VIII. Natalia

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Sebastián estaba metiendo dos botellas de agua de un litro en su mochila. Era la segunda vez que estaba en mi casa y me sorprendía lo cómoda que me sentía con ello. Es decir, aún no conocía toda la casa pero no me molestaba en absoluto que abriera mi refrigerador para buscar alimentos "rehidratantes".

Me limité a estar sentada en la sala de estar mientras él "se encargaba de todo", o eso me había dicho que haría.

— ¿Tienes zapatos cómodos? — me preguntó desde la cocina.

— Sólo uso zapatillas deportivas.

— ¿Eso significa que son cómodos?

— Sí, eso significa. ¿Para qué se supone que tengo que tener zapatos cómodos?

— Ayer te mandé un mensaje.

— ¿Te refieres al mensaje que decía "derecha, derecha, izquierda, derecha, izquierda, izquierda y así hasta el infinito? — Recuerdo que cuando lo recibí creí por enésima vez que estaba haciendo vida social con un lunático.

— Sí, ese.

—Sigo sin entender, ¿qué era eso?

— Son las indicaciones para llegar a nuestro destino.

— ¿Cuál es nuestro destino?

— Lo sabrás cuando lleguemos.

— Odio que hagas esas cosas, ¿por qué no me dices qué se supone que haremos? Me avisas la mitad de los planes y no me preparas para el resto.

— ¿Tienes el mensaje? — me preguntó, ignorando mi protesta. Puse los ojos en blanco y asentí.

Él se puso la mochila al hombro y me hizo una seña para que lo siguiera. Caminamos hasta la parada de un autobús y nos subimos al primero que apareció. Ninguno de los dos dijo nada en el trayecto, Sebastián se quedaba mirando hacia la ventana y me pregunté si era verdad que él supiera todo el plan.

Estuvimos mucho tiempo en el autobús, nos alejamos de toda el área que yo conocía así que las casas y tiendas que aparecían ante nosotros eran totalmente desconocidas.

— ¿Sabes a dónde estamos yendo? — pregunté cuando vi que ningún otro transporte público aparecían por las calles.

—La pregunta es, ¿sabes tú a dónde estamos yendo? — respondió y se puso de pie para hacer que el autobús se detuviera.

— ¡No, pedazo de lunático! — grité desde mi asiento provocando que las pocas personas que aún estaban en el transporte público me miraran como si yo fuera la lunática y Sebastián fuera el pobre muchacho que debía lidiar conmigo.

Bajamos en una calle que tenía tiendas que vendían antigüedades, desde muebles viejos hasta hojas que parecían documentos que en cierto tiempo fueron importantes.

— ¿Qué decía la primera indicación, Nat? — preguntó él con una gran sonrisa.

— Derecha. — respondí con un suspiro y doblamos a la derecha al llegar a la esquina.

Caminamos por aquel lugar desconocido siguiendo todas las indicaciones, varias veces dimos vueltas en círculo, me quejaba de ello pero Sebastián me decía que todo era parte del recorrido.

De vez en cuando, él me pasaba una de las botellas de agua para que le diera un pequeño sorbo, incluso controlaba cuánta agua bebía.

— ¿Qué te parece? — dijo él en cuanto llegamos a un parque viejo que tenía algunos columpios oxidados. Los árboles eran enormes y dudo que mis brazos lograran rodear sus troncos. El pasto era verde, un verde muy claro. Las hojas y flores de los árboles también adornaban el suelo. Era un lugar muy callado, y se podía escuchar la brisa golpeando los árboles.

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