Las Catacumbas

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"Nada de luz, sino sólo tinieblas que descubrían cuadros de angustia, regiones de dolor, funestas sombras."

Siguieron en la densa obscuridad, hasta que al fin el pasaje se tornó más ancho y llegaron a unas gradas que conducían hacia abajo. Marcelo, cogido del vestido del niño, lo seguía.

Era ciertamente una situación que provocaba alarma. Pues se estaba entregando en manos de aquellos hombres, a quienes precisamente la clase a la que el pertenecía los había privado del aire libre, hundiéndolos en aquellas tétricas moradas. Para ellos el no podía ser reconocido de otro modo sino como perseguidor. Pero la impresión que en el había dejado la gentileza y la humildad de ellos era tal que el no tenía el menor temor de sufrir daño alguno. Estaba sencillamente en manos de este niño que bien podía conducirlo a la muerte en las densas tinieblas de este impenetrable laberinto, pero ni siquiera pensaba en ello. Era el deseo ferviente de conocer más de estos cristianos, descubrir su secreto, lo que le guiaba a seguir adelante; y conforme había jurado, así había resuelto que esta visita no sería para traicionarlos o herirlos.

Después de descender por algún tiempo, se allanan caminando por terreno a nivel. De pronto voltearon y entraron a una pequeña cámara abovedada que se hallaba alumbrada por la débil fosforescencia de un hogar. El niño había caminado con paso firme sin la menor vacilación, como quien esta perfectamente familiarizado con la ruta. Al llegar a aquella cámara, encendió la antorcha que estaba en el suelo y reemprendió su marcha.

Hay siempre un algo inexplicable en el aire de un campo santo que no es posible comparar con el de ningún otro lugar. Prescindiendo del hecho de la reclusión, la humedad, el mortal olor a tierra, hay una cierta influencia sutil que envuelve tales ámbitos con tanta intensidad que los hace tanto más aterradores. Allí campea el ámbito de los muertos, que posa tanto en el alma como en el cuerpo. He allí la atmósfera de las catacumbas. El frío y la humedad atacaban al visitante, cual aires estremecedores del reino de la muerte. Los vivos experimentaban el poder misterioso de la muerte.

Polio caminaba adelante, seguido por Marcelo. La antorcha iluminaba apenas las densas tinieblas. Los destellos de luz del día, ni aún el más débil rato jamás podría penetrar aquí para aliviar la deprimente densidad de estas tinieblas. La obscuridad era tal que se podía sentir. La luz de la antorcha dio su lumbre sólo unos pocos pasos, pero no tardo en extinguirse en tantas tinieblas.

La senda seguía tortuosamente haciendo  giros incontables. Repentinamente Polio se detuvo y señalo hacia abajo. Mirando por entré la lobreguez, Marcelo vio una abertura en la senda que conducía aún más abajo de donde ya estaban. Era un foso sin fondo visible.

-¿A dónde conduce?

-Abajo

-¿Hay más pasillos abajo?

-Oh, si. Hay tantos como acá. Y aún abajo de la siguiente sección hay otros. Yo sólo he estado en tres pisos diferentes de estas sendas, pero algunos viejos cavadores dicen que hay algunos lugares en que se puede bajar a una enorme profundidad.

El pasillo serpenteaba de tal modo que toda idea de ubicación se perdía por completo. Marcelo ya no podía precisar si se hallaba a unos cuantos pasos de la entrada o anuncios estadios. Sus perplejos pensamientos no tardaron en tornarse hacia otras cosas. Al pasarle la primera impresión de las densas tinieblas, se dedicó a mirar más cuidadosamente a lo que se le presentaba a la vista, cada vez más maravillado del extraño recinto. A lo largo de las murallas había planchas semejantes a lapidas que parecían cubrir largas y estrechas excavaciones. Estos nichos celulares se alineaban a ambos lados tan estrechamente que apenas quedaba espacio entre uno y otro. Las inscripciones que se veían en las planchas evidenciaban que eran tumbas de cristianos. No tuvo tiempo de detenerse a leer, pero había notado la repetición de la misma expresión, tal como:
"Honoria- Ella duerme en paz" "Fausta- En paz"

El mártir de las CatacumbasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora