Capítulo 9.

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 —Penryn, ¿me estas oyendo? 

Me había perdido en mis pensamientos y me había olvidado completamente de Krum.

—Hum... me distraje un poco—me disculpé recogiendo la botella de agua—. Krum... debo irme, tengo que arreglar unos asuntos. Gracias y lo siento.

Corrí casi tres kilómetros sin parar hasta la casa. Necesitaba encontrar a Raffe y disculparme nuevamente, no importa cuántas palabras me contaran, o si me tenía insistiendo días y días. Haría lo necesario para tenerlo de buenas conmigo. A mi lado, sin peleas ni quejas. Incluso dejaría de luchar con Krum para que se le pase el enfado.

Llegué a la casa para chocar de lleno con el silencio que reinaba. Recorrí todas las habitaciones para encontrar todas las camas en orden, la cocina acomodada, los platos limpios y los pocos juguetes de Paige guardados.

Salí al porche para ver si Paige y Raffe estaba a la orilla del mar, pero no. Ni siquiera un rastro de mamá. 

Recorrí con la mirada toda la cosa y nada, el cielo por si Raffe estaba volando y tampoco nada.

 Justo cuando iba a gritar para llamarlo, sonó una sirena. Me giré sobresaltada. Vi a lo lejos gente corriendo hacia la estación de bomberos, entonces recordé lo que dijeron los militares que habían enviado las fuerzas Europeas: "cuando la alarma suene será porque tenemos noticias para ustedes". Lo que nunca aclaró fue si las noticias serían buenas o malas.

Corrí rápidamente para encontrarme con Dee-Dum.

—¿Alguien del otro lado?—preguntaba la gruesa voz de un hombre. 

—Aquí Rafael receptando su llamada —me detuve en seco. Rafe sostenía el micrófono del radiotransmisor, pero algo en él se notaba diferente...

—Muy bien Rafael, aquí el comandante Joerk desde la Casa Real, Madrid, España; cumpliendo órdenes del rey. Al día de la fecha: doce de diciembre del año dos mil setenta, se informa que tras un arduo trabajo de censo, Su Majestad ha llegado al calculo de 4.100 millones de personas las que ahora habitan la tierra. Lo que quiere decir que se estima una defunción de 3.300 millones de personas entre el lapso de tiempo desde el ataque hasta hace una semana.

¿3.300 millones de personas muertas por el ataque de los ángeles? Eso era una barbaridad. Pero lo que más me hacía dudar era cómo pudieron censar a las personas si ya no viven en lugares fijos, sin obviar la parte en la que no los vi realizar el censo aquí.

—¿Cómo lograron censar a todos? —pregunté desde el fondo con la esperanza de que mi voz le llegara al comandante Joerk. Raffe me lanzó una mirada de indiferencia, y eso me quitó el aliento. Dolió horriblemente aquel gesto.

—Hicimos una operación similar a la de rescate. como las personas ya tenían un radiotransmisor, informamos que debíamos saber la cantidad de sobrevivientes y entre ellos se encargaron de concentrarse en un lugar. Nada más que añadir, civil Rafael.

—Entendido, comandante.

Sin esperar alguna pregunta más Joerk cerró la transmisión y dejó a varios de nosotros con más preguntas. Pero las mías desaparecieron al ver a Raffe escabullirse entre la multitud camino a un edificio abandonado.  

—¡Raffe! —grité en vano entre la muchedumbre.

Apreté el paso y lo seguí. Al entrar al edificio no lo vi por ningún lado así que subí con rapidez las escaleras... y ahí estaba: tendido en un sillón sobre sus alas, con su rostro tranquilo. Tenía la serenidad que tantas veces había observado en el Cupido Durmiente de Miguel Angel.   

En silencio me acerqué a él y me acurruque a su lado esperando que envuelva mi cuerpo con el suyo, pero ni se inmutó. Luego de unos largos segundos de silencio me volteé para estar cara a cara. Pero el contemplaba el techo.

—Raffe, lo siento—deposité mi mano derecha sobre su pecho, sintiendo el rítmico latido de su corazón—. Ya no quiero seguir así. Sé que estuve mal y he intentado disculparme durante estos días pero tú no me das la oportunidad.

Dejó salir un suspiro. Alargué mi brazo y volví su rostro hacia el mío. Por unos segundos creí que me sacaría la mano y voltearía su cara, pero permanecimos allí segundos, minutos y esos minutos fueron más de lo que esperaba. Fueron eternos y cortos a la vez, no podía calcular el espacio tiempo en el que nos encontrábamos porque estaba perdida en la inmensidad de su mirada. Apoyé mi rostro en su pecho y para mi sorpresa me estrechó en sus brazos.

—Raffe, soy humana. Mi vida se va a basar en errores, pero voy a asumirlos y de ellos voy a aprender. Lamento haberte gritado.

—Lo sé —dijo depositando un beso en mi coronilla.

—Quiero que sepas que nuestra relación será así. Tendremos buenos y malos momentos. Habrá peleas, millones de ellas y una peor que otra. También habrá arrebatos de pasión en los que queramos ser eternos, y habrá días en los que parezcamos amigos... y no hay nada de malo en esas cosas, porque de eso se trata amar a alguien.

—¿Y tu me amas?

—Más de lo que imaginas —levantó mi barbilla y depositó un casto beso en mis labios.

—Yo a ti Penryn.

Profundicé el beso y tiré de él sobre mí. Evidentemente lo necesitaba.

—Estamos solos —jadeé—. No me hagas esperar.

Mi suplica valía por los dos. Tanto él como yo nos extrañábamos, sus ojos me confirmaron el deseo y la lujuria que sentía en aquel momento. El hecho de habernos reconciliado conllevaba más pasión, amor y desesperación. Porque aunque yo lo quería ya en mí, estaba gozando con sus besos desde el cuello hasta el pecho. Nos despojamos de la ropa que interrumpía y suspiramos ante el contacto piel a piel.

Sin esperarlo aprisionó con su mano mi seno izquierdo y comenzó a hacer magia. Mis uñas iban y venían por el costado de su espalda, cuando rocé sus alas su piel se erizó y su mirada profunda se posó en mi boca. Recorrió mi cuerpo con sus labios para luego entretenerse con mi boca. 

Mientras torturaba mis labios con sus dientes y los calmaba con su lengua, magnéticamente mis caderas comenzaron a mecerse contra las suyas rozando mi ser con el suyo. Por deseo e instinto bajé una mano hacia su boxer y lo acaricié sin escrúpulos, pero necesitaba más. Metí mi mano en ellos, lo acaricié de arriba a abajo y observé como disfrutaba.

Apoyo su frente con la mía y mientras mezclábamos nuestros alientos aprovechó para liberar mi seno y meter su mano en mis bragas. Ahogue un gemido cuando sentí su mano en un vaivén y luego uno de sus dedos estaba dentro mío. 

Dejé escapar un gemido que Raffe silenció con su boca y a su vez también liberaba un gemido.

Aumenté el ritmo de mis caricias provocando lo mismo en él, un ritmo tortuoso de vaivén con sus dedos. Mis piernas comenzaron a temblar y sentía el miembro de Raffe cada vez más grande en mi mano. Nuestros gemidos inundaron la habitación el edificio abandonado hasta que ambos nos dejamos ir, jadeantes. 

Pero aún necesitábamos más. Cuidadosamente y poco a poco Raffe se ubicó dentro de mí comenzando nuevamente un delicioso movimiento que me hacía sentir llena y vacía a la vez. Me sentí flotar, Raffe me hacía creer ser un reina. Acariciaba cada una de mis terminaciones nerviosas y eso se sentía maravilloso. Observé su rostro lleno de amor y respeto. Cada vez que lo miraba me hacía sentir única en el mundo, la más amada en la tierra.

Aferré mis manos en sus antebrazos y disfruté de cada movimiento. Quería reír cuando estaba dentro de mí y llorar cuando ya no. Acarició mi rostro con su nariz mientras depositaba besos en toda mi cara. 

Con unas embestidas más irregulares, nos dejamos ir juntos por segunda vez susurrando nuestros nombres. Se retiro, tomó una manta que estaba tirada cerca del sillón nos tapó con ella y se acostó a mi lado con su cabeza en mi pecho depositando un beso en mi hombro.

—Te amo—susurré.

—Y yo a tí, ángel mío.        

Ángeles CaídosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora