IV. Natalia

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Sebastián no dejaba de mandarme mensajes preguntándome si ya había saltado en bungee, si fui de campamento toda una noche, si había asistido a un concierto de rock para corear con otras cinco mil personas. Al principio no me molestaba, luego las preguntas se tornaron ridículas como si alguna vez comí un pepinillo con pie de limón, o si caminé de espaldas por una hora. Decidí que lo mejor era ignorarlo hasta nuevo aviso, hasta que se diera cuenta que me estaba molestando y, por las buenas, dejara de preguntarme tantas cosas.

— Alguien parece estar intentando llamar tu atención, linda. — comentó mi padre durante la cena.

— No es nada importante. — respondí, echándole una mirada a la pantalla del celular que anunciaba que tenía 78 mensajes de Sebastián. Nunca debí darle mi número, ni decirle que estaba bien si me mandaba mensajes.

— Parece ser importante. — agregó mi papá Benjhi.

— ¿Más importante que pasar tiempo de calidad con mis padres? No lo es.

— Mírala, Benjamín, nuestra niña cree que diciendo eso va a zafarse del interrogatorio.

— Algunos padres suelen apreciar la observación que acabo de hacer, algunos padres se sentirían orgullosos de que su hija deje a un lado el celular a la hora de cenar.

— Pues estos padres necesitan saber si su hija tiene algún tipo de acosador.

Acosador. Sebastián podría serlo. Es decir, un acosador desesperado por tener una buena nota en su trabajo, pero acosador al final. Quizá sobornaba a su novia para no parecer un acosador peligroso, quizá ella solo era una cuartada.

Y yo debía dejar de ver aquel canal de crímenes, me ponían paranoica. Sebastián apenas podía ser considerado peligroso.

— Se trata solo de un amigo, uno muy insistente. — confesé, jugando con la albóndiga de mi plato.

— Eso está bien, significa que no es conformista. — puntualizó mi papá.

— Significa que es molesto...

— Nat, — me interrumpió Benjhi. — no debes tratar mal a tus amigos, no todos entenderán y aguantarán tu sarcasmo. Quizá el muchacho es bueno y no le estás dando la oportunidad que necesita para agradarte.

— Créeme, le estoy dando lo que necesita.

— Mientras no sea sexo, está bien.

Me puse roja como un tomate y ambos se rieron. Sus risas armonizaban perfectamente cuando se juntaban, era como si sus risas estuvieran destinadas a sonar juntas.

El sábado de aquella semana, acepté encontrarme con Sebastián en una plaza cerca del centro de la ciudad. Lo vi caminar a lo lejos, lo reconocí aunque vestía una gorra negra que no dejaba ver enteramente su rostro. Tenía un paso seguro, como si no temiera tropezar y no le importara si alguien lo sorprendiera. De hecho su caminata tenía mucho estilo.

— ¡Hola! — me saludó apuntándome con una cámara. — Mundo, ella es Natalia. Natalia, tú no puedes ver al mundo pero saluda, tienes que ser educada.

— ¿Por qué estamos aquí? — pregunté después de hacer una rápida seña de "hola" a la cámara.

— Porque necesito testigos en caso de que vayas a golpearme.

— Me invade la curiosidad, ¿por qué querría golpearte?

Él no respondió. Dejó de apuntarme con la cámara, me hizo sostenerla mientras buscaba algo en su mochila. Al instante sacó unas cuantas hojas que estaban un poco arrugadas. Me las pasó y quitó la cámara de mis manos para volver a filmar mi reacción.

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