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Despierto jadeando. Un sueño. Era un sueño. Nadie a venido a recogerme, yo no... Empiezo a comprender. Los mareos y dolores de cabeza, las lagunas de memoria, la visión doble, las botellas vacías... El grito de la primera noche, la llamada de la segunda, todo imaginaciones, mentiras, provocadas por el alcohol.

Miro el reloj: son las seis sesenta y seis. No. No puede ser, es imposible. Me levanto de la cama. Empiezo a temblar y me agarro la cabeza con las dos manos. Esto no puede ser real, no puede ser. Emito un gemido que poco a poco se convierte en un grito de desesperación.

- ¿Qué pasa, hermano? - le veo entrar en mi cuarto. Está en el umbral de la puerta. Doy un paso atrás.
-¿Qué haces aquí? ¡Vete! Eres otra ilusión, no, no eres real, no puedes serlo- esto me lo digo más a mí que a él.
- Tranquilo, tu problema tiene solución, solo escúchame...- me intenta convencer. Doy otro paso atrás y tropiezo con la ventana.
- No era mi problema, ¡era el tuyo! Tú eras el alcohólico, no yo. Me estoy volviendo loco- abro la ventana.
- Hazme caso, hermano, confía en mí.
- Yo no tengo hermanos- le digo. Las lágrimas resbalan por mi rostro, intento seguir mirándole pero se esfuma; es una ilusión, un espejismo. Siempre lo ha sido. - Hasta nunca- me despido, aunque no sé de quién, y me dejo caer hacia atrás.

Seis Sesenta y SeisDonde viven las historias. Descúbrelo ahora