Se acabó.
No soy consciente de mis actos durante segundos, minutos quizá. Una sensación de puro terror me controla. Esto debe ser un sueño, no es posible. La gente murmura, sorprendida de que hayan sido electos dos hermanos. Debe ser la primera vez que ocurre algo así. Quiero gritar hasta quedarme afónico, reclamar que esto no es posible, que debemos acabar con esta tortura. Sin embargo, soy el silencio. Me doy cuenta de que debo llevar un largo rato aquí arriba cuando escucho las crueles palabras:
-¡Felices Juegos del Hambre! Y que la suerte esté siempre, siempre de vuestra parte.Entramos en el Edificio de Justicia escoltados, y la sala principal conduce a dos pasillos, uno frente a otro.
Miro a mi hermana con tristeza antes de que se vaya por el pasillo de la derecha y yo por el de la izquierda. Los agentes de la paz nos han puesto bajo custodia del Capitolio, lo que les da derecho de hacernos lo que les venga en gana. Subo unas escaleras seguido muy de cerca por un hombre grande con un uniforme blanco. Me pone de los nervios, así que acelero el paso, pero me sigue el ritmo y no me deja en paz hasta que llegamos a una sala, el cuarto donde me despediré por última vez de quien me venga a visitar.Me siento en una silla y respiro hondo. La silla tiene un tapizado suave, y es muy cómoda. Sin embargo, pronto paso a un pequeño diván que es más blandito y acogedor. Al otro lado hay dos sillones. Una mesita con fruta fresca se sitúa en medio. No quiero comer, pero me digo que me quedan pocos placeres en la vida, así que rozo una uva y luego la arranco para llevármela a la boca. El dulce sabor me reconforta, y mis respiraciones se ralentizan.
Paso un buen rato solo, y dejo que una lagrimita se asome tímida por mi ojo y pasee por mi cara hasta llegar a la mandíbula. Ni bien me la seco, la puerta se abre con suavidad. Allí está mi madre. Debe venir de visitar a Bella, pero no llora. De hecho, tiene una expresión dura como una roca. Quizá esté demasiado entumecida como para llorar, pero sé que llorará en algún momento dado.
Cierra la puerta tras de sí y habla con una voz triste:
-Acabo de visitar a tu hermana. Espero que no te importe que la haya visitado a ella antes que a ti.
-No pasa nada -¿que me importe? Ahora mismo, esa es la menor de mis preocupaciones.
-Esto no puede ser cierto -susurra-. No puede estar pasando -habla con una voz entumecida, perdida, no lo soporto.
-Pues está pasando, debes saberlo -le digo. Parece haber despertado de una larga pesadilla, porque su expresión pasa a ser aterrada. Llora. Llora en silencio, pero llora. Mejor, al menos no tendrá el dolor dentro.
-Sé fuerte, mamá.
-Te quiero, hijo mío.
La abrazo mientras me doy cuenta de que es la primera vez que la veo llorar. Y me duele más de lo que me dolería la misma muerte. Mi madre querida, llorando. Verla así me está rompiendo en pedazos.
-Mucha suerte, ¿vale? -me dice antes de dar media vuelta y marcharse.
-Te quiero, mamá -le susurro. Ella abre la puerta y se va antes de que los agentes de la paz se lo ordenen. Me tiro sobre el diván, destrozado por la visita de mi madre. Me doy unos segundos para asimilar todo esto, pero la puerta se vuelve a abrir antes de lo deseado.Agnel entra en la estancia con el pelo revuelto. Siempre lo tiene revuelto, y eso que durante la cosecha estaba peinadito. Tras él se asoma Alice.
-Oh, Vance -dice la chica en tono de lamento, y viene hacia mí a paso rápido para abrazarme. Cuando me suelta, Agnel me abraza también y me da unas palmadas en la espalda.
-Todo el distrito está revolucionado con que los electos hayáis sido hermano y hermana -comenta Agnel-. Algunos han exigido que se repita el sorteo, pero los agentes y los padres de los otros jóvenes los han acallado.Pues claro que los han acallado, no quieren que sus hijos sean los que salgan si se repitiese el sorteo. La cabeza me da vueltas, y siento un dolor agudo. Cierro los ojos fuertemente.
-Toma.
Cuando abro los ojos, veo la mano de Agnel extendida. En ella hay un pequeño anillito plateado.
-Me lo regaló mi madre meses antes de morir -explica Agnel-. Lo llevo conmigo a todas las cosechas, por si acabo en el Capitolio.
-Pero, Agnel...
-Tú lo necesitas más que yo -me interrumpe-. Llévalo, por favor.
-De acuerdo.
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Los Juegos del Hambre: los Klauss
Fiksi IlmiahDel Tratado de la Traición: En castigo por la Rebelión, cada distrito ofrecerá una mujer y un hombre de entre 12 y 18 años de edad en una "cosecha" pública. Dichos jóvenes, llamados tributos, pasarán a estar bajo la custodia del Capitolio y transfer...