Continuación del capitulo 4

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 — ¿Hay algo que pueda ponerme o tengo que andar por ahí desnudo?—preguntó él por fin al ver que Ángel  no hacía ademán de moverse, ni de hablar. 

 

Ella gruñó al recordar y se llevó la mano a la frente. 

 

—Tengo ropa para ti. A eso he ido esta mañana, a comprar las cosas que necesitabas—la bolsa de la compra seguía en el cuarto de estar, donde la había dejado. Ángel  fue a buscarla y la llevó al dormitorio, donde la depositó sobre la cama. 

 

El la abrió y una expresión curiosa cruzó su cara. Luego sacó unas braguitas de encaje, las levantó y las examinó antes de que Ángel pudiera explicarse. 

 

—Talla treinta y ocho—comentó, y la miró como si le tomara medidas. La prenda de nailon y encaje colgaba de uno de sus dedos—. Muy bonitas, pero no creo que me quepan. 

 

—No tienen por qué caberte—contestó Ángel  con calma, todavía trémula por su mirada—.Eran un camuflaje, nada más. Todo lo que encuentres que no suelas usar, vuelve a guardarlo en la bolsa —se resistía a avergonzarse, ya que sólo había hecho lo que le parecía necesario. Además, el «camuflaje» le había costado un ojo de la cara. Lo dejó solo para que se pusiera lo que quisiera, regresó a la cocina y metió pan con mantequilla en el horno. Después sirvió el estofado y echó té en un par de vasos altos llenos de hielo. 

 

—Necesito ayuda con la camisa. 

 

Ángel, que no lo había oído acercarse, se volvió bruscamente, sobresaltada por su cercanía y sus palabras. Estaba de pie tras ella, con los pantalones cortos negros puestos y la camiseta de felpa en la mano.

Su pecho sus músculos tensos y poderosos, cubiertos de vello negro y rizado, y el abultado vendaje blanco que cubría su hombro izquierdo llenó el campo de visión de Ángel. ¿Cuánto tiempo había estado luchando con la camiseta antes de admitir que no podía arreglárselas solo? A Ángel  la asombró que no hubiera preferido ponerse una camisa con botones. Así no habría tenido que pedirle ayuda. 

 

—Siéntate, así alcanzaré mejor—dijo, y le quitó la camiseta. 

 

Él se agarró a la esquina de los armarios, se acercó cojeando a la mesa de la zona del comedor y se acomodó en una de las sillas. Ángel  le pasó cuidadosamente la camiseta por el brazo.

Intentaba no hacerle daño en el hombro y su semblante tenía una expresión de intensa concentración. Cuando hubo colocado la camiseta, dijo: 

 

—Mete el otro brazo en la manga mientras yo intento que no te tire del hombro. 

 

Sin decir palabra, él hizo lo que le decía y juntos consiguieron pasarle la camiseta por la cabeza.

Ángel se la estiró como hubiera hecho una madre con un niño pequeño, a pesar de que el hombre que, inmóvil, recibía sus cuidados, no era un niño en ningún sentido que ella pudiera imaginar.

Pasando 10 dias contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora