Continuación del Capítulo 10

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Esa tarde, Ángel  salió al huerto a recoger unos pimientos frescos para añadir a la salsa de espaguetis que estaba haciendo. Josh  se estaba dando una ducha y Max, por extraño que pareciera, no estaba por ninguna parte. Ángel  hizo amago de llamarlo, pero luego pensó que estaría dormido debajo de la adelfa, resguardado del calor.

La temperatura había subido al menos hasta los treinta y siete grados y había mucha humedad, condiciones óptimas para una tormenta.

Con las manos llenas de pimientos, cruzó el pequeño jardín trasero de la casa. Después, nunca llegaría a comprender de dónde había salido. No había nadie a la vista, ni lugar para esconderse.

Pero, mientras subía los escalones, él apareció de pronto tras ella, le tapó la boca con la mano y le echó la cabeza hacia atrás.

Con el otro brazo la rodeó casi del mismo modo que Josh  cuando la había sorprendido por la espalda. Pero, en lugar de un cuchillo, aquel hombre empuñaba una pistola que relucía al sol con una pátina azulada. 

—No haga ningún ruido y no le haré daño —le susurró el hombre al oído. Su voz se deslizaba fácilmente en las consonantes y se volvía líquida en las vocales—. Estoy buscando a un hombre. Se supone que está en esta casa. 

Ella clavó las uñas en su mano e intentó gritar, a pesar de que Josh  quizás estaría aún en la ducha y no la oiría. Pero... ¿y si la oía? Tal vez resultara herido si intentaba ayudarla. Aquella idea la dejó paralizada. Se tambaleó contra aquel hombre y procuró organizar sus pensamientos e idear un plan. 

—Chist, eso está mejor —dijo él con aquella voz baja y suave que la hacía estremecerse—. Ahora, abra la puerta y entraremos tranquilamente. 

Ella no tuvo más remedio que abrir la puerta mosquitera.

Si él hubiera querido matarla, ya lo habría hecho, pero todavía podía dejarla inconsciente con toda facilidad, y el resultado final sería el mismo: ella sería incapaz de ayudar a  Josh si surgía la ocasión. El hombre la empujó con el cuerpo para que subiera los escalones.

La sujetaba con tanta firmeza que Ángel  no podía forcejear. Miraba fijamente la pistola que él llevaba en la mano. Si aquel hombre intentaba disparar a Josh , ella podría golpearle el brazo y desviar el disparo.

¿Dónde estaba  Josh? Ángel intentó oír el ruido de la ducha, pero el pálpito de su corazón la ensordecía. ¿Se estaría vistiendo? ¿Había oído cerrarse la puerta trasera? Si así era, ¿le daría importancia? Confiaban en que Max  les avisara si alguien rondaba por allí. Un instante después, se le ocurrió otra idea y el dolor volvió a mundana.

¿Habría matado a Max  aquel hombre? ¿Por eso el perro no había rodeado la casa cuando ella había salido al jardín? 

Entonces Josh  salió del dormitorio, vestido únicamente con sus vaqueros.

Llevaba la camisa en la mano. Se detuvo y su rostro permaneció inmóvil mientras miraba primero al hombre que la sujetaba y luego los ojos aterrorizados de Ángel  por encima de la mano que le tapaba la boca. 

—Le estás dando un susto de muerte —dijo en tono frío y controlado. 

La mano que cubría la boca de Ángel  se aflojó, pero aquel hombre no la soltó por completo. 

— ¿Es tuya? 

—Es mía. 

Luego, el hombre la soltó y la apartó delicadamente de él. 

Pasando 10 dias contigoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora