XI

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- ¡Venga, arriba! Os dije que os daba tres horas, ni un minuto más ¡Despertar! -Harakura golpeó las dos puertas rosadas con la palma de la mano para hacer el mayor ruido posible. Abraham insultó a la japonesa intentando que esta no lo oyera. -¡Te he oído, chaval!

Los primeros en salir de su cuarto fueron Caleb y Violeta, habían aprovechado la media hora que Helena se había ausentado para desayunar y charlar con las demás mujeres. Violeta estaba desganada, tenía miedo y quería volver a casa a darse uno de sus tradicionales baños de espuma. Su pelo estaba sucio, su maquillaje mal limpiado y llevaba sus deportivas en la mano. H le pasó el brazo por el hombro, él también estaba cansado pero debía estar atento, tenía que proteger a Violeta y a Alex, si a alguna de las dos le ocurría algo... Él no se lo perdonaría nunca. Era la primera vez que no sonreía y Violeta había notado sus oscuras ojeras, tenía frío y como su camiseta había sido utilizada para hacer un torniquete,  Wendoline le dejó uno de sus jerseis de invierno pero era de lana vieja color uva y picaba, a si que, lo llevaba encima del hombro. 

Bajaron las escaleras del motel y decidieron esperar frente a la furgoneta hasta que los demás llegaran.





- ¡Abraham! ¡Sal ya! ¡Yo también tengo que ducharme! -Alex andaba disgustada dando zancadas por la habitación esperando a que el chico saliera ya del cuarto de baño en el que llevaba media hora encerrado. Luc ,mientras tanto, la observaba tumbado en la cama, disimuladamente, mientras fingía leer una revista de tartas caseras que había encontrado por ahí tirada, habían dejado su relación horas antes y ella parecía contenta y él estaba hecho polvo y cada vez le costaba más disimularlo.

- Si tienes tanta prisa, entra a ducharte conmigo. - Respondió el chico desde debajo de la ducha.

Alexandra rodó los ojos. Cada vez le soportaba menos, era egoísta, creído, prepotente y demasiado presumido.

- Capullo... - Susurró por lo bajini.

Lucas sonrió al escucharla y Alex le miró.

- Esto... ¿Cómo estás, Luc? Creo que te debo una explicación... Lo que ocurrió anoche... -La chica se sentó junto a él en la cama.

Luc la detuvo mientras enrollaba la revista y la dejaba encima de la mesilla de noche:

- Alex, lo que ocurrió ayer, ocurrió y punto. Ya no podemos ir marcha atrás, en realidad, te quiero y siempre te he querido y me duele que tú no sientas lo mismo por mí, pero sé que no puedo obligarte a quererme. Espero que seas feliz con Max o con quién sea. Deseo que encuentres al tío que te trate como te mereces y que no se le ocurra hacerte daño por que me puedo volver loco. - Dijo bromeando con tristeza para quitarle hierro al asunto. Alex no sabía si se arrepentía de haber dejado a Luc. Lo que sentía era el hecho de haberle dejado por Max, ahora se sentía tonta, había dejado a su novio, el que tanto la quería, por un chico que no sentía nada por ella al parecer. Ahora estaba sola, no tenía a ninguno de los dos.

La puerta del baño se abrió bruscamente y Abraham salió del aseo, con el pelo empapado, el cuerpo mojado y oliendo a mandarina y a menta con una toalla muy pequeña cubriendo su miembro. Alex no pudo evitar  mirar su cuerpo y desnudarle con la mente, la verdad, que aquel chico moreno y con barba no estaba mal. Nada mal.

En ese instante golpeaban la puerta de nuevo.

- Os voy a cronometrar: Cómo no salgáis en menos de diez segundos, voy a echar la puerta abajo y como tenga que echar la puerta abajo...Como tenga que mancharme para echar la puerta abajo y darle un disgusto a la pobre de Wendoline, os juro que os voy a esposar a los tres desnudos alrededor de un cactus en mitad del desierto y después le prenderé fuego. ¿Me habéis entendido? Diez, nueve, ocho...

Los chicos tragaron saliva. Intentaban recoger sus pocas pertenencias lo más rápido posible pero no les daba tiempo.

- ¡Joder con la china! Si no nos matan Rossi o los suyos lo hará ella con muchísimo gusto. -Protestó Alex mientras cogía una barrita de cereales de la encimera.

- Tres, dos... -Harakura sonreía mientras miraba la aplicación del cronómetro en el móvil. Más les valía a esos tres adolescentes hormonados salir antes de que dijera ''Uno''.

Alex abrió la puerta y salió con Luc. En el marco de la puerta estaba Harakura con una cola de cabello perfectamente peinada y su mono de cuero negro. Abraham dudó qué hacer, si salía después de la cuenta atrás, ¿qué sucedería?

- ¿Qué coño haces desnudo?

- No estoy desnudo, Harakura, llevo una toalla. -Dijo el joven sonrojado intentando que la ropa que llevaba en los brazos no se cayera al suelo. -No me daba tiempo a vestirme.

Harakura carcajeó.

- Yo no voy a permitir que una tía que no conozco de nada me trate así. ¿Un cactus? Violeta tenía razón, seguro que vosotras sois las malas. - Escupió Alex sin pensarlo dos veces.

A la Dama de Tréboles se le borró la sonrisa de la cara, se giró y se acercó a la chica quedándose muy cerca de su cara, invadiendo su espacio personal:

- Escúchame con atención, morenita. No muerdas la mano que te da de comer y con esto quiero decir que en este momento yo y mis chicas nos encargamos de tu protección, de que sigas con vida. Ahora el balón está en tu campo, tú decides si llevarte bien o mal conmigo. Creo que eres lista, demasiado lista. No creo que haga falta decir nada más. -Harakura torció la sonrisa. Aquella joven era intrépida, descarada, valiente y perspicaz. Podría llegar a ser como una de las Mujeres de La Baraja algún día.

Alex soltó aire y rió. No se iba a dejar amedrentar:

- Creo que esta aventura va a ser muy divertida. No crees... ¿Chinita? -Alex levantó la cabeza y le dio un codazo sutil a la mujer para pasar delante suya. Los dos chicos seguían mirando con la boca abierta, sería mentira decir que no se habían excitado con aquella pequeña discusión.

- ¡Venga! ¿A qué estáis esperando? ¡A la furgoneta!



- Muchísimas gracias por cómo nos has recibido, Wendoline. - Antonella agradecía a la mujer su hospitalidad y amabilidad. Wendoline acarició el rostro de la mujer. La anciana habían llenado un par de cajas de cartón con más comida, bebida y otros pequeños y útiles objetos, Antonella las metió en la furgoneta y volvió con la abuela dentro de la recepción.

- Querida, no hay por qué darlas, cualquiera hubiera hecho lo mismo en mi situación.

- No, Wendoline, no. Por desgracia hay muy poca gente en el mundo como usted. Muchos nos habrían echado o habrían llamado a la policía si se encontraran de repente a tres mujeres con seis adolescentes y una herida de bala.

- Digamos que os entiendo y que en su día alguien hizo algo parecido por mí, por eso abrí este motel, para ayudar a gente como vosotros.

La italiana sonrió de nuevo, sacó uno de los fajos de billetes que llevaba y lo dejó encima del mostrador, junto al timbre.

- ¡Nena! ¡Aquí habrá casi setecientos dólares! -Wendoline pasaba los dedos por los billetes y olfateaba el aroma que desprendían. 

- Sí, bueno, queremos darte un extra por tu... Discreción.

Wendoline alzó las cejas.

- Tranquila, bonita. Vosotros no habéis pasado por aquí, no sé quiénes sois, ni cómo os llamáis, ni qué coche tenéis, soy una tumba. -Dijo divertida mientras guardaba el fajo de billetes en uno de los bolsillos de su delantal.

Antonella se lo agradeció con un abrazo.

- Gracias, Abuela. Cuídese mucho.







Tu boca convocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora