Capítulo 10

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La libertad no es un hecho que desde el principio forme parte de la existencia humana, sino su meta. -Rodolf Steiner (1861-1925) Filósofo, pedagogo y arquitecto austríaco 

Las palabras no salian de mi boca. Sentía yeso en la lengua como cuando hicieron el molde para los aparatos. ¡Cuántas veces había fantaseado con ese momento! Una vez, mientras esperábamos a mamá en la puerta del supermercado, Martín me preguntó que haría si aparecía mi papá.

-Nada -le contesté haciéndome el superado-. No me interesa hablar con él.

Y ahora, mientras al hombre los ojos se le abrían más y más, a mi se me ocurría pensar por qué Martín me había preguntado eso. 

-Santiago... ¿Me escuchás? 

-Sí, escucho. ¿Tiene algo para decirme? -le dije ofensivo.

-Soy tu papá -repitió, y se dio cuenta de que ya lo había dicho- ¿Querés que tomemos algo juntos? ¿Podemos conversar? -agregó.

-Está bien -le dije yo con pocas ganas, y toqué el timbre en casa para avisarle a Candela que salía un rato.

-¿Adónde vas? -me preguntó.

-En un rato vuelvo -le dije, anunciándole al hombre que no le dedicaría tanto tiempo.

Caminamos en silencio dos cuadras hasta un bar de ésos de viejos donde no encontraría a ninguno de mis amigos. ¿Y si me volvía? ¿Si le decía que no quería tener nada con él como él no había querido tener nada conmigo?  Algo me hacía seguirle el paso ¿Tanto tiempo con una pregunta bailando en mi cabeza y ahora que tenía la oportunidad de una respuesta iba a dejar todo así? ¿Estaba traicionando a mamá, a Martín, a los abuelos? Seguro que ellos esperaban otra cosa de mí, que lo plantara, lo insultara, le dijera que no quería nada con él. Pero esas palabras se acumulaban en mi cabeza sin que mis labios se animara a murmurarlas. 

Cuando llegamos al bar ya estaba resignado. No me animaría a rechazarlo, al menos sin una oportunidad. 

-¿Qué tomás? -me preguntó mientras llamaba al mozo-. Una gaseosa y un café -dijo con un murmullo. 

El hombre estaba muy nervioso, jugueteó con un cigarrillo, miraba hacia la puerta constantemente, parecía con miedo de que apareciera alguien. Yo aprovechaba para mirarlo de reojo y descubrir un gesto, un rasgo, alguna cosa que me certificara que era mi padre. 

Se hizo un silencio expectante, como cuando se cuelga la computadora y me quedo muy callado esperando que vuelva a aparecer alguna imagen en la pantalla.

El(h)ijo la libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora