El efecto de la lluvia

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Un ruido constante me despertó y me quedé recostada un rato tratando de identificar el rítmico golpeteo que sonaba en el techo. Tap tap tap tap. Al final recordé lo que era y sonreí de oreja a oreja. ¡Era lluvia! Me levanté de donde estaba tirada y miré por las ventanas. Agua en pequeñas gotas bañaba todo lo que podía ver y lo humedecían y el viento jugaba con ellas haciéndolas moverse fuera de su patrón. Era un espectáculo maravilloso y tuve que contener el impulso de salir a bailar en la lluvia, ya que había truenos y rayos cruzaban el cielo oscurecido por negros nubarrones, sin tener en cuenta con lo violento que era el viento. Era mejor no salir.

Sin nada que hacer, decidí darle una repasada a mi diario, así que me aseguré que todo estuviera bien cerrado y prendí unas cuantas velas para darle un ambiente ameno a la casa y comencé a leer.

Como estamos olvidando todo, empezamos a escribir en cuaderno para no olvidarnos de nada, así que tengo que copiar hasta el más mínimo detalle, porque después podría ser util...Soy peli negra y tengo ojos café claro y mi piel es muy delicada y le salen morados muy fácil. No recuerdo mi edad exacta, pero debe de estar entre los 15 y 30 años aproximadamente. Soy la menor de tres hermanos, soy diseñadora de moda, no me agradan los animales, ni siquiera las mascotas, soy horrible con los deportes y los detesto, me aterra la sangre, no sé montar en bicicleta, soy alérgica al maní, soy buena pintando uñas, me encantan los collares largos y mi cosa favorita de mí misma es mi largo cabello. Vivía en un apartamento junto a dos personas más, probablemente mis mejoras amigas, aunque no lo recuerdo, a duras penas las recuerdo a ellas, espero volver a encontrármelas y que nos reconozcamos. En este momento estoy viajando con dos personas, aunque siempre olvido sus nombres, ¿Pero quién recordaría nombres tan raros como Gerald y Teresa? Ellos apenas recuerdan mi nombre y eso que Daniela ni siquiera es un nombre tan raro...

—Daniela—Murmuré para mí misma. Ese era mi nombre. Era el nombre con el que me había identificado toda la vida y yo no podía siquiera recordarlo. Lo repetí una y otra vez, con las esperanzas de que así dejara de sonar tan extraño. Mi nombre era Daniela, tenía de entre 15 a 30 años, no me gustan las mascotas, tenía hermanos y soy horrible en los deportes. Esa era yo. Esa era mi identidad.

¿Entonces por qué no me sentía identificada con nada eso? ¿Era tan profunda mi pérdida que cosas que me definían ahora no significaban nada para mí? Quería pensar que simplemente no era capaz de recordar como sentir, pero era imposible negar que sí sentía, simplemente no por las cosas que debería.

Al final frustrada conmigo misma simplemente guardé mi diario y apagué las velas, guardándolas. Me recosté donde antes estaba dormida y traté de contener mis ganas de gritar de frustración. Respiré profundo varias veces y sin darme cuenta el sonido de la lluvia me calmó y me arrulló a un estado de relajación entre el sueño y estar despierto, sin estar realmente en ninguna de las dos. Mis ojos se cerraron por si mismos, pero mi mente no estaba cansada, ni tampoco llena de pensamientos que no me dejaran dormir. Mi cuerpo se relajó completamente y al final la lluvia y los truenos me llevaron a un sueño completamente profundo.

Al día siguiente todo estaba mojado y a mi parecer renovado. La lluvia hacía eso, supongo. Caminé sin rumbo, saltando en charcos, jugando con el rocío de los arboles y simplemente siguiendo cualquier cosa que captara mi interés. Estaba jugando con una mesa que tenía una sombrilla cuando la sombrilla se cerró y me dejó completamente empapada y llena de basura, como hojas húmedas. Estaba pensando si ir a cambiarme o quedarme así cuando una fría brisa me hizo temblar y notar que estaba calada hasta los huesos. Busqué un lugar que pudiera utilizar como vestidor que estuviera protegido del viento y pronto ubiqué una tienda de ropa.

La tienda estaba prácticamente vacía, sólo llena con espejos, pero todavía servía para mí. Me quité la chaqueta emparamada y la puse en un lugar donde pudiera secarse un poco. Mi camisa estaba en muy mal estado, llena de suciedad y rasgada en alguna situación que no recordaba. Decidí abandonarla allí y saqué de mi mochila una camisa de repuesto y cuando me la iba a poner noté en el reflejo de uno de los espejos que tenía una cicatriz.

No me refería a la cicatriz de mi costado, La Cicatriz, sino que mi espalda estaba llena de pequeñas cicatrices. Delgadas lineas o marcas redondeadas, estaban por todas partes. Siguiendo una de las cicatrices más largas, la sentí desde mi cadera derecha hasta cerca de mi omoplato. Me di cuenta que mis brazos también estaban llenos de estas e incluso mis piernas tenían algunas marcas.

¿Por qué no estaba nada de esto en el diario? No podía creer que hubiera sido tan irresponsable como para no copiar un detalle tan importante. ¡Podría tener una cicatriz nueva y no me daría cuenta! Inmediatamente me dispuse a corregir el error.

Cada cicatriz fue encontrada y documentada en el diario, a veces llegando incluso a especular donde, como o con que me había hecho la cicatriz.

Cuando terminé, ya había llenado varias paginas, mi chaqueta estaba más seca y había parado de ventear.
Iba a salir de la tienda cuando vi algo que me llamó la atención. Una puerta cerrada. Al final la curiosidad pudo más y logré abrirla después de varios intentos con una pinza. Era la parte donde mantenían la ropa guardada.

Al final salí con varios pantalones, camisas y zapatos nuevos, junto con otra chaqueta. Sabía que era la última vez que vería la útil tienda, porque aunque copiara la dirección iba a olvidar como llegar.

—No hay nada en este mundo que sea tan importante que no se pueda olvidar—Dije con algo de amargura disfrutando la forma en la que el viento jugaba con mi corto cabello negro.

Memorias PerdidasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora