VII. Sebastián

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— Gracias por la comida, señora. — dijo Diana cuando terminó toda la comida que había en su plato. La invitación a cenar había sido una gran idea para que su mal humor se redujera y así evitar que siguiera reprochándome por ser un mal novio (así ella me había llamado).

— Siempre es un placer tenerte en casa, Diana. — respondió mi mamá poniendo su mejor sonrisa falsa.

A mamá no le gustaba que la invitara a comer porque no quería que ninguna chica "invadiera nuestra privacidad", pero no pudo hacer nada para evitar que la invitara aquella noche porque no tuvo tiempo de crear una mentira.

— Ojalá podamos tener más oportunidades. — respondió Diana.

— No cuentes con eso. — intervino mi hermana, metiendo una cucharada de arroz en su boca. Diana la miró con una sonrisa incómoda.

— ¡Catherine! — exclamó mi madre. — ¿Cómo te atreves a decirle eso a la novia de tu hermano?

— Porque es cierto, nunca dejas que traigamos amigos a cenar. Las cenas aquí siempre son un asco y apenas podemos hablar en la mesa, la comida es basura. Papá tiene cenas mucho más entretenidas.

Golpe bajo.

Mamá ni siquiera nos dejaba nombrar a papá en casa, ese no era problema para mí ya que aquel hombre me disgustaba bastante, pero Cathy estaba muy feliz con la relación que estaba teniendo con mi papá, además de los regalos que se ganaba de él.

Aunque Cathy tenía razón. Las cenas eran mejores cuando éramos sólo Cathy y yo y podíamos hablar sin que mamá nos pidiera silencio porque le dolía la cabeza y sin que nuestro plato estuviera lleno de verduras cocinas al vapor, tan cocinas que a veces parecían vomitadas en el plato. Quizá por eso Diana pareció complacida al ver su plato: porque todo era verduras y así podría evitar los carbohidratos extras.

—Catherine, ve a tu habitación. — dijo mi mamá, poniéndose de pie para dar más énfasis a su orden. — Y no saldrás este fin de semana.

— Tengo derecho de estar con papá.

— No permitiré que me hables así. Estás castigada y no saldrás.

— ¡Si saldré!

— ¡No lo harás! Ahora vete porque me estás causando migraña.

Cathy dejó caer los cubiertos de manera estrepitosa en el plato y se puso de pie demostrando lo indignada que estaba. Se alejó de la mesa sin decir nada.

— Discúlpanos Diana, — dijo mi madre también alejándose. — debo ir a descansar.

— Bueno, eso fue divertido. — murmuré cuando las dos mujeres de mi casa ya habían cerrado con fuerza las puertas que sus respectivas habitaciones.

— Lo siento. — Ella tomó mi mano como solía hacer cada vez que se disculpaba por alguna cosa. Creo que era algo que había visto en alguna película y creía que tomándome la mano podía pasarme sus sentimientos de pena.

— Todo está bien, Di. Esto fue asqueroso, ¿te importa si vamos por una hamburguesa?

— Eh... eh... claro, vamos... pero solo pediré agua.

Como solo yo era el que iba a comer, Diana no fue capaz de refutar mi idea de ir a la cafetería a la que siempre iba y a ella le disgustaba: el lugar donde Natalia trabajaba.

Cuando llegamos, Natalia se estaba quitando el delantal que usaba como uniforme. El lugar estaba vacío y parecía estar a punto de cerrar.

— Hola. — saludé mientras me dirigía a la mesa que solía usar antes de conocerla. En cuanto comencé con el proyecto, cambié la mesa por un asiento en la barra para estar más cerca de ella y que no pudiera evitarme.

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