1. Sin palabras

3K 201 179
                                    

CAPÍTULO I

Era como ser náufrago en el océano pacífico. Mirar en todas direcciones sin tener idea de a dónde ir, o qué hacer, y conforme pasaban los días, o incluso los minutos, la sensación dentro del pecho se convertía en una auténtica angustia. Podría incluso compararlo con haber bebido un veneno mortal, pero seguramente ya estuviera muerto para entonces, y esa sería mucha suerte para mí.

No era un secreto que, de los seis hermanos en casa, mi salud era la peor de todas; aunque usualmente esta variaba por temporadas, el invierno, por supuesto, era la peor de todas. Pero no era nada que mantenerme caliente no lograra controlar, sin embargo, en las últimas semanas la situación había cambiado a peor, principalmente por las noches.

Iniciaba como un mal sueño; una incómoda pesadilla en donde corría tan rápido que terminaba agitado, pero tan pronto mi garganta se cerraba, me daba cuenta de que mi corazón latía al son de un aleteo. Casi como si quisiera salir disparado por mi boca. Mi respiración entrecortada me obligaba a sentarme y apretar mi pecho, y esperar lentamente hasta que todo acabara.

No solo mi corazón me atacaba por las noches, sino también las profundas ganas de dormir durante el resto del día. Todos los días, incluso aquellos en donde no sufría cuando el sol no estaba en lo alto. No es que no me preocupara, pero me avergonzaba ligeramente pedir ayuda al resto, en especial cuando cada día nos burlábamos unos de los otros. Qué dirían de mí, cuando soy el primero en desearles la muerte solo por molestarlos.

"Por desear tanto la muerte, te llegó primero", es lo que llegué a pensar después de mirar unas cuantas gotas de sangre cayendo de mi nariz el día en que decidí no decir nada. Ni siquiera a mis padres, quienes, seguro, tampoco tenían dinero suficiente para atender algo como esto.

A pesar de todo, había salido con Jyushimatsu esa tarde. Insistente con sus ánimos y energías, me hacía lanzar la pelota una y otra vez. Estaba seguro de que él no tendría nunca un límite, y si lo tenía, era la muerte. En la cubeta quedaban solo tres pelotas, solté un quejido al agacharme por una de ellas, y cuando volví a mi posición, la lancé tan lejos como pude.

Como siempre, Jyushimatsu corrió detrás de ella, brincó y la golpeó con el bate tan fuerte como pudo marcando un home run. O al menos eso gritó. Puse mala cara, no me molestaría en ir por ella, era una bola perdida. Jyushimatsu celebró en su lugar gritando "Home Run!" una y otra vez, y me agaché para tomar otra bola. Incluso si mi malestar me hacía sentir irritable y con poca paciencia.

A diferencia de los demás hermanos de porquería que tenía, Jyushimatsu era el que más me levantaba los ánimos solo con verle; podría decirse que su risa era contagiosa, aunque no funcionaba conmigo, y era un buen chico, o eso quería creer. Aunque me usara como máquina lanza pelotas.

El viento del otoño transformándose en invierno me revolvió el cabello obligándome a cerrar los ojos. Bajé mi cubrebocas para sentir la frescura en mi rostro y aprovechar el aire para secar un poco el sudor que expulsaba. Estaba seguro de que mi cabello había quedado peor de como estaba, y traté de peinarlo un poco, aunque sabía que era en vano. Mi apariencia, a demás de descuidada, lucía enferma, pero intentaba esconderla todo lo posible.

—¡Ichimatsu-niisan! —Jyushimatsu bajó el bate y extendió su mano hacia mí. —¡Dugout, dugout! —Me gritó dándome a entender que necesitaba descansar un poco, sin embargo, yo ya había terminado. No podía seguir lanzando más pelotas, y si él me seguía a casa, pues bien por él. Y así fue.

Estaba tan cansado que no dije nada en todo el trayecto a casa. Sabía que, en cuanto tocara el suelo o el futón, incluso el recibidor, me quedaría dormido. Todo sonaba cómodo en ese momento y mentiría si dijera que mis ojos no se cerraban del sueño que tenía.

Save me || Osomatsu-sanDonde viven las historias. Descúbrelo ahora