VII

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- Voy a aparcar ahí, en ese callejón. Daos prisa en encontrar a los chicos, no creo que los hombres de Rossi tarden mucho. Venían pisándonos los talones. -Resaltó Harakura mirando a sus compañeras.

- De acuerdo, yo me iré dentro con Agnessa. Antonella, tú quédate fuera por si les ves salir. -Respondió Helena. -Pase lo que pase... Quiero que mis hijos salgan de ese local vivos.

Agnessa, Antonella y Helena bajaron del furgón y salieron del callejón.

- De acuerdo, vamos a entrar. -Ordenó la rusa a su amiga Helena.

Helena asintió y entraron en el local.

Esas luces, la música tan alta y el alboroto de gente no hacía fácil la búsqueda para las Mujeres de la Baraja, Helena golpeó a Agnessa en el hombro e hizo un gesto con la cabeza hacia la barra. Bajaron las escaleras. No hacía falta que se hicieran paso entre los jóvenes, porque estos, se alejaban nada más verlas, eran dos mujeres maduras y preciosas y llevaban las dos un mono de cuero negro ajustado. No pasaban desapercibidas, muchos de los jóvenes inventaban que habían pillado a uno de los invitados a la fiesta con drogas y las dos mujeres eran policías, otros decían que eran streapers.

Agnessa se sentó en uno de los taburetes y llamó a una camarera con un gesto. Una chica infantil, con el pelo gris, los ojos azules y un septum en la nariz se acercó corriendo mientras secaba un vaso con un trapo.

- Hola, chicas. ¿Qué os pongo? -Preguntó sonriente la joven. No tendría más de veintiún años.

- Vozka ruso. El mejor que tengas. Solo. -Respondió la rusa. Helena la miró con desaprobación: No era momento de tomarse una copa. Agnessa se avergonzó. - Vale, mejor no me pongas ese vozka. Estamos buscando a Violeta y a Max Sparks.

- ¡Sí, la cumpleañera! Acaba de entrar con su novio en un reservado con shisas, música lenta, todo muy oscuro... Ya sabéis... -Dijo en tono picante mientras movía el codo.

Helena no quiso ni imaginarlo, ¿su niña? ¿Su pequeña tenía novio? Un escalofrío recorrió su cuerpo.

- Y, ¿dónde está ese sitio? -Preguntó mientras tragaba saliva.

- Bueno, esto en realidad, Duende es una tetería muy especial, en la parte de arriba hay una biblioteca y la han acomodado con cojines, alfombras, velas y unas siete cachimbas. ¡Está de lujo!

- ¿Entonces subimos y ya? -Preguntó Agnessa que había cogido prestada una botella de vozka azul a la que había dado un par de tragos.

- No, en realidad, esa zona es sólo para la chica del cumpleaños, su novio y sus amigos de confianza. Es decir, que no puedo dejaros pasar, chicas. -Dijo un poco más incómoda quitándole a Agnessa la botella de cristal de entre las manos.

- ¿Qué? ¡No! Tenemos que entrar ahí, mira...  ¿cómo te llamas? -Dijo Helena nerviosa.

La chica señaló su placa. Laini, se llamaba Laini.

- Vale, Laini, escucha. Yo soy Helena, Helena Sparks, soy la madre de Violeta y tengo que entrar ahí con mi amiga Agnessa. -Agnessa saludó a Laini con desgana. - Tenemos que entrar ahí ahora mismo. -Helena sacó una foto que tenía con Violeta y Max, era de hace un par de años pero se veía que eran ellos.

Laini dudó. Las normas eran las normas, en el reservado sólo podían entrar los amigos de la chica. A lo mejor esa señora estaba loca y no era la madre de Violeta.

- ¿Y cómo sé que esa foto no es falsa? Todo el mundo sabe usar Photoshop. -Laini no era muy espabilada.

Helena y Agnessa no daban crédito. Las dos suspiraron.

- Mira, encanto, se nota que no eres la más lista de la clase, pero tenemos que sacar a Violeta y Max de ahí dentro y debemos irnos o si no, unos hombres muy malos les harán daño y si les hacen daño, yo personalmente, volveré y te quemaré esas horribles extensiones con un desodorante y un mechero, ¿qué te parece? -Expuso Agnessa sin quitar la sonrisa de su rostro.

- Arriba a la izquierda. A la derecha está el baño. -Dijo asustada.

- Gracias, Laini. Ha sido un placer hablar contigo.

Antonella pisoteó la tercera colilla de uno de sus cigarrillos de menta y vainilla. Se metió la mano dentro del escote y sacó de nuevo el paquete, extrajo un cigarro, se lo puso en los labios y lo prendió. Dio una larga calada y expulsó el humo de manera refinada. 

Miraba a los jóvenes entrar y salir de la juerga pero no veía a los hijos de Helena. ¡Mamma mia! Aquello estaba muy bien montado, seguro que la hija de su amiga era muy popular en el instituto y tendría un montón de amigos. Antonella no fue excesivamente popular en su época estudiantil, bueno, no era nada popular, llevaba unas gafas de culo de botella, era cejijunta, le sobraban los kilos por todas partes y sus padres no podían pagarle la ropa que llevaban las otras chicas al instituto. Era un auténtico desastre. Nadie quería sentarse con ella, ni la invitaban a comer fuera o a las fiestas. Si sus compañeros de clase pudieran verla ahora... Se caerían hacia atrás de la impresión. Es cierto que la cirugía, el gimnasio y el centro de belleza Venus la había ayudado mucho pero fue su cambio de actitud lo que hizo que cambiara por completo, no vale de nada llevar ropa ajustada, joyas y tener un culo de infarto si eres tímida e insegura. Por eso estudió psicología, para ayudarse a ella misma y a gente como ella.
En resumen, ahora era una mujer preciosa, exitosa y no le colgaba absolutamente nada.

La italiana sonrió para sí y dio otra calada a su cigarro.

- Perdona, ¿me das uno?

Antonella se giró.

- ¿Me hablas a mí? -¡No podía creerlo! ¿Ese crío estaba intentando ligar con ella? Valiente idiota...

- Sí, esto... Quería pedirte un cigarro.

La mujer dio la última calada, le echó el humo en la cara a aquel joven y le ofreció el cigarrillo. El chico lo cogió y se quemó los dedos. Patético.

- ¡Ay! ¡Me  he quemado!

- Sí, ya lo he visto.

Antonella no dijo nada más. Sólo miraba a aquel chico rubio para que la dejara en paz.

- Bueno, ahora que ya has visto que soy un completo gilipollas, ¿nos vamos?

- ¿Qué?

- Sí, vamos, a mi coche. Tengo treinta dólares, ¿crees que serán suficientes?

Antonella no podía creerlo. Aquello no podía estar pasando. No. A ella no.

- Pero a mí no me mola el rollo ese sado, o sea el mono de cuero está genial y me pone que flipas, pero nada de látigos. En plan, no quiero nada raro. No quiero que me pegues. -Dijo el chico tranquilamente a la Reina de Diamantes mientras sacaba dinero del bolsillo trasero de su pantalón. La mujer respiró varias veces para serenarse y no pegarle un puñetazo en la nariz a aquel niñato.

- A ver si lo he entendido bien: ¿Me estás llamando  puta? -Le preguntó. 

El chico se volvió rojo de vergüenza, había metido la pata pero bien. Lo notó en la cara de aquella mujer. Estaba enfadada.

- Ah, que tú... No eres... Dios, soy un imbécil. Estoy muy borracho y esto.. En fin... Lo siento muchísi...

Antonella susurró un par de insultos en italiano y le apartó de un manotazo brusco para poder observar la acera de enfrente. ¡Mierda! Los cuatro matones de Rossi acababan de aparcar.

- Chicas, están aquí. Daros prisa. -Habló la mediterránea.

Segundos más tarde respondían las demás:

- Vale, estamos buscando a Violeta y a Max, están fumando cachimbas o algo así, espero que no sean drogas por que te juro que como se estén drogando la que les va a matar soy yo. -Contestó Helena.

- Tranquila, nena. Lo que fuman es vapor de agua con sabor a chocolate, piña, mora, manzana... Y tiene poca nicotina, ¡es divertido y está de moda! -Antonella no podía dejar de reír, ¿qué pensaba Helena? ¿Qué la hookah era crack? ¡Qué cosas tenía!
Hay que ver cómo son las madres...

Tu boca convocaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora