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Corrí hacia mi madre, temeroso de que ella también se cayera mientras trataba de levantar a papá. Nunca olvidaré la expresión en su rostro. Me miró como si se estuviera ahogando, como si hubiera luchado para mantenerse a flote en medio de un remolino y ahora estuviera demasiado débil para continuar. Vi que se rendía y se abandonaba, resignándose a morir ahogada. Miré mi overol recién planchado y mi camisa a cuadros roja. Tenía manchas de barro en los pantalones. Había comenzado a llover. 

Volví a mirar alrededor. Me di cuenta de que esto no iba a ser una fiesta. Tampoco habría aviones trasladando la casa. Mi desilusión quedó eclipsada por las duras lecciones que quedaron grabadas en mi corazón como con un hierro caliente. En casa  no había conocido el amor, pero ahora veía con mis propios ojos que al parecer los vecinos tampoco nos amaban. No había amor en el mundo. Recuerdo haber pensado: no hay esperanza. No hay amor ni esperanza. Después mi mente quedo en blanco. 

Cuando volví a la realidad descendía corriendo por el otro lado de la colina, hacia el establo, llorando y gritando a la vista de todos. En un extremo del establo había compartimiento con trigo, avena y maíz, para preparar el alimento de los animales. Subí a la carrera hacia los compartimientos de grano, pasé a través de una enorme puerta y luego la cerré con el pesado cerrojo de hierro. Había dos ventanas con persianas. Golpeé los soportes que las mantenían! abiertas  y, allí en la oscuridad, me metí en el compartimiento del maíz y me enterré hasta el cuello entre los granos.

me quería morir. No porque la "fiesta" en la colina se hubiera vuelto amarga; no porque mis padres hubieran sido humillados por falsos amigos, o porque mi hermano odiaba a su propia familia; lo que ocurría era que todas esas cosas _y otras_ se habían combinado para amargarme. sentía una enorme vergüenza.

Mi Viaje Del Escepticismo Hacia La Fe.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora