Mi mayor título

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Siempre compararé superar obstáculos en el pasado, con caminar sobre baldosas hacia el futuro. Nunca lo tuve nada fácil. Ser portero es complicado.

No es fácil llevarte el 99% de la culpa cuando te encajan un gol, no paras un penalti o cuando cometes un error garrafal.

Tampoco es sencillo celebrar los goles en la soledad, justo en la portería contraria a la que ha marcado mi equipo, a unos 70 metros.

Vestir de negro en mi equipo cuando todos eran verdiblancos no me gustaba nada. Yo quería llevar esas rayas a todas partes, jugar con ellas y defenderlas, pero me tuve que conformar con ese uniforme aburrido, monótono y oscuro.

Ser portero nunca fue trabajo de buen gusto. Desde pequeño amaba el fútbol, y siempre adoré lo complicado. Y, por ser diferente a los demás y no seguir la costumbre de todos esos chavales de tocar solo el balón con los pies, decidí ser portero.

Una de las mejores decisiones de mi vida fue esa además de otra, relacionanda con otro tema, paralelas entre sí. Caminaron juntas de la mano desde el principio, y se condicionaban.
Sin una no habría conseguido la otra.

Y a la recién citada "una" le uniré la palabra "chica". Maravillosa. Sevillana, como yo, y con mucha guasa, como yo también. Tímida pero alocada. Preciosa, y no solo por fuera. Con medio corazón bético y otro medio mío.

Difícil olvidar el día que un ángel te cae en el mismo centro de Sevilla. Una media melena castaña, con suaves reflejos rubios llamó mi atención aún estando de espaldas.

Era muy sencilla, y no había nada en el mundo que me gustara más que eso. Yo nunca fui un sevillano pijo como acostumbran a pensar los forasteros, y ella era perfectamente lo que, sin quererlo, buscaba y encontré.

Con nombre vasco y un significado que la definía a la perfección, la increíble Leyre me enamoró desde la primera mirada de café que se cruzó en nuestro paso, la cual me provocó insomnio durante varios meses.

Su dulce voz me envolvió con un simple "hola" acompañado de su perfecta sonrisa siempre brillante y unos pequeños hoyuelos a ambos lado de la boca.

La invité a cada uno de mis partidos en la cantera del Betis, y allí estaba todos los domingos, sentada (la menor parte del tiempo), gritando y animándome sin parar.

Ella fue mi apoyo cada día, mi Norte aún siendo del Sur, en las buenas y, sobre todo, en las malas, cuando menos lo merecía, porque sin duda era cuando más la necesitaba, Leyre nunca faltó.

Orgulloso de ella, y dándole lo mejor que siempre tuve, estuvimos juntos hasta los 23 años, cuando por problemas económicos y de familia, acepté una oferta del Atlético de Madrid, como tercer portero del primer equipo y abandoné Sevilla para instalarme en la capital.

No fue nada fácil mi carrera en el Betis, llena de problemas y dificultades contra las que tuve que luchar desde bien pequeño. Mi sueño siempre fue jugar en un equipo grande, y cuando me llamaron del Atleti lo pensé 2 veces: una por el fútbol y otra por Leyre.

No quise abandonarla, pero tuve que hacerlo. Ella me lo pidió. Antepuso mi sueño al nuestro conjunto. Sin duda, esta fue su mayor prueba de amor. Leyre era así, fuerte y realista, capaz de todo con tal de verme feliz.

La visité cada día que el Cholo nos daba por libres, fuera en la época del año que fuera, Sevilla y los brazos de Leyre me recibían siempre abiertos.

Unos días, de diciembre, prometí ir a verla, pero por mi mala cabeza y malas "excusas", Leyre me esperó sin recibirme, pues nunca llegué.

Fui el mayor idiota del mundo. Yo era principiante en eso de ir de fiesta con mis compañeros futbolistas, y sin pensarlo y sin razonarlo, acabé pasando la noche con otra... el gran error de mi vida, del que Leyre se enteró al poco tiempo.

Siempre reconocí mi fallo, pero nunca me lo perdoné y ella menos. Pasé una mala temporada, no tenía la cabeza en su sitio y mi corazón latía en dirección al Sur y no al balón.

Si, atrapé mi sueño de estar entre los más grandes, pero se me escapó el que hizo todo eso posible: Leyre.

Por eso acudí a Sevilla, un tiempo después, para verla y pedirle perdón. Pero Leyre no estaba, había viajado a Madrid justo la mañana que yo lo hice a Andalucía.

Nuestros caminos se cruzaron por culpa del destino. Aunque tal vez, su intención no fuera ir a verme. Volví a Madrid en su busca, con el deseo de que no nos volviéramos a cruzar sin querer.

Todo fue un infierno, hasta que, de entre tanto dolor, surgió de nuevo el ángel que me iluminó hacía 10 años.

Vi a Leyre de nuevo, a la preciosa niña de mis ojos, justo antes de empezar el partido en el que, los canteranos del Atleti B, nos jugábamos la Liga.

Entonces, descubrí, que los errores en el fútbol eran completamente diferentes a los cometidos en la vida, pues todavía había alguien que siempre me perdonó a pesar de haberla cagado, y mucho. En cambio, en un partido, si te meten un gol no puedes hacer nada para eliminarlo, solo marcando otro para superarles y ese no era mi trabajo.

Mi trabajo y objetivo en ese partido era ser yo, con ella a unos metros, jugando como el mejor y demostrándole que por ella soy capaz de todo. Porque aunque mis piernas y mis brazos eran los que jugaban, mi cabeza y corazón los dirigía una persona, y no era yo, sino Leyre.

No podía hacer como el resto de jugadores, dedicarle un gol. Pero siempre pude hacer por y para Leyre la parada de un penalti, el mayor miedo de mi vida, además de volverla a perder. Ese fue siempre mi mayor temor.

Y si, lo paré, y si, se lo dediqué haciendo una L con mis dedos y acercándome a la grada, susurrándole al oído, entre tanto barullo, que la amaba y que tenía la sonrisa más preciosa que jamás había besado.

Ganando por goleada y con el título bajo el brazo, la cogí de su asiento y la hice bajar al césped, donde nuestros brazos se fundieron en un cálido abrazo acompañado de un largo beso bajo el sol de Madrid.

Los gritos del público, el sudor tras el partido, mis manos sobre la cintura de Leyre y mis lágrimas por haber logrado mi primer título con el Atleti, me demostraron que el verdadero premio no era el trofeo, sino tenerla en mi pecho sintiendo cómo su corazón latía rápidamente y se paraba al darla un beso más.

Ella era mi gran título, mi mayor premio. Siempre lo fue, y lo sigue siendo. Recordé cómo decidí ir aquel día a Sevilla para recuperarla, porque aunque para ella era estúpido esperar algo que le dolía, también era estúpido dejar escapar a lo que yo más quería.

Por y para miilsonrisas una grandísima persona y mejor amiga. Ya sabes, te lo debía.
Je t'aime.

Atrapa Sueños - Bernabé Barragán [One Shot] Donde viven las historias. Descúbrelo ahora