Capítulo 8

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La libertad es para soñarla. -Carmen Martín Gaite (1925-2000) Escritora española. 

A veces extrañaba estar solo con mamá como antes. Toda su atención era exclusiva para mí y ahora tenía que compartirla con Martín y con Candela que era una beba preciosa pero bastante llorona. 

Mamá hacía grandes esfuerzos para que yo me sintiera bien pero toda la casa estaba invadida de mamaderas, chupetes y olor a pañales. Yo ya tenía nueve años y no me interesaban para nada las cosas de bebés.

No era un secreto que estaba celoso de Candela. Muchas veces le sacaba los juguetes que le gustaban, le tiraba del pelo cuando nadie veía y me negaba a compartir alguna golosina con ella. Mamá y Martín estaban siempre pendientes de los dos pero no me alcanzaba. Cuando me enojaba con ella o cuando recibía algún reto por su culpa me iba a la cama pensando en mi papá. En lo bueno que sería que él me quisiera, que viniera a verme y me llevara lejos de esa caprichosa que era mi hermana.

Muchas veces fantaseaba que mi papá era viajero y estaba en otras partes del mundo haciendo cosas muy importantes como salvar a la gente en las guerras o curar esas enfermedades raras que nadie quiere atender. Me lo imaginaba como un héroe que algún día volvería y entonces yo me sentiría orgulloso de él y hasta podría perdonarle su abandono.

Cerca de casa hay un túnel y por arriba pasan las vías. Mamá desde muy chico me acostumbró a pedir un deseo cuando el tren pasaba y nosotros estábamos debajo. Yo siempre pedía el mismo deseo: que mi papá volviera, ya no a vivir con nosotros porque me daba cuenta de que eso sería imposible, sino simplemente para conocerlo y para que nadie pudiera decir que él no me quería.

Ahora pienso que esos deseos fueron realmente igual que los trenes: llegaron, pero con mucha demora.

El(h)ijo la libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora