El cielo extraña a la tierra

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Cuando Frank despertó, Gerard ya no estaba a su lado.

Frank se incorporó en la cama y se frotó la cabeza con ambas manos. El lugar donde había estado Gerard estaba frío, lo que indicaba que había sido abandonado hace algo de tiempo. Tomó su ropa del suelo y deambuló alrededor de lo que ahora llamaba hogar. Sin embargo, no vio a Gerard por ninguna parte. No debería sorprenderle, probablemente había bajado de nuevo, quizás para drogarse con el odioso de Bert, o algo mucho peor, pero aquella era una situación que Frank ni siquiera quería imaginarse.

Eran las seis de la tarde y el cielo había oscurecido. La lluvia caí a torrenciales y decoraba el día con sus incesantes millares de gotas golpeteando el asfalto y techos de las casas. Frank se acercó hacía la ventana de la sala para cerrarla y así evitar que entrará el agua; y ahí fue cuando lo vio.

Una figura de pie en medio de la desolada acera llamó su atención. Al principio no pudo verla bien, pero luego la reconoció casi de inmediato. Gerard se encontraba bajo la lluvia, sin nada encima y con su blanca piel totalmente descubierta.

— Dios mío.

Muchos pensamientos rondaron por la mente de Frank cuando se apresuró a salir del edificio y alcanzar al otro hombre bajo el horrible clima. A los pocos segundos de salir, la lluvia lo atacó sin piedad y lo empapó de pies a cabeza, ninguna parte de su cuerpo logró permanecer seca. Un trueno se oyó a la distancia.

— ¡Gerard! ¡¿Qué estás haciendo?! —gritó por sobre el ruido de la lluvia. Gerard se volteó y sonrió al verlo, pero ninguna palabra salió de su boca. Frank lo tomó del brazo— Ven, entremos.

Pero Gerard se resistió a sus intentos por hacerlo entrar.

— El cielo está llorando. El cielo está llorando y quiere compañía —rió— ¿No quieres hacerle compañía conmigo?

Frank frunció el ceño, pero no dijo nada. Gerard sonreía y tomó sus manos mientras se movía al ritmo de una música inexistente. Parecía estar divagando de nuevo, al igual que había sucedido aquella lejana vez cuando pensó que le abandonaría.

— Las lágrimas del cielo son el soporte de la tierra. Sus lágrimas son justificadas porque el cielo extraña demasiado a la tierra. ¿No crees que el cielo extraña a la tierra?

— Sí, lo hace —murmuró Frank, dejando escapar una sonrisa triste. Gerard estaba totalmente fuera de sí, sus pupilas estaban diltadas y trataba de llevarle la corriente. Recién en ese entonces, al moverse y ver sus muñecas, Frank notó que un líquido rojo se mezclaba con las gotas de lluvia y era barrida por esta, solo para ser reemplazado por más color carmesí que emanaba de lo que parecían ser cortes.

— ¿Qué fue lo que te hiciste, Gerard? —murmuró con voz apenas audible. Miró al chico y rozó los cortes con sus dedos— Vamos, Gee. Te enfermarás aquí fuera, hace frío y tú estás sin ropa.

— No, no quiero. Quiero quedarme con el cielo, él está triste.

— Podrás hacerle compañía desde adentro, ¿está bien? —trató Frank. Gerard finalmente cedió a su persuasión luego de un tiempo y Frank lo cargó de vuelta hacia el interior del edifico. Su cuerpo parecía solo un peso muerto en sus brazos.

Lo depositó en el sofá y fue por una manta para cubrirlo, pues tiritaba de sobremanera. También fue por un trapo a la cocina para limpiar los cortes que parecían no dejar de sangrar en sus muñecas. Frank se sentó en el borde de la mesita de café frente al sofá y comenzó a ocuparse de sus heridas. Gerard se quejó pero no opuso resistencia; su vista estaba clavada en el techo.

— Por todos los cielos, Gerard. Por poco te cortas una vena —dijo Frank, haciendo presión en su muñeca con el trapo que comenzó a teñirse de rojo. También observó marcas de agujas recientes en sus brazos, indicio más que obvio de la heroína— ¿Qué sucede contigo?

— Sentía dolor.

Fue la única repuesta que recibió de su parte; pues no volvió a decir una palabra más en un buen rato. Luego levantó la cabeza del sofá y enfocó su vista en él. Luego, para gran desconcierto de Frank, Gerard comenzó a reír y envolvió sus brazos alrededor de su cuello.

— Frankie. Oh, Frankie. No te imaginas todo el dolor que siento en mi interior y no me lo puedo quitar. Es como un pegamento que se adhiere a mí y jamás me abandona —divagó— El cielo extraña a la tierra de la misma forma que yo extraño a mi hermano. Está tan lejos pero a las vez tan cerca de mí... Y duele tanto.

Frank no supo cómo responder. Acarició su cabello y trató de sonreír— Lo sé, Gee. Lo sé. Hay veces en las que yo también siento nostalgia por lo que alguna vez fue mi hogar, pero solo por las cosas buenas que viví. No son muchas, pero quiero que sepas que tú fuiste una de ellas, a pesar de todo. Y jamás dejarás de serlo para mí.

— Quiero a mi hermano. Quiero estar con él, ¿porque no me llevas con él? —sollozó. Gerard lloró en su cuello y Frank lo dejó descargarse. Ese Gerard no se parecía en nada al otro, a la parte fría y distante que parecía dominar a su ser la mayor parte del tiempo. Era casi como si tuviese dos personalidades diferentes, ambas divididas por un gran espacio pero al fin de cuentas seguían perteneciendo a la misma persona. Y una surgía más que la otra, con mayor autoridad. Frank no sabía cuál era mejor, pero había aprendido a diferenciar su bipolaridad.

— Hey, ¿sabes qué? —sugirió Frank cuando Gerard pareció calmarse un poco— Llamaré a Ray cuando consiga un móvil y le diré que quieres hablar con Mikey. ¿Te gustaría hacerlo? ¿Hablar con Mikey? De seguro él también te extraña.

Gerard asintió con la cabeza— Sí, me gustaría.

— Hablarás con él, te lo prometo —su antiguo móvil había dejado de funcionar hace mucho tiempo, aún necesitaba conseguir otro y en el apartamento no había teléfono—¿Tienes hambre? Puedo preparar algo.

No tenían muchas cosas en la alacena, pero intuía que al menos podía preparar sopa. Intentó ponerse de pie pero Gerard no lo dejó y lo retuvó con él. Suspiró.

— Está bien. Me quedó contigo. 

Gerard se acurrucó en su pecho mientras sostenía la manta alrededor de su cuerpo.

— Mis demonios no me abandonan —susurró, cerrando los ojos— Ellos son malos, a veces les temo. Pero son parte de mí. Aprendí a aceptarlos.

— Todos tenemos demonios, Gee —murmuró Frank en su cabello aún mojado. Él también lo estaba, pero no podría importarle menos.

— Los míos son peores.

Gerard cayó dormido poco después, con Frank aún pensando en su última afirmación. Sus propios demonios eran muchos, alimentados por las diferentes emociones que iban surgiendo. No era fácil dejarlos atrás, pues siempre estaban contigo y jamás te dejaban. Gerard tenía los suyos, aún más atormentados que los de él, pero Frank sabía una cosa; si podía amar a sus demonios, entonces también podía hacerlo con el dueño de estos.

i brought you my love, you brought me your blood ↠ frerard Donde viven las historias. Descúbrelo ahora