2 Capítulo

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Eran las tres de la mañana. Bonnie se había ido hacía media hora y Ángel había mantenido a raya el cansancio el tiempo suficiente para darse una ducha y quitarse el salitre del pelo.

El calor del día había amainado por fin y el aire era agradable, pero pronto amanecería y la temperatura volvería a subir. Ángel  tenía que dormir mientras pudiera, pero tenía el pelo mojado. Suspiró, se apoyó en el tocador y encendió el secador. 

El hombre seguía durmiendo o inconsciente. Tenía, definitivamente, una conmoción cerebral, pero Bonnie no creía que su estado fuera grave, ni que estuviera en coma.

Pensaba más bien que su prolongado estado de inconsciencia se debía a la mezcla del cansancio, la pérdida de sangre, el shock y el golpe que había recibido en la cabeza.

Le había extraído la bala del hombro, había cosido y vendado sus heridas y le había puesto la inyección del tétano y un antibiótico.

Luego, Ángel y ella lo habían limpiado, habían cambiado las sábanas y le habían puesto tan cómodo como habían podido. 

En cuanto se había decidido a echarle una mano, Bonnie  se había mostrado tan capaz y tranquila como siempre, por lo cual Ángel  le estaría eternamente agradecida.

Ella, por su parte, tenía la impresión de haberse agotado físicamente y, sin embargo, había encontrado fuerzas para ayudar a Bonnie durante la inquietante extracción de la bala del hombro y más tarde en la reparación de las heridas. 

Ya con el pelo seco, se puso la camisa limpia que se había llevado al baño.

La cara que veía en el espejo no parecía la suya y la miró con curiosidad, fijándose en la piel incolora y en las sombras malvas de debajo de los ojos, que parecían oscurecidos por el cansancio. Estaba atontada por el cansancio y lo sabía.

Era hora de irse a la cama. El único problema era dónde. 

El hombre estaba en su cama, la única que había en la casa.

Ángel  no tenía un sofá de tamaño normal, sólo dos butacas. Siempre cabía la posibilidad de hacerse la cama en el suelo, pero estaba tan cansada que la idea de acometer aquel esfuerzo casi la superaba.

Salió del cuarto de baño y se quedó mirando la cama limpia, con sus sábanas blanquísimas, y al hombre que yacía inmóvil entre ellas. 

Necesitaba dormir y tenía que quedarse cerca de él para oírlo, si se despertaba.

Era una viuda de treinta años, no una muchachita temblorosa. Lo más sensato era meterse en la cama a su lado para poder descansar.

Tras mirarlo un rato, se decidió y apagó las luces; luego se acercó al otro lado de la cama y se deslizó con todo cuidado entre las sábanas, intentando no molestarlo.

No pudo refrenar un leve gemido cuando sus músculos cansados se relajaron por fin, y se tumbó de lado para apoyar la mano sobre el brazo del hombre.

De ese modo, se despertaría si él empezaba a moverse. Después se quedó dormida. 

Cuando despertó, hacía calor y estaba empapada en sudor.

Se alarmó un instante cuando, al abrir los ojos, vio la cara morena de un hombre apoyada sobre la almohada, a su lado. Luego recordó lo ocurrido y se incorporó sobre el codo para mirarlo. 

Pasando 10 dias contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora