Capítulo 12

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El hombre nace libre, responsable y sin excusas. -Jean Paul Sartre (1905-1980) Filósofo, dramaturgo y novelista francés

La situación no daba para más. El hombre estaba más nervioso que yo, no podía hablar de nada y el silencio era inaguantable. Jugué con el vaso, me serví de a gotas la gaseosa para entretenerme un poco, él revolvió el café una vez más. De golpe se me escapó una idea.

-¿Y cómo sé que sos mi papá? -me sentí mejor, algún obstáculo tenía que ponerle.

-Bueno -dijo tartamudeando-. Yo era el novio de tu mamá cuando ella quedó embarazada y...

-Y vos no querías tenerme.

-No fue tan simple. Yo era muy joven.

-Mi mamá también.

-La vida no es siempre como se piensa a los dieciocho años, Santiago.

Me quedé en silencio para dejarlo hablar. ¿Cómo era la vida? ¿Podía él explicármelo? ¿Abandonar a un hijo era la vida?

-En realidad en esos tiempos yo estaba muy metido en el estudio, pensaba que recién empezaba a vivir. Un hijo era algo serio...

Claro que era serio. Tan serio que ahora tenía que darme una explicación. Lo seguía mirando fijo sin decir nada.

-Qué sé yo, uno comete errores, Santiago -dijo tartamudeando-. Yo quería hacer lo que quería y no que la situación me obligara. Un hijo cambiaba todos mis planes.

Bajé la mirada. No quería comprenderlo.

-Me abandonaste -dije.

 -Si lo pensás en términos de abandono fue así, pero tenía mis razones y en ese momento me parecieron justas. Ya no, por eso estoy acá. En todo caso si lo que querés es que te pida perdón, no tengo problema. Perdoname -dijo, y cada vez tartamudeaba más.

La cabeza se me llenaba de palabras que no podía decir. ¿Perdón? Perdón se pide cuando se empuja a alguien en la calle sin querer, cuando se interrumpe algo, cuando hacemos algo que estuvo mal sin intención. ¿Perdón? ¿A un hijo que se abandonó dieciocho años se le pide perdón así como si nada? ¿Estaba arrepentido? ¿Se tomó dieciocho años para arrepentirse? 

-Yo no tengo que perdonarte, a ella la hiciste sufrir -le dije sin ganas de aclararle mis ideas.

-¿Ella nunca te habló de mí, de mis razones? 

-No. Ella nunca habla de vos -le dije, y me sentí como el boxeador que da una buena piña. ¿Tenía algo bueno para contarme? 

-Nos queríamos mucho.

-Se nota...

-Sé que es difícil de entender, pero quizá si pensás que yo tenía tu edad... Justo tu edad cuando tu mamá quedó embarazada. 

-Sin excusas -lo frené utilizando na frase que mamá usa para terminar una discusión-. Yo nunca abandonaría a un hijo.

Me miró con un gesto triste y pensé que traía pensada una explicación, pero que al verme se dio cuenta de que nada justificaba lo que había hecho. Nada podía reparar el daño, ninguna palabra lo dejaría mejor parado frente a mí.

Así como bruscamente había empezado la conversación, así nomás se acabó también. Después de tanta verborragia de los dos el silencio pareció más tenso e imposible de romper. 

El hombre se retorcía los dedos haciéndolos sonar, un gesto que yo repito cuando estoy nervioso.

-Está todo bien -le dije y no era cierto-. Ahora quiero volver a casa.

-Bueno -dijo, y parecía aliviado. Sacó plata de una billetera gastada y pagó. Después salimos juntos. Miré el reloj. Eran casi las seis y mi vieja estaría llegando del trabajo.

-Prefiero volver solo -aclaré, y evitando que se me acercara le dije hasta pronto. Ni adiós ni hasta luego, hasta pronto. Yo nunca usaba esa expresión.

Se quedó mirándome, parado en la vereda. 

-¿Puedo verte otra vez? -susurró.

-No sé -dije, pero casi era un sí. Mi padre biológico se quedó en la vereda y me pareció que sonreía. 


El(h)ijo la libertadDonde viven las historias. Descúbrelo ahora