La Persecucion

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La paciencia os es necesaria, para que después que hayáis hecho la voluntad de Dios, recibáis la promesa.

La persecución arreció con mayor furia. No habían transcurrido sino unas pocas semanas desde que Marcelo vivía allí, cuando un mayor número había acudido en desesperada búsqueda de este refugio de retiro. Jamás en el pasado se habían congregado tantos en las catacumbas. Generalmente las autoridades se habían contentado con los cristianos mas prominentes, y en consecuencia, los fugitivos que recurrían a las catacumbas componían esta clase. Fue en verdad la persecución mas severa que les sobrevino esta vez, abarcándolos a todos, y solamente bajo el gobierno de unos pocos emperadores se había mostrado tal encarnizamiento indiscriminado. Esta vez no se hacia la menor distinción de clase o posición. Pues al mas humilde seguidor como al mas eminente de los maestros, se les persiguió a muerte con la mas encarnizada furia.

Hasta esta época la comunicación con la ciudad era relativamente fácil para los refugiados, porque los cristianos que arriba habían quedado, aunque pobres en medios, no descuidaban a los que estaban en las profundidades del escondite, ni olvidaban sus necesidades. Fácilmente, pues, se podía adquirir provisiones, y auxilio no faltaba. Pero llegó la hora en que precisamente aquellos en cuyo auxilio confiaban los fugitivos, también habían sido víctimas de la persecución y obligados a compartir su destino con sus hermanos de las grutas y tener ellos mismos que recibir caridad en vez de darla.

Con todo, su situación no la afrontaban desesperandose. Aun en esa Roma habíanse provisto muchos que les amaban y les ayudaban, no obstante no ser cristianos. En todo gran movimiento, siempre habrá una considerable proporción de seres neutrales, los mismos que, bien sea por interés o por indiferencia, se mantienen al margen. Estas personas invariablemente se unirán al lado mas fuerte, y cuando el peligro amenaza, suelen soslayarlo haciendo cualquier concesión. Tal, pues, era la condición en que se hallaban numerosos romanos. Ellos tenían amigos y parientes a quienes amaban entre los cristianos y por quienes sentían la mas cordial simpatía. Siempre se mantenían dispuestos a ayudarlos, pero desde luego, tenían la debida consideración de su propia seguridad para no llegar al extremo de jugarse su suerte juntamente con ellos. Seguían siendo cumplidos asistentes a los templos y a la adoración de los dioses paganos como antes, viniendo a ser así adherentes nominales de las viejas supersticiones oficiales. Estos fueron quienes proveyeron a las necesidades de la vida de los cristianos.

Pero ahora ademas, toda expedición que se intentara hacer a la ciudad se hallaba rodeada de mayores e inminentes peligros, y solamente los muy osados se atrevían a aventurarse. Pero ese profundamente arraigado desdén por el peligro y la muerte era tal, y eran tantos los que de Èl estaban inspirados, que jamas dejaron de ofrecerse espontáneamente los hombres para desafiar a la muerte en tan peligrosas empresas.

He allí las tareas peculiares para las que Marcelo se ofrecía entusiasta y gustoso de poder hacer algo por sus hermanos. La misma valentía y perspicacia que le había elevado hasta los mismos altos rangos militares, ahora lo hacían descollar con todo éxito en estas sus nuevas actividades. Decenas de fieles eran capturadas y sacrificadas cada día. Los cristianos se encargaban de la igualmente arriesgada tarea de recuperar sus despojos mortales para darles sepultura a su modo. En esto no era tanto el peligro, ya que se relevaba a las autoridades de la molestia de quemarlos y enterrar los cadáveres.

Un día llegaron noticias a la comunidad residente debajo de la Vía Apia que dos de los suyos habían sido capturados y entregados a muerte. Marcelo juntamente con otros salieron con la misión de recuperar sus cuerpos. Polio, aquel chiquillo con corazón de adulto, fue con ellos por si hubieran menester sus servicios. Era el anochecer cuando llegaron a la puerta de la ciudad, y las tinieblas no tardaron en cubrir sus desplazamientos. Pero no tardo en aparecer la luna a iluminar el amplio escenario.

El mártir de las CatacumbasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora