Perdida en la ciudad

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Capítulo 2 "Perdida en la ciudad"

Lo primero que hice al salir del orfanato fue ir al banco a sacar dinero de mi fondo de ahorros para rentar un departamento, el señor Morgan me pasó la dirección de un edificio donde los departamentos eran "increíblemente baratos" según sus palabras.

Mientras iba en busca del dichoso edificio me iba deteniendo cada par de minutos en estanterías de diferentes locales, había cosas tan hermosas y llamativas en cada local, me sentía como una niña pequeña queriendo comprar cada juguete que se encontrara. Y realmente me daban ganas de comprarme algo de ropa nueva, pues tanto la que llevaba puesta como la que se encontraba en mi pequeña maleta era ropa usada que la gente donaba al orfanato por caridad, estaba percudida y desgastada y no la sentía mía. Nunca lo hice.

Alejé esos pensamientos apenas entraron a mi mente, el señor Morgan me había dicho claramente que debía poner mis prioridades en orden para sobrevivir en la ciudad, lo primero era buscar un lugar donde vivir, segundo, buscar un trabajo y así comenzar a instalarme poco a poco y superarme a mí misma para crecer en la sociedad. Aunque eso de crecer no me importaba mucho por ahora, quería conocer personas, crearme una historia del pasado diferente a la mía por si alguien preguntaba y dejar a la huérfana en el olvido.

Llegar hasta el edificio correcto fue un completo martirio, me tomó dos horas caminando y pedir cinco veces indicaciones para poder llegar. Para cuando encontré el edificio mis pies ya palpitaban de dolor, casi nunca caminaba tanto, a excepción de los domingos de cada mes en donde el señor Morgan nos llevaba a recorrer el centro de la ciudad durante tres horas seguidas, en parte para distraernos y en parte para vender las artesanías que creábamos con las monjas, el dinero recaudado iba a nuestro fondo de ahorros y solo un poco nos lo dejaban libre para comprarnos algún duce.

Una triste sonrisa apareció en mi rostro, seguido de un dolor agudo en el pecho. No había pasado ni un día y ya me sentía desolada y solitaria.

Me encontraba parada frente al edificio de fachada desgastada cuando alguien a mi lado habló.

- ¿Necesita ayuda en algo, señorita? – Preguntó un hombre maduro, de voz ronca, al voltear pude ver al hombre, era unos cinco centímetros más bajo que yo y tenía una calva tan libre de cabello y brillosa que casi podía ver mi reflejo en ella.

- No, muchas gracias, señor – contesté, el hombre se me quedó mirando por un par de segundos más, luego frunció el ceño antes de volver a hablar

- ¿No es usted de casualidad, la señorita Camile? – su pregunta me sorprendió, el hombre comenzó a explicarse – Albert Morgan me dijo que una jovencita con su descripción pasaría por el edificio hoy para rentar uno de los departamentos... verá, yo soy el casero.

- ¡Oh, claro! Si, soy Camile. Usted debe ser el señor Javier, mucho gusto – ya con más confianza le ofrecí mi mano a modo de saludo, el correspondió el saludo y sonrió, mostrando la falta de dos dientes de su boca.

- Albert me ha hablado mucho de ti, jovencita. Dice que eres como la hija que nunca tuvo – las palabras del hombre me enternecieron.

- Y él es como un padre para mí, señor.

- Me lo imagino, querida. Bueno ¿Qué seguimos haciendo afuera? Pasa, pasa.

Nos dirigimos hacia la entrada del edificio y después de eso a un escritorio cercano a la puerta.

- Bueno, querida. ¿Quieres ver el departamento que está disponible o prefieres buscar opciones? – preguntó el hombre, acercándose a un cajón del escritorio

- Quisiera ver el departamento, por favor – respondí, no tenía más opciones que ese departamento por el momento.

El señor Javier me pidió que lo siguiera y fuimos hasta el fondo del edificio, en donde se encontraban unas desgastadas escaleras, mientras subíamos piso con piso observé a mi alrededor, la pintura de las paredes se había despegado de ellas por la humedad, a su vez, dicha pintura ya estaba desgastada, casi ni se notaba el color blanco de las paredes, parecía más bien gris.

La mayoría de los números en las puertas de los departamentos se habían caído, dejando una sombra del color original de la pintura en donde el número había estado.

Sorprendentemente, el edificio estaba en mejor estado que el orfanato, así que hasta ahora no me quejaba.

Llegamos hasta el tercer piso y el señor Javier se detuvo, en cada piso había un largo pasillo con varias puertas consecutivas, puertas de los departamentos, uno frente al otro y en ese piso no fue la excepción, del apartamento 3a salía una fuerte música, que hacía vibrar las paredes del edificio. Ante eso, el señor Javier hizo una mala cara.

- Lo siento por eso, señorita. Le he dicho a ese muchacho que modere el volumen tantas veces que ya me cansé, pero ese es el único problema en el edificio.

- No se preocupe, señor. No es problema – Y es que para mí no era problema, en el orfanato eran mucho más ruidosos, así que había aprendido a vivir con eso, además, la música que se escuchaba en el apartamento 3a era bastante buena.

El señor Javier tan solo asintió levemente con la cabeza y se dirigió a abrir la puerta del apartamento 3b.

Entramos.

- El apartamento es pequeño, como podrás ver. Apenas entras y está la cocina, das dos pasos y está la habitación y enseguida está el baño. – Comentó el hombre y yo solo podía pensar "¡¿Pequeño?! Supongo que el señor Javier nunca había ido a algún orfanato, hay tantos niños que todos dormimos a centímetros del otro. Ese departamento era un lujo para mí, yo estaba impresionada.

El señor Javier siguió hablando y describiendo los desperfectos del interior, pero era todo estético, sin importancia para mí.

- ¡Lo rento! – Dije en cuanto tuve oportunidad. El señor Javier parecía impresionado de mi entusiasmo, pero fue cuestión de minutos para que fuera por el contrato y regresara con bolígrafo en mano.

Tiempo después el señor Javier se fue, dejándome en el departamento al fin. Estaba casi sin amueblar, a excepción de la vieja cama en la habitación y el pequeño mueble para ropa. Era todo lo que necesitaba.

La emoción no cabía en mí, daba saltos por todo el lugar y mi sonrisa no podría ser más grande aunque tuviera una boca más larga.

Me encontraba admirando el departamento cuando la música del departamento de enfrente se hizo más fuerte, al voltear pude ver que mi nuevo vecino había abierto la puerta, la de mi departamento la había dejado abierta, así que pude ver con claridad al joven que salió de allí.

Era alto, moreno y aparentemente hacía ejercicio, pues al salir sin camisa pude ver su abdomen marcado...

- ¡Hola! ¿Rentaste el depa? – Habló amigablemente luego de haberme visto observarlo.

- Amm, si, hace unos minutos – respondí sin evitar sonrojarme.

- Mala decisión, hay mejores que ese – dijo mientras se acercaba a mí, ofreciéndome la mano – Soy Lucas ¿y tú?

- Camile – respondí, estrechándole la mano – Y, tal vez para algunos este departamento sea poco, pero para mí es grandioso.

- Supongo que sí, en fin ¿quién soy yo para hablar? Vivo en uno similar al tuyo – Su tono no fue condescendiente, sino todo lo contrario, sentí que su comentario había sido genuino, así que le sonreí de vuelta. – Bueno, Camile ¿Ya comiste? – negué con la cabeza - ¡Qué bien! Porque como buen vecino me toca darte algo de comer como gesto de bienvenida. ¿Qué te parece?

Lo pensé por unas milésimas de segundos, el chico era amable, cálido y tenía algo que me inspiraba la suficiente confianza para asentir con la cabeza ante su invitación.

- Perfecto, pasa, por favor.

Borrón y vida nuevaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora