Espías

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Liva pasó todo el día siguiente pensativa. Había algo en sus sueños que no cuadraba. Seguía intrigada por lo que le decía su difunto abuelo en el mundo onírico, pero a su vez le desconcertaba volver a soñar también con Snape.El día pasó en un parpadeo, y sin saber muy bien cómo, Liva ya se encontraba puntual bajando a las mazmorras. 

Al entrar se encontró con él, ordenando metódicamente los últimos frascos que acababa de etiquetar. Al verle, Liva no pudo evitar sentir una cierta familiaridad extraña, como si la intimidad que ostentaban en sus sueños fuese real. Qué puñetero puede ser a veces el cerebro.
Desechó rápidamente cualquier pensamiento perturbador de su mente y se centró en la tarea de aquella noche. 

Deseaba realmente aprender más, mejorar, perfeccionar cada mínimo detalle. Y por ello las clases -tanto diurnas como nocturas- de aquella semana fueron intensas y silenciosas por su parte.

La noche del jueves, durante su habitual clase con Snape, Liva se encontraba tan concentrada en hacer perfecto del último movimiento de varita necesario para terminar una complicada poción en la que llevaba tres días trabajando, que inevitablemente golpeó un frasco de bazos de rata que se fue a estrellar contra el suelo.

-¡Mierda! -exclamó ella sin pensar- Perdón, profesor -corrigió rápidamente mientras se agachaba a recogerlo, sin saber muy bien si se disculpaba por el torpe accidente o por la palabra malsonante.

-No se preocupe, señorita Gyllenblom. A diferencia de los Muggles, nosotros los magos contamos con las ventajas de la magia, ¿recuerda? -acertó a decir con calma mientras limpiaba el desastre de un sencillo movimiento de varita- Aunque es una suerte que no juegue usted en el equipo de quidditch de su casa, sin duda pondría en juego su vida y la de sus compañeros con tal gracilidad -añadió sarcástico e hiriente.

Liva se limitó a hacer un mohín y recoger sus cosas, dando por terminada la clase tras el comentario de Snape.

-Olvida su pergamino de anotaciones, sñorita Gyllenblom -dijo Severus Snape con calma antes de que la chica atravesase el umbral de la puerta. Esta giró sobre sus talones y volvió a recogerlo-. A propósito, no la he preguntado cómo se encuentra -preguntó él, cauteloso.

-¿Que como me encuentro? Bien, ¿por qué iba a...? -comenzó a preguntar, extrañada. Pero un jarro de agua helada le cayó encima cuando comprendió, demasiado tarde, que Snape se refería a la muerte de su abuelo. Había estado tan concentrada en sus estudios que se había olvidado, al menos los últimos días, de la ausencia de su abuelo. Languideció, y una punzada de culpabilidad y dolor le atravesó el pecho como una lanza.

-No parece que se encuentre bien.

-Yo... había olvidado que... dios mío -sollozó Liva sin poder contenerse. Avergonzada, se tapó el rostro con ambas manos, se dio la vuelta y respiró profundamente para intentar calmarse, pero el aire fluía hacia sus pulmones entrecortadamente y no conseguía consolarse.

Snape se sentía terriblemente incómodo. Estaba acostumbrado a los pequeños llantos y berrinches de muchas de sus alumnas más jóvenes en sus clases de pociones. Situaciones que, por otro lado, solía provocar a propósito y las recibía con gran regocijo. Pero esta vez no se trataba de nada de eso. Aquella muchacha estaba llorando desconsoladamente desde lo más profundo de su alma, estaba sufriendo un terrible dolor en su interior y había sido, en parte, culpa suya. Severus Snape no sabía cómo reaccionar ante aquellas situaciones, nunca había sabido. Así que hizo lo único que se le ocurrió, más para aliviar su propia incomodidad que para consolar a la pobre muchacha: la abrazó.

Fue un abrazo de medio lado, con un sólo brazo rodeando los hombros de ella. Estaba tan tenso que era como abrazar una tabla, pero aún así Liva se aferró a él con todas sus fuerzas, liberando por fin todo el dolor que se había estado guardando. Y allí abajo, entre las húmedas paredes de las mazmorras, donde nadie más podía verles ni oírles, sintiendo el cálido tacto de su pecho contra la mejilla, Liva se sintió protegida.

Media hora más tarde de lo normal, con los pasillos ya desiertos, Severus Snape acompañó a Liva hasta la entrada de su sala común. "No puedes ir por los pasillos sola a estas horas" había dicho él. Al llegar a la entrada, se despidieron formalmente, sintiéndose ambos bastante avergonzados por la embarazosa situación de hacía un rato.

-Mañana a la misma hora. Buenas noches.

Liva se disponía a entrar por el túnel del barril cuando, a medio abrir, recordó algo.

-¡Ay, mierd...! -frenó a tiempo- Mañana no podré asistir, profesor. Había planeado ir a Hogsmeade.

-¿Hogsmeade? A decir verdad le sentaría bien un respiro, señorita Gyllenblom. Lo aplazaremos hasta el sábado entonces -contestó Snape antes de desfilar de vuelta por el pasillo-. Y cuide esa boca antes de que se la lave con jabón -añadió mientras desaparecía tras la esquina.

Liva se acostó con los ojos aún enrojecidos e hinchados, pero pensando en su visita a Hogsmeade del día siguiente tras las clases. Pero lo que Liva ignoraba era que alguien había estado escuchando la conversación desde el otro lado del barril de Hufflepuf a medio abrir.


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✔️ Liva - parte 1/3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora