Sueños

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Liva pensó que al volver al castillo dejaría de sentir ese vacío que habia quedado en su interior. Pero no fue así. De hecho, el encontrarse entre aquellos inmensos muros de piedra sólo le hacían sentir aún más pequeña, más vacía, y más sola.

Pero ahora tenía un propósito más firme, un objetivo que la ayudaría a distraerse de esa sensación de abandono.

Pasó casi una semana encerrada en la biblioteca y en la sala común de Hufflepuff nadando entre páginas de libros y pergaminos, tomando notas de aquí y allá de información útil que encontraba. Se hallaba, en ese preciso instante, rasgando su pluma contra el áspero pergamino cuando una figura ensombreció la luz de la ventana que tenía a su izquierda.

-Últimamente no se te ve por ninguna parte, ¿dónde te metes? -preguntó la voz de Shaila antes de que Liva tuviera tiempo de girarse.

-Estudiando -contestó encogiéndose de hombros.

-Venga Liv, no es sano estar todo el día encerrada. Estás pálida, deberías salir de vez en cuando.

-No seas tan maternal, estoy bien. Es solo que quiero esforzarme, necesito sacar...

-Buenas notas, sí -concluyó Shaila-. Quieres ser sanadora y hay que sacar casi todo extraordinarios, lo recuerdo. Pero vas a enfermar. Y así no podrás ser sanadora, así que...

-¡Vale, vale! Saldré a tomar el aire, no hace falta que seas tan pesada. Lo que sea con tal de que te calles... -dijo Liva en voz baja.

-Muy bonito -torció el gesto-, pero por el momento me vale. Sabes que solo me preocupo por ti.

-Lo sé, es que... es igual, tienes razón, necesito descansar un rato -admitió al fin, cerrando el libro que estaba consultando antes de la interrupción de Shaila-. Pero solo un rato.

Juntas descendieron las escaleras con calma, charlando sobre un artículo que habían publicado aquella mañana en El Profeta, hasta llegar a la entrada principal. Dudaban entre salir a los terrenos del castillo o jugar una partida de ajedrez mágico en el Gran Comedor. Finalmente, Liva se decidió por los terrenos: no le apetecía volver a pensar en las partidas con su abuelo.


Se sentaron junto al lago, y Liva sintió sobre su piel los cálidos rayos de un sol ya primaveral. Su acogedora caricia le calentaba el pelo rubio y le hacía ver una capa rojiza a través de los párpados, adormeciéndola. Había olvidado lo bien que sentaba el calor. Toda su vida había vivido en tierras heladas, y parecía que ahora su cuerpo quería absorber y guardar toda la calidez que le habían negado durante ese tiempo.


Cuando el sol comenzó a ponerse y una suave brisa fresca se levantó, Liva y Shaila decidieron volver al castillo y prepararse para la cena.


-El fin de semana que viene podríamos ir a Hogsmeade.

Durante la cena, Severus Snape paseó su fría mirada como de costumbre sobre las mesas abarrotadas de alumnos. Le desquiciaban.

Cuando terminó su cena se pasó sin prisa por la entrada del Gran Comedor, un punto estratégico donde poder quitar puntos a puñados a aquellos incautos alumnos que salieran corriendo después de la cena para intentar aprovechar las últimas horas libres de un domingo.

-Profesor Snape -dijo una voz más que conocida a sus espaldas. Liva parecía serena y le miraba con unos ojos en calma directamente a los suyos-, me gustaría reanudar las clases cuanto antes, si es posible.

-Por supuesto -contestó Snape-, dadas las circunstancias creí apropiado darle algunos días de margen, pero yo mismo iba a avisarla a primera hora de mañana vía lechuza. Ya que no va a ser necesario, la esperaré a la hora de siempre.

Con un único movimiento de cabeza, Liva asintió y se dirigió a los dormitorios.
Aquella noche volvió a tener un sueño agitado. Levaba noches soñando con su abuelo. En sueños, él le decía que abriese algo, pero Liva no sabía el qué.

-Ábrelo, ábrelo, pequeña. No va a romperse -repetía él una y otra vez-. Necesitas dejar que otros lo vean. Ábrelo...

Después la imagen se esfumaba y aterrizaba en una habitación oscura. La humedad del aire entorpecía su respiración y una mezcla inconfundible de aromas le llenaba los pulmones. Snape la miraba a los ojos, sin ninguna expresión concreta. Se acercó a ella despacio y, aún más lentamente, comenzó a retirar el pelo dorado de su cuello. Como una caricia, los pálidos labios de Snape se posaron sobre su cálida y palpitante piel en un único beso. Snape volvía a alejarse, sin dejar de mirarle a los ojos.

✔️ Liva - parte 1/3Donde viven las historias. Descúbrelo ahora