Finalmente, paz.

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Silencio.

Silencio.

Silencio.

¿Qué era ese nuevo sentimiento que Lucy sentía?

Observaba sus manos pálidas como siempre, solamente que esta vez los moretones a causa de las jeringas ya habían desaparecido.

La bata vieja y celestina del hospital estaba reemplazada por un hermoso y verosímil vestido blanco.

Blanco como el alma que ella nunca poseyó.

Sus manos se dirigieron apresuradas hasta su antiguo cabello grasoso y casposo.

Ahora un moño y una trenza pareja adornaban su cabeza.

Sus pies descalzos, limpios y livianos.

Ella asustada miró a su alrededor,

más nada encontró.

Sólo amigables y silenciosas nubes cual algodón la acompañaban, invitándola a ser tocadas.

Ella sin dudar estiró la diestra, traspasando la caricia dulce que hacía segundos había percibido,

cayendo a un infinito negro y oscuro.

La repentina tranquilidad que Lucy sentía se había marchado,

dando paso a su antiguo sentimiento.

Pobre Lucy.

Cayendo sin tocar fondo,

cayendo en el túnel de la vida,

donde imágenes de la pequeña de cabellos castaño estaba presente,

donde su familia estaba junto a ella,

donde no existía la chica drogadicta que había perdido todo, 

donde sólo existía su perdida felicidad.

Hasta que un desconocido apretón la obligó a parar en una sala conocida,

llena de enfermeras y doctores nerviosos.

No podía observar bien, la gente tapaba su visualización.

Trató de acercarse, pero parecía que nadie la escuchaba.

Se asustó, abrazándose a sí misma. 

Podía ver cómo el doctor conocido por ella gritaba y golpeaba a la vez un débil y yaciente cuerpo en la cama, 

cuerpo que traía las manos azules y lastimadas,

como Lucy las tenía hacía rato.

La enfermera mayor corrió hasta tomar un aparato  extraño,

momento que Lucy aprovechó y observó:

El cuerpo yaciente ya morado era su cuerpo.

Ella estaba muerta.

Lucy se había suicidado.

El reanimador no lograba traer de vuelta a la chica que había muerto,

Lucy ya se había marchado.

El doctor, vencido, tapó el cadáver con una solitaria manta.

Ya no había nada qué hacer.

Lucy sólo se acercó,

y se observó a sí misma:

Sus ojos abiertos, reflejando la escoria de vida que le había tocado,

su cuerpo, abatido y lleno de los ejemplos de que su vida precisamente no fue un cuento de hadas.

Y, ¿su alma?

Su alma por fin pudo tocar fondo,

por fin pudo tocar el final, 

Lucy por fin pudo tener paz.




Fin.

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