Capítulo 15

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La libertad es el derecho de hacer lo que no perjudique a los demás. -Lacordaire (1802-1861) Orador y pensador francés

A la mañana siguiente, durante el desayuno, mamá seguía con cara de qué horrible chiste hiciste anoche. ¿Tanto la habría afectado? Ni quería pensar entonces cómo se iría a poner cuando se enterara de que realmente había conocido a mi padre biológico y no me animaba a decirlo. 

Cuando terminamos de desayunar, como todas las mañanas Martín y mamá se fueron a llevar a Candela al colegio y después al estudio donde trabajaban juntos. Yo me quedé un rato más en casa hasta que se hiciera la hora de salir para la facultad. Estaba preparando mis cuadernos cuando sonó el timbre.

-¿Quién es? -pregunté esperando la voz de Cande que se había olvidado algo.

-¿Santiago? Soy yo, Pedro -tardó un minuto en caer la ficha de quién era el que tocaba el timbre.

-Ya bajo -le dije. ¿Pensaría este hombre venir a cada rato a mi casa? ¿Querría recuperar el tiempo perdido?

Cuando abrí me pareció que estaba más nervioso que el día anterior.

-Santiago, perdoná que te moleste -me dijo apurado, y entonces vi que en la mano tenía una pequeña valija-. Necesito que me ayudes.

Yo lo miraba mudo de asombro, no es muy frecuente que un padre que te abandonó durante dieciocho años venga el segundo día que te ve en la vida a pedirte un favor. Pero a él nada le resultaba extraordinario. 

-Necesito que me guardes por unos días esta valija -dijo sin esperar respuesta, y me pareció que dudaba-. Tengo... Tengo cosas personales y me echaron de la pensión. Ahora conseguí un taxi para trabajar, y en unos días resuelvo el problema. Te pido por favor, Santiago...

Parecía que en eso se le iba la vida y no pude negarme. Siempre se me hace difícil negar un favor, pero en ese caso no me dio tiempo ni para pensarlo

-Dame tu número de teléfono así podemos arreglar para vernos -dijo, y anotó en un papelito minúsculo el número que le dicté.

-Bueno, chau, gracias -agregó-. Y por favor no la abras.

Un minuto más tarde estaba yo subiendo las escaleras con la valija en la mano y sus palabras en mis oídos: ''Por favor no la abras''

Reaccioné cuando escuché que alguien bajaba casi tan a los saltos como yo y casi me lleva por delante con valija y todo. Era ella otra vez.

-Disculpame, llego tarde al colegio -dijo, y dejó revoloteando su perfume de recién bañada. Llevaba uno de esos espantosos uniformes a cuadritos que a las chicas lindas les quedan maravillosos.

Entré a casa con la valija y busqué algún lugar donde nadie la encontrara, pero ni debajo de mi cama la sentía segura porque al día siguiente vendría la señora a limpiar y seguro que le preguntaba a mamá dónde guardaba esa valija. ¡Que piola este Pedro!, me metía en un problema sin siquiera pensarlo ¿No debería traerme soluciones?

Se estaba haciendo tarde para la facultad y yo todavía no sabía adónde esconder la valija. De golpe me acordé de un lugar magnífico que el portero me había mostrado una vez. Salí al pasillo y allí estaba la puerta metálica donde había existido un incinerador para quemar la basura cuando se construyó el edificio. Juan, el portero, me había contado que ahora estaba prohibido usarlo, y ese lugar había quedado inutilizado. Dejé la valija sobre un estante de metal lleno de tierra y cerré la puerta. Al menos allí estaría segura.

El(h)ijo la libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora