Capítulo 13.-

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Willy.

Aún miércoles, aún feliz.

Después de devorar aquel asqueroso pescado, continué charlando con Samuel.

En verdad me divertía haciéndolo. El chico tenía una voz de dibujo animado que no había escuchado en ninguna otra persona. Era única y molesta, aturdía y a la vez me tranquilizaba, hablaba velozmente pero se daba a entender, era auténticamente, la voz que podía escuchar por el resto de mi vida.

Razón #214: Grábame tu voz como despertador, quiero escucharla cada mañana.

Me hablaba sobre sus abuelos y sus padres. Sobre lo bonitas que le parecían las cabras, sobre su fanatismo por Dragon Ball, sobre sus videojuegos favoritos, del cual, encabezaba la lista Minecraft, seguido de Uncharted y Pokémon. Me ponía ejemplos con películas que en mi vida había visto, me narraba anécdotas, como cuando rompió su Nintendo y era sólo un chaval, e incluso, se tomó quince minutos de su tiempo para hablarme sobre ventiladores. Creo que sabía más de su vida que de la mía y se limitaba a cuestionarme regularmente sobre mí. ¿Qué podía decirle yo? No tenía ni la mitad de la interesante vida que tenía él. Tenía una hermana, la cual se había encargado de arruinar la mayor parte de mis años con sus berrinches y las constantes comparaciones entre ella y yo de mis padres. No podía hablarle sobre la vez en que Sara me culpó de haber roto la vajilla carísima de porcelana de la abuela, y que mis padres me castigaron sin regalos de navidad durante dos años por un acto que yo no había cometido. Era la anécdota más traumante de mi infancia y, probablemente, si se la contaba iba a a pensar que era una castaña, porque lo era. Sin embargo, sus intentos por sacar lo mejor de mi no eran vencidos tan fácilmente.

Razón #215: Es un afortunado de ser hijo único.

-Vamos, alguna historia interesante debes ocultar por ahí. Dime, ¿tienes mascotas? -Claro, ¿por qué no se me había ocurrido antes? Quizá porque mi perro no es el mejor can y se vive la vida tirado en el sofá.

-Tengo un perro salchicha, se llama Pedrin.

-¿Pedrín? Vaya nombre más peculiar.

-Pedrin, sin la acentuación en la i.

-Bah, un error lo comete cualquiera. -Había hecho un gesto con la mano en señal de despreocupación. -¿Por qué no lo vi cuando fui a tu casa? 

-Es un perro flojo... -De repente nos invadió el silencio, Samuel me miraba expectante esperando a que yo articulara alguna frase. -En realidad siempre he querido tener una tortuga, pero mis padres no me dejan por la patética fobia de Sara. Así que me compraron a Pedrin. No es el mejor can del mundo pero me quiere y supongo que con eso me sobra. -Me había abierto a expresarme, sólo esperaba no terminar llorando en su hombro.

-¿Te digo qué? Te compraré una... -Lo interrumpí.

-¿ME COMPRARÁS UNA TORTUGA? Cielos Samuel, haz sido muy amable conmigo pero no creo que debas...

-Iba a decir que te compraría una canasta de helado para que no te sintieras tan mal, pero si quieres también puedo comprarte una tortuga. -Mierda, seguro ahora piensa que soy un demente.

-Perdón, creo que me emocioné de más.

-Nada de perdón, nunca te había visto tan ilusionado por algo. Anda, ayúdame a coger todo, iremos a la tienda de animales más cercana antes de que acabe el día.

-Pero no puedo, es decir, no me dejan tener una tortuga en casa, se iría por el inodoro tan pronto entrara por la puerta.

-¿Y quién dijo que te la llevarás tú? Será tuya, pero yo cuidaré de ella. Verás, pronto me mudaré a un piso yo solo, cerca de la universidad. Necesitaré compañía. -Me guiñó el ojo, como no lo hacía hace tiempo. ¿La diferencia? Esta vez me parecía adorable.

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