II. Natalia

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"El trabajo en la cafetería te servirá para ahorrar algo de dinero, además Frankie es mi amigo, te ayudará en todo lo que necesites." Esas fueron las palabras exactas que usó mi padre para convencerme de aceptar el trabajo vacante en aquella cafetería. Para empezar, el tipo no me ayudaba en nada, le gustaba ordenarme y no dejaba que estuviera en paz ni cinco minutos seguidos, siempre estaba reclamándome y dándome "consejos" para mejorar en mi servicio al cliente. Y la segunda cosa que estaba mal en la predicción era eso de ahorrar algo de dinero. El salario no era bueno pero me convencieron al decirme que recibiría muchas propinas. ¡ERROR! Al parecer las personas dejaron de dar propinas hace mucho o te dejan una vieja pulsera con el discursito de que tiene poderes del universo.

Debería haber estado estudiando biología en la comodidad de mi cama pero, en cambio, estaba doblando servilletas porque, aunque no había clientes, tenía que seguir trabajando.

El trabajo apesta. Sí, te emociona la idea de poder recibir algo de dinero y pensar en todo lo que podrás comprar con eso. Pero lo que no te dicen es que una vez que recibes el primer salario y no te alcanza para todos tus planes quieres más y más y más.

"Sólo piensa en lo que te podrás comprar" me dije a mi misma mirando el tarro de propinas casi vacío. Metí mi mano en el frasco para sacar la vieja pulsera negra que el muchacho raro había dejado. No era más que un conjunto de hilos en nudos, no parecía especial y definitivamente no tenía poderes especiales para ayudar a aprobar exámenes de biología. Me quedé mirándola como si esperara que me hablara y me dijera algo como "sí, úsame, te ayudaré a aprobar" pero estaba vieja y podrías estar casi deshecha sino fuera por algunos nudos que ayudaban a que resistiera.

- Ya que, - dije en voz alta. - no hay forma de que logre leer más de una vez ese libro. ¿Me estás escuchando pulsera superpoderosa? Necesito tu milagro.

"Genial, ya parezco una loca" pensé mientras me ponía la pulsera en la muñeca derecha.

- ¡¿Qué tal tu primer día de trabajo?! - gritó mi padre apenas cerré la puerta de la entrada principal de nuestra casa. Se escuchaba emocionado aunque, a decir verdad, él siempre parecía muy feliz hasta de respirar.

- No creo ser la empleada del mes. - respondí dejando mi mochila en el piso y caminé hacia la cocina donde supuse que mi padre estaba.

- Seguro estás exagerando y fue un buen día, quizá no el mejor pero si uno bueno.

- ¡Nadie ordena café! ¿En qué clase de cafetería nadie pide café? Ni siquiera tuve chance de acercarme a la cafetera porque nadie lo solicitaba. Querían mates, hamburguesas con nombres ridículos, jugos sin azúcar, pero nadie ordenó un maldito café.

- Ellos se lo pierden. - dijo él blandiendo la espátula en el aire. - Tu madre también trabajó de mesera cuando era joven y lo hacía bien, algo de ella debió quedarse en tus venas.

- En ese caso tendríamos que ir al hospital para que me quiten ese virus de mis venas. - gruñí sin humor.

- Es tu madre.

- No lo es, ella decidió no serlo. Pá, no necesito tener una conversación sobre ella en un día así.

- Entiendo. Ve a asearte y te llamo para la cena.

Creo que le hacía un favor a esta familia cuando pedía que no habláramos de la mujer que supuestamente era mi madre. Todo era más tranquilo y nos evitábamos las conversaciones molestas en las que mi padre fingía no estar molesta con ella y de hecho estaba agradecido con ella por la vida que ahora teníamos. Yo si estaba agradecida de que no haya decidido acercarse nunca y que se limite a enviar una tarjeta que no decía mucho y un sobre con algo de dinero. Cuando era más pequeña ya me había resignado a que una tarjeta cada dos meses sería todo lo que recibiría de ella y estaba bien con que las cosas fueran así. Al menos el hecho de que ella se alejara había hecho que mi padre tenga una vida más acorde con sus intereses, una vida en la que podía ser feliz genuinamente sin estar aparentando esa felicidad.

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