IX

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- Tenemos que parar. No puedo conducir más, estoy agotada, Agnessa se está desangrando y estos dos borrachos no paran de reírse. Hay que hacer escala en alguna parte. 

Harakura intentaba mantener los ojos abiertos pero cada segundo se le hacía mucho más largo que el anterior. Habían despistado a los hombres de Rossi kilómetros atrás pero no podían confiarse todavía, no hasta que salieran de Monteluna.

Helena se desperezó y dijo:

- Conozco a alguien. Trabaja para Rudigger, nos hemos acostado pero es de fiar, o eso creo. 

- Da igual, debemos arriesgarnos. No nos queda otra opción. Pararé en aquel motel de carretera de allí. Haz las llamadas que debas.

La japonesa giró a la derecha y aparcó el vehículo, se dispuso a descender de la furgoneta, entrar a recepción y pedir tres habitaciones para que su variopinto grupo no llamara la atención. Bajó de la furgoneta y abrió la puerta del hotel. La entrada era acogedora, cálida y familiar, lo único, que la decoración estaba un poco pasada de moda y era bastante hortera. 

Una mujer de avanzada edad, gorda, con gafas de pasta rosa con forma de gato, la dentadura amarilla por culpa del tabaco y el café y el pelo blanco levantó la vista de su revista de sopas de letras y observó a la mujer asiática:

- ¿Puedo ayudarla en algo, joven? -Preguntó con una sonrisa de oreja a oreja bastante siniestra.

Harakura bostezó.

- Sí, hola. Quería pedir tres habitaciones triples. Vengo con mi familia desde muy lejos y...

La puerta del hostal se abrió sin sigilo alguno y en la entrada aparecían Caleb desnudo de cintura para arriba y Max cargando a Agnessa, la cual, tenía el torniquete empapado de sangre, Helena abrazaba a Violeta y ésta no dejaba de llorar. Antonella intentaba quitarse a Luc de encima y el chico sólo quería disculparse, por último, Alex y Abraham regañaban por culpa de la botella de vozka que se había roto segundos antes en el aparcamiento. Aquello era un auténtico espectáculo.

La anciana mujer gritó asustada al ver la sangre pero Harakura le tapó la boca con la mano.

- Escuche, sólo queremos dormir y comer. Estamos muy cansados, mañana al alba nos iremos y usted no volverá a vernos nunca más, ¿comprende? Además, tenemos dinero. La pagaremos bien.

Aquella señora dudó si apretar el botón rojo de emergencia que estaba escondido detrás del mostrador, pero mirándolo mejor, aquellas personas parecían necesitar ayuda. Se giró, cogió tres pares de llaves y volvió a sonreír.

- Les acompañaré a sus dormitorios, están en el edificio de fuera, frente al aparcamiento. Por cierto, me llamo Wendoline, pero todos me llaman Abuela.

Wendoline les llevó a sus habitaciones, tres puertas de madera color rosa con los números 110, 111 y 112 pintados en tono dorado.

- Aquí están. Espero que esté todo a su gusto. - Miró a Harakura y le entregó las tres llaves.

Caleb cogía de la mano a Violeta y alzó la otra para coger uno de los juegos de llaves.

- Un momento, jovencito. ¿De verdad crees que voy a dejar que duermas en la misma habitación que mi hija cuándo no sé ni tu nombre? ¡Trae aquí esa llave! -Dijo Helena con tono marimandón. -Yo voy a repartir las habitaciones y diré quién duerme con quién... Veamos... Antonella, Agnessa y Hara dormirán juntas, Luc, controla a los dos alcohólicos y Max y yo dormiremos con la parejita del año. - Arrebató los juegos de llaves a Harakura de las manos y le lanzó una a Luc, otra a Antonella y el tercero lo guardó en su bolsillo.

Media hora más tarde todos se acomodaban en sus habitaciones. Todas estaban limpias, tenían baño propio, televisor y una mini-cocina. Wendoline se había molestado en llevar al cuarto de las mujeres toallas, una palangana con agua caliente, pinzas quirúrgicas y gasas de lino. Aunque pareciera mentira, por su negocio ya habían pasado personas realmente distintas, misteriosas y peligrosas incluso algunas heridas de bala y la anciana había aprendido a sanarlas. Extrajo la bala del muslo de Agnessa, desinfectó la herida y le dio un bote de calmantes.

- Esto te aliviará el dolor, tómate dos al día. El muslo te dolerá una semana como mucho, no es tan grave la herida. Reposa y no hagas esfuerzo físico.

Las mujeres se lo agradecieron infinitas veces, Agnessa intentó dormir y Antonella se tumbó a su lado. Harakura se había quedado dormida tiempo atrás.

A parte de curar la herida, Wendoline, pasó por las tres habitaciones y les suministró a todos cosas básicas: Agua, refrescos, donuts, gominolas, caramelos, galletas Oreo, chocolates, snacks salados de todo tipo, sándwiches vegetales y fideos orientales instantáneos. Además, les dejó cuchillas de afeitar a los chicos, toallas sanitarias a las jóvenes y otros objetos de higiene personal. En el cuarto de las damas dejó tres paquetes de tabaco de menta y vainilla que había pedido Antonella, la cual, agradeció muy educadamente.

- Gracias por toda la comida, Wendoline. -Violeta agradecía el esfuerzo a la anciana mientras H cocinaba unos fideos en la vitrocerámica de aquella estrecha pero útil cocina.

- Abuela, querida, llámame Abuela. -Respondió la anciana riendo.

- Cierto, se me había olvidado: Gracias, Abuela.





Un tono, dos tonos...

Helena rezaba para que cogieran el teléfono mientras andaba nerviosa haciendo círculos en el aparcamiento.

- ¿Sí?

Al fin.

- ¿Patrick? ¿Patrick? ¿Eres tú? -Preguntó sofocada.

- Sí, Patrick Weastler al habla. Son las cinco de la madrugada, espero que sea algo jodidamente importante. -Respondió el hombre intentando despertarse.

- Patrick, soy yo. Soy Helena Sparks, no tengo mucho tiempo, estamos metidos en un buen lío, necesito que  hables con Rudigger, con la CIA o con quién sea y que me traigas seis pasaportes falsos y...

Patrick la interrumpió:

- ¿Qué? ¿Helena? ¡Rudigger te lleva meses buscando! A ti y las otras, tenéis revolucionada a toda la agencia y hay un tío en Macao que dice que os ha visto en un casino o algo así...

- Patrick, escúchame. Necesito que me hagas este favor, tenemos que huir, no puedo contarte mucho más y si te cuento más tendrá que ser en persona. Estamos en el Hotel Pink Flamingo, a las afueras de Monteluna. Por favor, sólo tú puedes ayudarnos, tenemos que salir de aquí cuanto antes.

Segundos de silencio al otro lado del teléfono. Helena sabía que Patrick se estaba jugando su puesto y que no tenía por qué ayudarla pero rezó lo poco que sabía para que se apiadara de ella.

- ¿Cinco pasaportes? Necesitaré tiempo, bastante tiempo...

- Seis, Patrick. Sé que puedes estar aquí en dos horas y sé que puedes porque eres el mejor. -Aseguró Helen.

- Está bien, dime esos seis nombres.

Helena casi lloró de alegría.

- Violeta Sparks, Maximiliam Sparks, Alexandra Green, Caleb Green, Lucas Jones y Abraham Carter. 18, 21, 18, 19, 18 y 19 años. Gracias, Patrick. Te debo una.

- Nos vemos en un par de horas. Me debes una, Helen. Una muy grande.
Y me parece que unas verduras salteadas y un polvo en la cocina de tu apartamento no van a bastar esta vez.

Tu boca convocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora