No sé como demostrar que me importas

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La verdadera discusión llegaría poco después.

Frank se encontraba dentro de la cabina telefónica de una decrépita estación de servicio intentando localizar a Ray. Colocó la moneda que se requería para realizar la llamada y esperó pacientemente. No había hablado con el rizado desde que se separaron en la ciudad; sabía que le había prometido llamarlo antes, pero simplemente no se le había presentado la ocasión y lo había dejado pasar. Pero en ese momento necesitaba oír una voz familiar, la voz de un amigo. Ni siquiera sabía cuánto tiempo había transcurrido exactamente, pero suponía que un mes, quizás mes y medio. Sin embargo, no se sentía como un mes, sino como apenas una semana.

— Vamos, Ray. ¿Dónde estás? —murmuró el moreno para sí mismo, golpeteando de manera inquieta el aparador del telefóno con los dedos. Repitió el proceso para intentarlo de nuevo. Mientras su sentido de la audición se entretenía oyendo el molesto pitido del teléfono, echó un vistazo rápido a Gerard a través del cristal, a quien pudo observar perfectamente dentro del auto.

Continuaba dormitando; con su cabeza pegada a la ventanilla y apretujado en sí mismo, como una bola. Había caído dormido en algún momento del camino y permaneció en ese estado todo el rato que a Frank le tomó encontrar aquella condenada estación de servicio. Era mejor así, pensó, pues su compañero se había empeñado en aplicarle la ley de hielo y no se había dignado a hablarle desde el pequeño desacuerdo que padecieron en la mañana. Frank creía que ya habían pasado por muchas cosas juntos para actuar de esa forma tan inmadura e infantil, pero viniendo de Gerard ya nada le sorprendía. O al menos fingía que no lo hacía.

En el tercer intento se dio por vencido. Colgó el teléfono de vuelta en su lugar y largó un suspiro cansado. Se apoyó de hombro contra la superficie transparente. ¿Qué demonios podría estar haciendo Ray que fuera tan importante para no contestar? Pero esperar obtener una respuesta era inútil, además, se había quedado sin monedas y no podría volver a realizar otra llamada aunque lo quisiera. Su estómago eligió aquel preciso momento para gruñir exigiendo comida. Frank se llevó una mano hasta este. Tenía hambre, las sobras que habían engullido por la mañana no hicieron mucho para satisfacer a su organismo y ahora pedía por más.

Aún tenía algo del dinero que le había quitado a su padre, no era mucho, pero serviría para comprar algunos comestibles en la pequeña tienda de la estación. El rápido achicamiento de su bolsillo solo sirvió para recordarle una vez más que debía encontrar algún medio para obtener dinero, así como también un lugar donde establecerse. No podían conducir por el resto de sus vidas sin rumbo como vagabundos, simplemente no podían. Pero luego pensaría en ello, se dijo, ahora tenía hambre y los rugidos de su estómago solo aumentaban con cada segundo que transcurría.

El encargado de la tienda se limitó a atinarle una simple mirada al entrar y rápidamente volvió a su lectura de una revista, sin darle más importancia. Frank fue tomando algunas cosas que creyó necesarias; la mayoría eran alimentos no perecederos para el largo camino que aún tenían por delante, como bolsas de chips, latas de gaseosa y ese tipo de snacks con un alto nivel de grasas trans, lo básico que podía encontrarse en una estación de servicio en medio de la nada. También recogió una bolsa de nueces. Sabía que a Gerard le gustaban aquellos peculiares frutos secos, que para Frank no tenían sabor alguno. Pero los llevó de todos modos.

Pagó por los productos y emergió de nuevo al caluroso mundo del exterior. El abrasador sol estaba en su punto más alto y le daba de lleno en la cara; Frank había tomado una camiseta vieja y la había convertido en una especie de musculosa para evadir el calor más fácil, pero no notaba ninguna diferencia. Al cerrar la puerta del auto, Gerard despertó.

i brought you my love, you brought me your blood ↠ frerard Donde viven las historias. Descúbrelo ahora