Capítulo 8.

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Raffe me ignoró durante dos días. Ya no sabía qué hacer para pedirle disculpas, bueno... en realidad sí sabía que hacer, pero no lo haría. No cancelaría mis horarios con Krum por un capricho de mi novio. Estaba segura que en algún momento desistiría de su enojo y admitiría que era una ridiculez lo que pedía, mientras decidí no volver a molestarlo.

Comenzamos a entrenar con Krum y percibí cierta resistencia a dar lo máximo de sus golpes. Eso no era lo que estaba buscando.

  —¿En serio? —me miro desconcertado—. Tus golpes no son como la primera vez. Ni siquiera me entero de que me estas golpeando. Mi hermana lo haría más fuerte que tú.

—No vayas por ahí.

—No eres de ayuda —volteé para recoger la botella de agua, pero antes de tocarla sentí sus manos tomándome por la cintura y tirándome sobre el piso de colchonetas—. ¡Mierda!

—Regla número uno: nunca le des la espalda a tu rival. —Se paseó a mi al rededor con los brazos en jarra—.   Lo que tu rival intentará constantemente es hacer que te distraigas, no importa con qué, no importa cómo, siempre lo hará. Puede fingir pelear muy mal para que te gastes todas tus energías creyendo que vas al mando, pero cuando menos lo esperes y más cansada estés, atacara con todas las fuerzas que estuvo guardando mientras tú las perdías.

Me percaté de que Dum estaba viendo lo que hacíamos.

  —Veo que empezaron duro—dijo extendiendo una mano para ayudar a levantarme. La tomé y en un parpadeo, Dum me levanto de un salto y volvió a tirarme sobre la espalda con él a horcajadas mías.

—Regla numero dos: no confíes en nadie.

—Traidor —murmuré bajo la presión de Dum.

—Lo siento, tu pediste un entrenamiento serio—dijo Dum. Se levantó y se marchó hacia una esquina.

—No importa quién sea: amigo, familia, conocido... Una persona, cualquiera, siempre querrá verte caer. Es una ley. 

Me levanté esperando por lo que venía, pero no dijo nada más. Flexionó sus rodillas y se posicionó a la espera de mi ataque.

Corrí hacia él y comencé a largar golpes en gancho que lograba parar con sus antebrazos musculosos. Enganchó su pierna con la mía, con facilidad me tiró, salí de debajo de él con gran facilidad. Tiré mi puño hacia su estómago y aproveché para poner mis piernas alrededor de su cuello. Sin dificultad se levantó conmigo encima. Me suelto y comienzo a pegar rodillazos y patadas.

Krum deja salir un quejido espantoso y se tira hecho una bola al suelo.

—¡Mi ingle!

—Oh, Dios. Krum —me acerqué con el fin de ayudarlo, no esperando la patada en el pecho que me propinó.    

Me acuclillé en posición fetal buscando aliviar el dolor y tratando de respirar un poco de oxígeno.

—Regla número tres y última: nunca jamás te preocupes por tu oponente.

—Maldita sea... Krum —empezaba a creer que esto era mala idea—. No era necesario.

—Sí que lo era. El humano esta condicionado para aprender de sus errores, eso provoca que aprenda con el dolor.

—¿Con el dolor?—pregunté jadeante.

—Con el dolor—afirma—. Imagina esto: una persona se compra un cachorro, y quiere entrenarlo. La persona quiere que el cachorro no comience a comer sino hasta que le hayan servido el alimento y su amo se haya retirado; para eso el entrenador le dice al amo que debe ponerle un collar inalámbrico y darle descargas eléctricas al perro cada vez que éste se acerque a la comida antes de que su amo se haya ido. De esa forma el perro aprende a no acercarse a la comida por el dolor de las descargas.

Claro que aprendería así, ¡es un perro! No puede comparar a un animal con una persona. No es lógico. La persona tiene el uso de razón el que le advierte que eso va a doler antes de siquiera intentarlo por primera vez.

—Eso es absurdo comparado con una persona. Eso es dolor físico, obviamente el perro no se acercará, porque su dueño es un bárbaro.

—Ese es el punto. Y no solo aprendes del dolor físico sino también del dolor emocional —explicó.

—No me sirve de consuelo...    

—Déjame explicarte con otro ejemplo —comenzó a recorrer con la mirada en lugar, pensativo—. Cuando era niño tenía un grupo de amigos, eramos demasiado revoltosos y curiosos. Un día después a una tormenta eléctrica, Tom mi mejor amigo, encontró un árbol negro por un rayo que había caído a unos metros... claro, el entusiasmo de mis amigos por explorar era fascinante y contagioso. Corrí a casa y le pregunté a mi madre si podía ir con ellos, pero ella se negó rotundamente porque según ella era peligroso.
>>Como era de esperar yo estaba ilusionado y ansioso por ir. Me enfadé con mi madre y al día siguiente, a escondidas, fui. Jugamos a los exploradores, recorrimos toda el área donde el rayo había impactado—narraba con una sonrisa melancólica en su rostro—, y finalmente subimos al  árbol. Pero para mi mala suerte y la razón de mi madre, me aferré a una rama que no soportó mi peso y caí desde cuatro metros. Fracturé varios huesos de mi cuerpo al rebotar en otras ramas, pero así aprendí a obedecer a mi madre y a aprender a analizar cuando una situación es riesgosa.

—Muy conmovedor, pero era evidente. ¡Te subiste a un árbol quemado! 

No servía para ejemplificar, mucho menos como narrador de cuentos.

—Tenía ocho años, no era consciente.—Se defendió con poca paciencia—. Mira, si esos ejemplos no te sirven, no pienses más lejos. Te diré el ejemplo mas trillado, cursi y estúpido: ¿Qué haces cuando pierdes o estas a punto de perder a una persona de tu lado? Comienzas a valorarla, aunque ya es tarde porque todos los intentos del otro por llegar a ti fueron escaso en el momento para que tú te dieras cuenta de lo que sucedía. Pero cuando llega el tiempo en que se cansa y decide marcharse, el dolor que eso te provoca te obliga a valorar cada intento desesperado que tuvo anteriormente. ¿Entiendes... Penryn...

La frase "estas a punto de perder a una persona de tu lado" se repetía una y otra vez en mi cabeza. El motivo por el que estaba acá era para entrenar, pero esa clase se convirtió en un juego de palabras que estaban psicologicamente en mi contra. Y es que al fin y al cabo Krum tenía razón, si uno se pone a pensar se da cuenta de que no se aprende de la felicidad porque ésta se disfruta, sino que se aprende del dolor porque te hace atravesar una fase de etapas psicológicas en las cuales uno se plantea preguntas a las cuales se responde sin la ayuda de nadie más.

Pensé en Paige y cuanto soporté por ella con los ángeles, y cuán fuerte me hizo esta situación. Pensé en mamá y en cómo su condición me hizo ser quien llevara las riendas de esta familia lo cual me ayudó a soportar más de lo que me creía capaz. Pensé en papá y en su ausencia, en cuánto lo extrañaba y cómo cuando estaba ayudó a fortalecer mi lógica y entendimiento.

Pero mis pensamientos, ayudados por las palabras de Krum, estaban ocupados por una sola persona: Raffe.

Ángeles CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora