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Oigo sonar el despertador, aunque no era necesario; no he pegado ojo desde que me metí a la cama. Aquel grito y la llamada de ayer ocupan mis pensamientos... No me puedo creer que me haya pasado lo mismo durante dos noches seguidas. Bueno, lo mismo no; la primera noche me desperté a las cuatro cuarenta y cuatro y hoy a las cinco cincuenta y cinco. Precisamente soy el tipo de personas que no cree en las coincidencias.

Cuando me miro en el espejo parezco diez años mayor que ayer. Hago un esfuerzo por enfocar y dejar de ver doble. En mi rostro demacrado puede leerse todo por lo que estoy pasando: las ojeras y bolsas en los ojos indican la falta de sueño y la cara pálida, como si hubiera visto un fantasma. La barba, algo descuidada y larga, el pelo revuelto y con un chichón en medio de la frente de la caída de ayer. Mi aspecto interior está inclusive en peor estado que el exterior. La preocupación me pasa factura y no puedo concentrarme en otra cosa que no sean estas dos noches. Mareos, cansancio, y en menor parte miedo. Miedo por mí, por lo que me está pasando y por las pequeñas lagunas de memoria que estoy sufriendo.

Se me ha vuelto a hacer tarde. Bajo las escaleras a todo correr y voy a la cocina para despedirme de mi hermano. No tengo tiempo para desayunar, ya tomaré un café mas tarde. De todas maneras, no consigo dar con mi hermano. Llevo sin verlo desde que desapareció anoche. Cojo la basura y las llaves y salgo de casa.

Seis Sesenta y SeisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora