Capítulo 3

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Cuando el reloj del Edificio de Justicia da las dos en punto, la alcaldesa sube al podio. Su pelo, de un rubio pálido, está recogido en un apretado moño. Lleva un simple vestido negro. Es mayor, cincuenta y pocos, pero aparenta menos.
-Bienvenidos a la ceremonia de la cosecha para los Quincuagésimo Terceros Juegos del Hambre -dice con voz grave y autoritaria-. Gracias por asistir -supongo que esto último lo habrá añadido por quedar bien, porque la asistencia es obligatoria de no estar a punto de morir. Si no vienes, vas a la cárcel.
-Permítanme dar comienzo al acto leyendo la historia de nuestra nación, Panem, y de cómo nació tan honorable celebración, conocida como los Juegos del Hambre.

La alcaldesa pronuncia las mismas palabras de todos los años. Panem se sitúa en un continente antes conocido como América del Norte. Tras una larga lista de desastres naturales, ocurrió una guerra por los recursos restantes. Esta guerra tuvo como resultado Panem, un Capitolio gobernando a los trece distritos que lo rodean. Entonces llegaron los Días Oscuros, que fueron el alzamiento armado y la posterior guerra de los distritos contra el Capitolio. Tras años de lucha, el Capitolio derrotó a los doce primeros distritos y aniquiló por completo al líder de la rebelión, el Distrito 13. El nuevo gobierno capitoliano aprobó el Tratado de la Traición, en el que se recogen ciertas leyes para fomentar la paz. Para recordar que los Días Oscuros no deben volver a ocurrir, el Capitolio creó los Juegos del Hambre.

A continuación, la alcaldesa pasa a leer la lista de Vencedores del Distrito 9 a lo largo de la historia de los Juegos del Hambre. De 52 ediciones anteriores, nuestro distrito ha vencido cuatro veces. Tres de nuestros Vencedores aún siguen con vida. La alcaldesa los nombra por orden de victoria.
-Nima Rautard.
Una señora bajita y con el pelo canoso sube al escenario y saluda.
-Katrin Donegov.
Un hombre grande y rubio sube al escenario con el semblante muy serio.
-Nataley Berger.
Una joven de apenas veinticinco años saluda con una amplia sonrisa mientras se coloca junto al enorme hombre rubio.
-Y ahora, es un honor para mí presentarles a Bartha Laylinn, la acompañante de los tributos del Distrito 9, que tendrá el honor de pronunciar los nombres de los tributos electos -dice la alcaldesa, con una voz tan entusiasmada como la de un caracol aplastado. A veces me pregunto si será una especie de robot, ya que siempre tiene el mismo tono de voz y la misma postura tensa como un palo.

Bartha Laylinn, con su trote ligero, su maquillaje de ochenta colores y su extravagante ropa, se parece tanto a la alcaldesa como lo hacen una cucaracha y un pez. El año anterior había otra representante del Capitolio, pero no tenía un aspecto muy diferente: pelucas de colores fosforescentes, vestidos de raras formas y tanto maquillaje que parecen muñecas. Esta mujer, Bartha Laylinn, lleva hoy unos zapatos que más que zapatos son torres, un vestido de color amarillo brillante y una peluca rosa fucsia. Tiene joyas por todas partes: un collar grotesco, un anillo por dedo, de los cuales ninguno es normal, pendientes de formas extravagantes, gruesas pulseras de oro y brazaletes con piedras puntiagudas de colores. Tiene cerca de diez kilos de joyería, y otros pocos de maquillaje; viéndola a simple vista parece que le hayan pintado un cuadro en la cara, cosa que no descarto como posibilidad dadas las cosas del Capitolio que se ven por televisión. Lo cierto es que Bartha Laylinn es de lo más normal en el Capitolio; hay gente que se pone la piel de colores antinaturales, se implanta gemas y piedras, se tiñe el pelo, se implanta bigotes de gato y quién sabe qué otras banalidades.

-¡Bienvenidos, bienvenidos, bienvenidos, bienvenidos! ¡Felices Juegos del Hambre! ¡Y que la suerte esté siempre de vuestra parte! -su voz es tan irritante que me pone de los nervios. Mientras habla del honor que supone estar aquí, Agnel me pregunta:
-Bueno, ¿cómo ha ido tu cita con Marlyn?
La pregunta tan repentina me sorprende, ya que no viene para nada a cuento con la cosecha.
-No era una cita -le digo de mala gana-. Y tampoco es que haya pasado nada del otro mundo.
-¿Cómo que no?
Estoy a punto se contarle la historia cuando Alice pronuncia un largo "shhh", exasperada.
-No fue una cita, ¿verdad que no?
-¡Agnel! -susurra Alice con energía.
-¿Qué? -se queja-. Es el mismo rollo de siempre.
El comentario le cuesta un golpetazo en el pecho; Alice pega bien fuerte, lo sé por experiencia. Ahora soy yo el que sonríe con satisfacción.
-Gracias, Alice.
-Cállate o te arreo a ti también -me ladra.

Agnel y yo nos reímos en silencio, al menos es una cosecha entretenida. Media hora después, Bartha Laylinn deja de soltar palabrería (la suficiente como para hacer a la alcaldesa poner los ojos en blanco), y dice:
-¡Damas y caballeros! Ha llegado la hora de elegir a un chico y una chica que tendrán el honor de representar al Distrito 9 en los Quincuagésimo Terceros Juegos del Hambre anuales. Como siempre, ¡las damas primero!

Acto seguido, Bartha Laylinn se dirige hacia una enorme urna de cristal a su izquierda. Está llena de papelitos idénticos, lo único que los diferencia son el nombre que contienen. Bartha mete la mano, revuelve los papeles y coge uno tras unos segundos que a todos se nos hacen eternos.

No entiendo bien el nombre que dice Bartha, pero la chica tarda pocos segundos en aparecer en el pasillo central, escoltada por cuatro agentes de la paz. Su pelo negro va suelto, sus ojos oscuros indican que está aterrada. Lo más desconcertante es que la chica lleva un vestido blanco con bordados rojos, el mismo que llevaba mi hermana.

Es cuando finalmente entiendo el nombre que ha pronunciado Bartha: Bella Klauss.

Mi hermana se va a los juegos.

Ahora mismo siento como si me estuviesen desgarrando el pecho para quitarme lo mucho que significa mi hermana para mí, para arrebatármela después de habérmela prestado, como si fuese un mero objeto. Siento una leve presión en mi hombro izquierdo, de la que hago caso omiso.

Los recuerdos se amontonan en mi cabeza mientras la veo subir hacia el podio, en el lugar reservado para la tributo femenina. La recuerdo ayudando a mi madre desde pequeña, trabajando en los campos de centeno, refunfuñando cada vez que debía hacer los deberes y ayudándome a levantarme cuando me caí en el patio del colegio de pequeño mientras los demás se reían de mí. Mi mente es un absoluto torbellino, pero un pensamiento claro y certero consigue crearse entre todo el caos: todo eso se acabó. Mi hermana se va, y lo más seguro es que se vaya para no volver.

Entonces se me ocurre algo. ¿Y si me presento voluntario? Sin embargo, me quito la idea de la cabeza de inmediato; aunque me presentase voluntario para intentar salvar a Bella en los juegos, no podría. Moriría el primer día, en el baño de sangre inicial. Y si sobreviviese a la batalla inicial, no duraría mucho más, pues la naturaleza se encargaría lenta y dolorosamente de mí. Acabaría muriendo y sin poder salvar a Bella, así que sería inútil presentarme voluntario.

-¡Ahora llega el turno de los chicos! -exclama Bartha, entusiasmada. "No me tocará a mí, sería demasiada coincidencia", pienso, mientras Bartha extrae otra papeleta durante largos segundos. Se dirige al centro del podio, abre la papeleta y exclama-. ¡Vance Klauss!

Los Juegos del Hambre: los KlaussDonde viven las historias. Descúbrelo ahora