VI. Natalia

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Los recesos del colegio serían mucho más interesantes si tuviera alguna persona con quien hablar. No es que fuera una muda en el colegio, hablaba con mis compañeros de curso, con los grupos de trabajo, pero no pertenecía a ningún grupo en particular como para estar con ellos todos el tiempo, y tal parecía que ningún grupo estaba dispuesto a invitarme, pues desde que estoy en este nuevo colegio nadie se ha ofrecido a sentarse conmigo más de una vez a la semana. Lo cual también era muy beneficioso porque podía usar ese tiempo para leer o para escuchar música sin ser interrumpida por algún tipo de conversación. Este beneficio lo había perdido en la cafetería donde trabajaba porque Sebastián iba todos los días y hablaba tanto que ya ni me molestaba en sacar cualquier libro, me limitaba a escuchar su lista de cosas que él quería que hiciéramos.

Que hiciéramos.

Eso era nuevo para mí. Como era hija única no había muchas cosas que hiciera y que involucraran compañía, tenía pocos primos y ellos permanecían lejos por la reputación que mis dos padres se ganaron al estar juntos. No es que eso también me importara mucho, la mayoría de mis primos preferían salir con sus amigos a estar "en familia".

— Entonces, ¿tus papás no han pensado en darte un hermanito? Ya sabes, adoptar, ¿se dice alquilar un vientre? — me preguntó Sebastián. Él parecía fascinado con la idea de tener dos padres, me preguntaba muchas cosas sobre ellos: cómo se conocieron, qué pensaba yo sobre aquello, si mis amigos los conocían, en qué trabajaban, si les gustaba jugar monopoly o preferían un juego como Clue, si en sus trabajos habían sufrido alguna discriminación, si era difícil para mí...

— ¿Vistes las películas que tratan sobre eso? Las madres que prestan sus vientres siempre suelen estar locas. Además, ellos dicen que yo soy suficiente.

— Supongo que sí, en la cena comías como por tres personas.

— Y tú parecías sumamente delicado, levantando tus meñiques para cortar tu carne.

— Eso es tener clase. — dijo sujetando su vaso de limonada y levantando su dedo meñique.

— No he vuelto a ver a tu novia, ¿cómo es que se llamaba? ¿Dimetria?

— Diana, se llama Diana... está enojada y cuando está enojada prefiero darle su espacio.

— Tiene cara de Dimetria.

— Se llama Diana, y no se dice Dimetria, debería ser Demetria.

— Estoy segura que debería ser Dimetria.

— No trates de cambiarme de tema, ¿has ido a algún concierto?

— Tengo diecisiete años, Sebas, y probablemente el noventa y nueve por ciento de las cosas que tienes anotadas en tu lista no las haya hecho. Digamos que mi vida es muy aburrida.

— ¿Una vida aburrida cuando tienes dos padres? Eso debe darte algo de diversión en tus charlas, además tus padres no parecen muy aburridos que digamos.

— Ellos creen que ya tengo edad suficiente para buscar mi propia forma de diversión siempre y cuando no incluya entrar a la cárcel. — Siempre que pedía permiso para hacer algo, ellos analizaban si existía una gran posibilidad de que las cosas salieran mal y terminara en la cárcel, analizaban los delitos por los que podrían culparme y si la fianza sería lo suficientemente barata para sacarme de allí.

— Bueno, tienes diecisiete, ya casi serás mayor de edad... seguro hay muchas cosas que quieras hacer cuando seas mayor de edad.

— Eh... no.

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