ni una tez lisa y brillante.

Porque no tengo una mirada hechizante.

Porque no me visto de modo elegante, sutil, con vestidos o faldas, o tacones.

Porque no llevo la cara pintada.

Porque por cada virtud tengo diez defectos detrás.

Porque yo no veo la vida color de rosa.

Porque, simplemente, soy yo.

¿Cómo lo había hecho? Ni yo lo sabía.

Me esforcé por mantenerme alejada de todo sentimiento.

No había felicidad, ni dolor, ni tristeza.

No había ilusión.

Era un cuerpo con alma vacía.

¿Has sentido alguna vez que no había nada?

¿Que tu vida es solo un agujero negro que te absorbe y te va consumiendo?

¿Que tu túnel está tan oscuro que no ves salida?

¿Que no ves una luz que te ayude a caminar, a seguir adelante?

Yo encontré una luz.

Una luz cálida y brillante, que iluminaba mi camino.

Aunque yo ya me había adaptado a la oscuridad.

Y yo, en ese acto suicida, me acerqué a la llama, sabiendo que algún día se consumiría y me abandonaría.

Tan ingenua yo.

Pero aquí estoy, caminando por el túnel, con esa llama a mi lado.

¿Que terminaré en la oscuridad de nuevo?

Tal vez.

¿Que me volveré a romper?

Quizá.

Pero todos necesitamos luz una luz que nos facilite el continuar por nuestro túnel fácilmente.

Que nos ayude a poder esquivar las piedras con las que nos podríamos tropezar.

Puede que termine rota de nuevo, probablemente así sea.

Pero así soy yo.

Extraña.

Loca.

Masoquista.

Palabras Calladas ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora